03/12/2024 - 10:59
Infancia. Entrevista a la autora del informe “Uso de las pantallas en la pequeña infancia: visiones y experiencias desde el jardín de infancia”, realizada a la 3ª Jornada BBB ‘Desconectamos pantallas, conectamos con el barrio’
Carmen Giró: Las recomendaciones básicas son: de 0 a 3 años, nada de pantallas. De 4 a 6 años, exposición limitada, menos de media hora al día y con acompañamiento de un adulto. De 7 a 12 años, incremento progresivo con supervisión hasta un máximo de una hora al día, y con revisión de contenidos. Nunca antes de los 16 años, dar a los niños un teléfono móvil inteligente y, en este momento, establecer un contrato o compromiso de uso."
Carmen Giró es una periodista con más de treinta años de experiencia en prensa escrita, especializada en temas sociales como educación, infancia y psicología, y también en cultura y viajes. Es autora del informe “Uso de las pantallas en la pequeña infancia: visiones y experiencias desde el jardín de infancia”, encargado por el área de Educación de la Diputación de Barcelona. Fue una de las invitadas a la 3ª Jornada BBB ‘Desconectamos las pantallas, conectamos con el barrio’ promovida por el Instituto Municipal de Educación de Barcelona y las Bibliotecas de Barcelona.
La participación de Carmen Giró consistió en un diálogo/entrevista, conducido por la responsable de comunicación del Instituto Infancia y Adolescencia, Laia Curcoll de la que os ofrecemos una transcripción reducida.
P: ¿Carmen, cómo has trabajado este informe sobre el uso de las pantallas en la pequeña infancia?
R: He podido hablar con diferentes expertas en este tema, y con profesionales que trabajan día a día en contacto con esta relación que, como dices, es conflictiva. Tenemos muchas evidencias científicas sobre este tema, avaladas por la OMS, instituciones médicas como hospitales y asociaciones de pediatría, la Generalitat … He tenido una gran ayuda de la experta Anna Ramis, impulsora del manifiesto “De 0 a 3, pantallas nada”, y de profesionales del ámbito de la salud mental y del desarrollo infantil como Thais de Cruïlles y Mayte Nebot del CDIAP de Terrassa, y además he hablado con portavoces de iniciativas locales llevadas a cabo por ayuntamientos en sus escuelas y jardines de infancia, como en Olot. Con todo eso, he intentado redactar un documento divulgativo que sirva de apoyo en esta lucha desigual que tenemos con la tecnología.
P: Los mismos niños y niñas, en esta franja de transición hacia la adolescencia, son conscientes de los riesgos de las pantallas. Y cuándo les preguntamos qué podemos hacer para mejorar el bienestar de la infancia, una de las cosas que nos dicen a través de la Agenda de los Niños es que necesitan más ayuda para utilizar las pantallas con seguridad y para no engancharse. Concretamente, piden que los ayudemos a controlar el tiempo que pasan delante de las pantallas, que los ayudemos a controlar los contenidos que les llegan para que sean adecuados a su edad, y que les ofrezcamos alternativas divertidas fuera de las pantallas. Pero no podemos esperar a la adolescencia para abordar esta cuestión.
R: Efectivamente, parece que los niños lo tienen más claro que los adultos, a veces. Si esperamos a la adolescencia ya habremos llegado tarde, porque es mucho más difícil acompañar un mal hábito que construir uno de bueno. No podemos hablar sólo de los efectos de las pantallas en la pequeña infancia si antes no hacemos un examen de conciencia los adultos que, al fin y al cabo, somos los que les damos el móvil o la tableta. No lo cogen ellos solos … No olvidemos la importancia de educar en el ejemplo, que es la base de todo lo que vendrá después.
P: En tu informe hay unos cuantos ejemplos de situaciones bien cotidianas que muestran hasta qué punto los móviles están teniendo un impacto en la vida de los niños y niñas desde que son bien pequeños. Uno de ellos es éste: Estamos sentados en un banco del parque mientras nuestro hijo juega. Aprovechamos para mirar los últimos whatsapps en el móvil. Mientras tanto, nuestro hijo hace su primera voltereta en el arenal. ¿Crees que el principal problema que tenemos en estos momentos es que los padres o madres no estamos lo bastante pendientes de nuestros niños?
R: No creo que no estemos lo bastante pendientes, pero sí que creo que quizás estamos pendientes de una manera errónea. Considero que todos los padres y madres, por instinto, queremos lo mejor para nuestros hijos e hijas. Nunca como ahora ha habido tanta información sobre temas de salud en general, sobre prevención, sobre cómo llevar una vida sana, y en cambio es muy difícil que estos mensajes cuajen en gran parte de la población. Además, también tenemos que tener en cuenta que las circunstancias sociales son muy determinantes. No es lo mismo tener un horario laboral extenso, con poco tiempo de calidad para dedicar a tu hijo, que tener más tiempo para dedicarle. Dicho esto, que parece obvio, también tenemos que hacer mucha autocrítica. Volviendo a este ejemplo que se ve en el parque cada día: ¿si me pierdo la primera voltereta de mi hijo porque estoy contestando un mensaje urgente y excepcional de trabajo, o si me la pierdo porque estoy mirando tonterías en vídeos de Instagram, no es lo mismo, no?
P: Otra situación bastante habitual es la que describes de esta manera: Esperamos en la parada del autobús. Al lado, una madre con dos pequeños disfrazados de carnaval. No les comentamos nada de su disfraz porque queremos mirar las últimas publicaciones en nuestro Instagram. Nadie habla con nadie. ¿Hasta qué punto, las familias tienen la batalla perdida? ¿Es toda la sociedad que educa a los niños y les transmite el predominio del móvil y las pantallas por encima de las relaciones humanas?
R: Aquella famosa frase de que educa toda la tribu sigue siendo válida, incluso más que nunca. Este ejemplo que describes, ejemplariza lo que los expertos en salud mental definen como “conversaciones intranscendentes”, que, en realidad, son trascendentes. Cuando le dices a un niño o una niña que su disfraz es muy chulo, o le haces ver como brillan hoy los tomates en la tienda, o comentas con un desconocido –delante del niño- que hoy hace mucho de frío en la parada del autobús, estás transmitiendo muchas cosas. Modelos de comunicación, construcción de la realidad social, poner nombre a las cosas que estás viviendo. La interacción social cotidiana ayuda a organizar los pensamientos y a desarrollar tu autoconocimiento y tu desarrollo.
P: ¿Hasta ahora hemos hablado de aquellas situaciones en las cuales las personas adultas no hacemos caso a los niños porque estamos abducidos por las pantallas, pero qué pasa cuando es al revés? Por ejemplo, esta situación que tú describes: Vamos a una comida familiar al restaurante. Sentamos a la pequeña en la trona y, cuándo empezamos a comer, le ponemos unos dibujos en la mesilla para que se entretenga y podamos comer tranquilos. Es decir, muchas veces son los mismos padres o madres quien ofrecen la pantalla a sus hijos. Es, en cierta manera, la pantalla-canguro.
R: Sí, y a menudo le dan la pantalla al niño sin que tan sólo la pida, en un acto automático. Los pediatras, los psicólogos infantiles, los maestros, no paran de avisarnos de que no tenemos que utilizar las pantallas como canguro, pero lo seguimos haciendo. Cada vez que, en un restaurante, en un paseo, le estamos dando un móvil a un niño, le estamos robando. Somos ladrones. Le estamos robando momentos de vida, recuerdos, olores, sensaciones … La primera vez de un niño en un restaurante –y la vida de un niño tiene muchísimas primeras veces – tendría que ser una colección de buenos recuerdos, como una aventura. Sentarse en una trona diferente de la suya, ver cómo se mueven los camareros, mirar la presentación de los platos, interactuar con la mesa e incluso con las mesas vecinas … ¿Por qué los robamos? Si directamente le ofreces el móvil, se aísla mirando sus dibujos, pero el mensaje que le estás dando es que él o ella no es interesante, molesta, es un fastidio.
P: Por otra parte, ahora hablábamos de la estrategia de las familias de ofrecer pantallas-canguro como una estrategia para poder disfrutar de un rato adulto (el caso éste del restaurante), pero sabemos que muchas veces se plantea esta situación no para que los adultos puedan desconectar y disfrutar sino para, justamente, poder trabajar, teletrabajar o hacer las tareas de casa.
R: Vivimos en una sociedad que no pone fácil la conciliación entre la vida familiar y la laboral, con una gran carencia de red social. No tenemos que pasar de un extremo al otro. Ni los niños son los reyes del mambo ni son un fastidio en nuestra vida. Pero creo que el recurso de las pantallas tendría que ser el mínimo que se pudiera, y nada o prácticamente nada en la primera infancia. Antes no había pantallas y nuestras madres también ponían lavadoras, tendían la ropa, cocinaban, y no tenían robots de cocina ni lavavajillas … nos daban pinzas de la ropa para jugar, de paso jugaban a que los niños les iban pasando las pinzas con una canción … al final, el tiempo dedicado a extender es lo mismo, pero lo pasas construyendo un vínculo con tu niño.
Pero está claro que si queremos que las familias dediquen tiempo a la educación de sus hijos las tenemos que apoyar con ayudas políticas, sociales y económicas. No vale culpabilizar a las familias sin darles apoyo. Es evidente que utilizar las pantallas como canguro muy a menudo parte de una necesidad de la crianza y la conciliación, que ya bastantes complicadas son. El rasgo de partida depende mucho de la situación socioeconómica de las familias y de sus circunstancias y contextos. El uso o abuso de las pantallas también tiene que ver con la pobreza, con el paro o con el nivel cultural de las familias.
P: ¿Qué pasa cuando damos un móvil a un niño para que esté distraído durante un trayecto de autobús o de metro? ¿O bien cuando le damos para que vaya mirando dibujos mientras está sentado en el carro del supermercado, el rato de hacer la compra semanal?
R: ¿Qué nos pasa a nosotros? Yo el otro día casi me paso de parada de metro porque me quedé embobada mirando un vídeo que era una chorrada, pero que me enganchó … Levanté la mirada del móvil y, mentalmente, fue un choque. ¿Dónde estoy? ¿Si eso me pasa a mí, que ya tengo unos años y encima estoy concienciada en el tema, qué le pasará a un niño? En el desarrollo del niño, los tres primeros años de vida son cruciales. Necesitan interacción, ser mirados, ser protagonistas de su vida. Los aprendizajes básicos llegan cuando el niño pone toda la atención sobre aquello que está viviendo, no cuando se les separa de la realidad, que es lo que hacemos cuando le damos un móvil como canguro o como chupete. La atención de un niño pequeño se capta con estímulos que tengan que ver con sonidos, luces y movimiento, pero le tienen que llegar a través de experiencias naturales de su día a día, para crear redes neuronales. Las pantallas ofrecen sonidos, luces y movimientos, pero se trata de un estímulo artificial, sin la capacidad de dar una respuesta empática. Muchos expertos me decían que es como convertir a los niños en zombies de su propia vida.
P: En tu informe también pones el ejemplo del papel que puede jugar una pantalla ante un conflicto, por ejemplo, entre hermanos. Y explicas esta situación: Albert se pelea con Aina. Los dos quieren el mismo juguete al mismo tiempo. Para que a Albert le pase la rabieta, la madre le da el móvil para que se entretenga un rato con dibujos mientras Aina juega con el juguete … que abandona rápidamente para colocarse al lado de Albert a mirar la pantalla.
R: El desarrollo emocional y social se consigue practicando, no calmando o anestesiando la emoción. Cuándo los hermanos o los amigos, se enfadan y después se reconcilian, como decían antes los abuelos, “enfadarse y desenfadarse”, van aprendiendo a negociar, a hacer las paces, a calmarse internamente, a interpretar las palabras y los gestos del otro … Si directamente le ofreces una pantalla para que se calme, ya no está enfadado porque está secuestrado, como dice siempre Anna Ramis. No ha aprendido a calmarse, a respirar hondo, a hacer las paces, porque ha pasado a otra dimensión, la digital, que no es real. Incluso, los expertos en psicología infantil me comentaban que se ven afectadas las capacidades del habla y el lenguaje, porque si les damos directamente la pantalla pierden la habilidad de poner nombre a aquello que los pasa. Se convierten en sujetos pasivos de su vida. Nos llenamos la boca hablando de educación emocional, pero quizás el primer paso sería dejar a un lado las pantallas y mirarnos a los ojos.
P: ¿Cómo dirías que impacta este uso de las pantallas en la construcción del vínculo entre madre/padre y niño?
R: Quizás hemos mitificado eso tan importante de hacer vínculo como una cosa que “solo” se puede hacer mirando amorosamente a un niño y jugando juntos estirados en una alfombra cerca de una chimenea… como un anuncio … ¿Quién tiene chimenea? ¿Quién tiene todo el tiempo del mundo para mirar horas y horas a un niño? En cambio se puede hacer, se tiene que hacer, desde la vida cotidiana más prosaica y más real. Aprovechar los momentos de la vida real, la que nos deja huella.
Imaginad que yo ahora cojo el móvil mientras me hablas, y lo voy mirando, o incluso te ignoro mientras me preguntas … ¿cómo te sentirías? ¿Como se debe sentir un niño o niña cuando lleva su sonsonete de “mama, mira”, “papa, mira, mira qué rápido”, “mira qué hago”, y lo que estamos mirando es el móvil? Cada uno de éstos “mira” es una demostración de la necesidad que tiene el niño ser mirado, de ser parte de su entorno, de sentirse reafirmado para desarrollarse correctamente.
P: ¿Estamos hablando todo el rato del impacto en el tú a tú, en el vínculo, el uso abusivo de pantallas impacta también en la autoestima, en la relación con uno mismo?
R: Sí, el trato que nos dan desde fuera refleja la imagen que los otros tienen de nosotros, y contribuye a formar nuestra propia imagen y autoestima. Estamos diciendo que los niños necesitan ser mirados, sentirse parte, tener un vínculo, tocar, oír, moverse, experimentar. Todo eso no lo da la pantalla. Al contrario, la pantalla roba tiempo de relación y en niños pequeños el tiempo de relación es tiempo de vínculo. ¿Si mientras el niño juega a nuestro lado estamos constantemente mirando el móvil, sin contacto visual, sin atención conjunta, oirá que estás allí para él?
P: ¿Qué pasa cuando un niño o una niña está tan absorbidos por las pantallas que no tienen tiempo de jugar con otros niños?
R: En un estudio médico reciente se demostró que los niños actuales se mueven mucho menos que los niños de hace veinte años. El niño nace con una predisposición natural en las relaciones con los otros y en los vínculos afectivoemocionals. El uso de las pantallas reduce mucho sus experiencias afectivas. Las psicólogas infantiles que entrevisté para hacer el informe me explicaban que cada vez les llegan niños más sedentarios, con menos curiosidad por el mundo. No les importa estar horas en la trona porque ya tienen el móvil o la tableta para entretenerse. Y el movimiento, el lenguaje y el desarrollo están estrechamente ligados. Un estudio hecho el año pasado por el Instituto Tecnológico del Producto Infantil y de Ocio con más 600 familias demostró que entre las criaturas de 1 a 3 años, el 84% superaba el límite de exposición diaria que aconsejan los expertos. Y un 24% del tiempo libre de los niños entre 0 y 12 años estaba dedicado al consumo de pantallas.
P: ¿Sin embargo, por qué los niños (y también las personas adultas) se enganchan tan fácilmente a las pantallas? ¿Como explicarías los conceptos de velocidad y gratificación?
R: Eso está muy estudiado a nivel cerebral, no sólo a nivel infantil sino para todo el mundo. La tecnología, en general, lleva inherente dos factores: la velocidad y la gratificación. Por una parte, la velocidad es cada vez más exagerada. Antes, arrancábamos el ordenador de la oficina y nos íbamos a colgar el abrigo mientras la pantalla se ponía en marcha. Ahora, si una página no se descarga en 2 segundos, me pongo nerviosa. Lo mismo pasa con los productos audiovisuales, incluso pensados para los niños y niñas. Son muy rápidos, y eso hace que en el cerebro se le imprima una velocidad que hace que, después, la vida real la vean más lenta y aburrida. Están acelerados, cuando la realidad es más lenta y pide interacción para comprenderla.
Por otra parte, la gratificación inmediata, la recompensa inmediata, nos proporciona una dosis de dopamina en el cerebro que hace que cada vez queramos más y más. Eso está estudiadísimo, y los adultos lo experimentamos cada vez que el algoritmo de Google nos lleva a contenidos que nos gustan, que nos aportan una gratificación, y que nos hace querer más y que no queramos salir de aquella página.
Todo lo que ofrecen las pantallas está pensado porque nos quedemos el máximo de rato posible. Los adultos lo sabemos, y como tenemos una pizca más de control porque nuestro cerebro ya está desarrollado más racionalmente, tenemos más herramientas para romper esta dinámica. Pero los niños pequeños, no. Su cerebro se está construyendo, y las pantallas provocan un exceso de dopamina en su cerebro y como consecuencia una adicción.
Las psiquiatras infantiles que entrevisté me insistieron mucho en la importancia de que la dopamina le llegue al cerebro de manera natural, con interacciones reales con su vida, para desarrollar un sistema de recompensa donde existan la espera, el esfuerzo o la motivación. Ser capaz de levantar una torre de construcciones te da un chute de dopamina y por el camino has trabajado la tolerancia a la frustración, la capacidad de postergar la gratificación … todo eso no te lo da la pantalla.
P: Justamente estos retrasos y estas consecuencias en el desarrollo de los niños (problemas de alimentación, trastornos del lenguaje, problemas oftalmológicos, de capacidad de atención …) a menudo se detectan en primera infancia en los jardines de infancia. ¿Qué pueden hacer las maestras?
R: Efectivamente, desde los jardines de infancia están detectando cada vez más retrasos en el desarrollo de los niños y niñas a causa de un abuso de las pantallas. Estos trastornos de los que hablas son cada vez más frecuentes. El problema es el de siempre: ¿como hacer llegar este mensaje a las familias, si, a menudo, son ellas mismas las que no hacen un buen uso de las pantallas? ¿Cómo avisas sin que haya una confrontación? En este sentido, a las personas que educan en el jardín de infancia les llegó una ayuda potente: el informe que emitieron las asociaciones de pediatría, tanto en el ámbito catalán como de toda España.
Muchas educadoras explican que estas recomendaciones las han ayudado mucho, para tener un “papel” en el que apoyan cuando hablan con las familias. En general, todos los padres y madres quieren lo mejor para sus hijos, e intentan hacerlo bien, aunque a menudo las circunstancias diarias lo ponen muy difícil, y, además, no olvidemos que los efectos adictivos de la pantalla son para todos, también para los adultos educadores.
Hay jardines de infancia que han desarrollado actividades para recordar a las familias cosas que se hacían antes, como juegos de regazo, canciones (no poner una canción en el Youtube). Buscar alternativas, hacer juegos con cosas de casa como los tuppers o las botellas vacías … Reivindicar el contacto y la relación. Incluso hay jardines de infancia que han colocado un cartel donde pone “Espacio libre de móvil”, equivaliendo a los carteles sobre el tabaquismo. Me parece una buena idea. Recientemente, en un viaje a Londres, vi en la salida de un jardín de infancia un cartel donde ponía: “Greet them with en smile, not with en mobile,” (que en inglés hace rima): “Salúdalos con tu sonrisa, no con un móvil”.
P: ¿Y las bibliotecas? ¿Cómo pueden contribuir a minimizar este predominio de las pantallas en la vida de los niños?
R: Creo que llevando a cabo eso que dice el cartel del programa de hoy, eso de “dar vida en los barrios” (…) Iniciativas como la “hora del cuento” ponen en valor el hecho de explicar cuentos a los niños de viva voz, no con un audiocuento en la mesilla. El valor de la voz, del tacto, de las emociones en directo…
Recordemos lo que nos decía Laia al principio. En el programa de investigación llevado a cabo por el Instituto Infancia y Adolescencia de Barcelona, los niños y niñas nos piden que los ayudemos a utilizar las pantallas bien, y piden también que les ofrezcamos alternativas divertidas de cosas a hacer, fuera de las pantallas. Pues bien, en la biblioteca hay infinidad de cosas a hacer, alternativas a las pantallas que nos recuerdan que un libro, un juego, un taller, son proyectos mucho más estimulantes que quedarse enganchado mirando una pantalla.
Pero, además, considero que cualquier cosa que se lleve a cabo para minimizar el uso de las pantallas se expande como una mancha de aceite, multiplicando los efectos beneficiosos. Por ejemplo, muchas madres expresan su preocupación a las educadoras del jardín de infancia … pero no para su bebé, sino para su hermanito mayor. En este sentido, todo lo que se haga será un tipo de “dos en uno”, porque un niño no es una isla, está rodeado de hermanos, adultos, él mismo crecerá … todo lo que se haga será positivo.
P: ¿Y las familias? ¿Qué pueden hacer las madres o padres que estén preocupados y sensibilizados por esta cuestión?
R: Lo primero, mirarse en el espejo. Analizar cuál es nuestra relación con la tecnología y tratar de instaurar un buen plan digital familiar. De la misma manera que intentamos llevar una dieta sana a la hora de comida, intentar tener una dieta digital sana.
Cuando llega una criatura a casa, el cambio en tu vida es tan grande, descubres tantas cosas de ti que no sabías, que vale la pena aprovechar el estruendo para mejorar tu relación con las pantallas.
P: ¿Y qué se podría decir a las familias que tienen la sensación (o la certeza) de haber estado haciéndolo mal hasta ahora? ¿Sueño a tiempo de revertir los efectos?
R: Muchas profesionales con quienes he hablado, también para hacer otros reportajes, se lamentan de que parece que hay un sentimiento de dimisión por parte de muchos padres, que dicen que su papel educador es muy difícil de llevar a término, que se sienten como David contra Goliat. La buena noticia es que hay estudios que dicen que nunca es demasiado tarde, y que la sobreexposición en las pantallas tiene efectos nocivos para los niños, pero que son reversibles si se actúa rápido y de manera contundente. La implicación de la familia tiene un peso importante en el resultado final.
P: En el informe pones sobre la mesa la necesidad de un trabajo compartido y complementario entre jardín de infancia, pediatras, CDIAPS, etc. ¿Existe realmente un trabajo interdisciplinario y coordinado?
R: Creo que cada vez más, porque cada vez somos más conscientes de todo lo que implica. Quien no está informado actualmente sobre los riesgos del abuso de la tecnología es porque realmente no quiere. ¿Cuando Anna Ramis promovió el manifiesto Infancia y pantallas 0-6, raíz de todo el proceso de divulgación que hizo y de la publicación del libro “De 0 a 3, pantalles res”?(Ed. Eumo), se implicó mucha más gente, profesionales de todos los sectores, en un tsunami interdisciplinario que no ha parado de crecer.
P: Hay que decir que esta difícil relación entre niños-pantallas ha sido (y es) objeto de debate, de estudio y de recomendaciones por parte de diferentes sectores. ¿Cómo las podríamos resumir?
R: Estas recomendaciones son, resumidamente: de 0 a 3 años, nada de pantallas. De 4 a 6, exposición limitada y acompañado de un adulto, y menos de media hora al día. Y de 7 a 12 años, incremento progresivo con supervisión y hasta una hora diaria máximo, y con revisión de contenidos. Y no antes de los 16 años, dar a los niños un teléfono móvil inteligente y establecer un contrato o compromiso de uso.
Y como me decía una de las psiquiatras infantiles que entrevisté animar y empoderar los padres y madres. Que se detengan a pensar y que rescaten al niño o la niña que fue, que tienen dentro, porque tienen recursos y son los que mejor conocen a sus hijos.
Queda claro, pues, que la responsabilidad de las familias es muy grande, pero también la administración pública hace falta que acompañe y dé apoyo a las familias para que puedan garantizar el entorno de crianza que necesitan sus hijos e hijas, ya que la crianza es compleja y hay contextos educativos y socioeconómicos muy diversos a la sociedad. Y, no hemos mencionado, pero vale la pena hacerlo, que también hay una responsabilidad importante por parte de las empresas tecnológicas (y, en consecuencia, por parte de los gobiernos a la hora de regular-lo) porque están generando productos que tienen claramente un componente adictivo dirigido a la infancia. Así pues, eso no va de responsabilidades individuales, sino de una responsabilidad colectiva de cuidar los niños y niñas y preservar su infancia y sus entornos de crecimiento.