CRISTIANISMO | La Reforma i la educación

Cuando hablamos de la Reforma protestante del siglo XVI no hablamos solo de un cambio de paradigma religioso. En forma de vasos comunicantes, reforma religiosa, política y social se producen como la semilla de una modernidad que estaba llamando a las puertas de Europa.

En el siglo XVI, la gran mayoría de la población era analfabeta, tan solo aquellos que tenían una posición acomodada se podían permitir el lujo de saber leer y escribir, y era habitualmente dentro de los espacios religiosos donde más alfabetización se podía encontrar. Pero una de las aportaciones religiosas fundamentales de la Reforma como fue el sacerdocio universal transformó este paradigma social, porque unas de las consecuencias fue, precisamente, el acceso libre al texto bíblico, pero para acceder a él había que poder leer (Antonio Viñao, http://campus.usal.es/~efora/efora_03/articulos_efora_03/n3_01_vinao.pdf, pág. 9: “La Reforma protestante o el desarrollo comercial, el fortalecimiento y expansión de la burocracia estatal o las exigencias de un ejército moderno habían actuado de forma más o menos ininterrumpida como factores favorables para la alfabetización y difusión de la cultura escrita”).

Así pues, desde la Reforma se impulsará la educación y la alfabetización de toda la población, y se hará desde la convicción de que tienen que ser los gobiernos, y no las instituciones religiosas, quienes emprendan esta tarea (Lutero, Sermón para que se manden los hijos a la escuela, 1530: “Considero que es un deber de la autoridad obligar a los súbditos a que manden a sus hijos a la escuela [...]. Pues la autoridad realmente tiene el deber de preservar los oficios [...], tienen que obligar a los súbditos a mandar a los hijos a la escuela. Porque aquí se trata de una guerra peor contra el maldito diablo, que trata de succionar solapadamente las ciudades y principados, vaciándolos de personas capacitadas”).

Esta educación pública y que es cuestión de Estado tenía que estar abierta a toda la población, tuviera la posición social que tuviera y fuera del sexo que fuera, aunque la sociedad todavía acarreaba el pensamiento medieval; para Lutero, la educación de los chicos tenía que ser de cuatro horas diarias, y la de las chicas, de dos, pero el simple hecho de que considerara necesario que las chicas también tuvieran que aprender a leer, escribir y hacer cuentas suponía un cambio radical en lo que había imperado hasta entonces (Lutero, Sermón para que se manden los hijos a la escuela, 1530: “[...] es necesario educar tanto a las chicas como a los chicos”).

Así pues, la Reforma fue, desde sus inicios, un factor crucial para el desarrollo educativo (en 1524 Lutero ya escribía “a los concejales de Alemania, para recordarles su deber de crear y mantener escuelas cristianas”). Para Lutero, la educación tendría dos vertientes fundamentales: en primer lugar, las autoridades, que tienen que priorizar, financiar y crear las condiciones adecuadas para que los niños y las niñas puedan estudiar; y, en segundo lugar, los padres, que, incluso a riesgo de que el conocimiento pueda poner en cuestión aspectos de la fe, tienen que fomentar que las ciudades se llenen de ciudadanos y ciudadanas con capacidad de pensar.

Esta fuerte lucha y convicción, ante la necesidad de que todo ciudadano pudiera acceder a una mínima, pero buena, educación proviene no tan solo de la influencia del humanismo en Lutero, o de la necesidad de tener gente formada para el desarrollo de las ciudades, sino también de sus convicciones teológicas, que quedaron en el ADN de las confesiones históricas reformadas (Lutero, Carta a los concejales, 1524: “[...] entre todos los pecados exteriores que comete el mundo, ninguno es tan grande ante Dios, ni merece pena tan severa, como, precisamente, el que cometemos con nuestros hijos si no los educamos”).

Es de este espíritu del que beberían las generaciones siguientes de los protestantes históricos; en nuestro país, la obra educativa metodista sería un referente durante los años de libertad religiosa que se pudieron vivir durante el siglo XIX y principios del siglo XX. Su historia queda sobradamente recogida en el libro L’obra metodista a Catalunya i les Balears, de la historiadora Carme Capó.

La política, la concepción del género, las obligaciones de los estados hacia la ciudadanía, la educación... Todos los ámbitos de la vida se transformaron con esta semilla, que fue creciendo desde el siglo XVI hasta nuestros días. La libertad que ofreció el protestantismo al ser humano lo convertía en agente activo socialmente, y por eso debía ser, sobre todo, instruido y con capacidad de discernimiento. Esta aportación de la Reforma al ámbito pedagógico y educativo dio el impulso necesario a la modernización de las escuelas en toda Europa. Espacios donde el foco de interés era el estudiante, sin obligaciones religiosas impuestas por parte del centro, porque la labor era la creación de ciudadanos capaces, escuelas donde la lengua local y materna era primordial en la enseñanza, que fomentaron la traducción de los textos a lenguas vernáculas (así primero en la Alemania de Lutero, pero también en nuestro territorio con el catalán), modernas técnicas pedagógicas y la capacidad de hacer nacer de las aulas espacios de relación que traspasaran las cuatro paredes, con la mezcla de edades, género, condiciones sociales o pensamiento político, que fomentaron la cohesión social, son singulares ejemplos de cómo los pensamientos teológicos de la Reforma influyeron no solo religiosamente sino también socialmente.

Es importante no olvidar que hay una aportación enriquecedora en la creación de la ciudadanía digna en los espacios protestantes, y valorar esta labor que, con una escuela pública de muy alta calidad, quizás hoy ya no es necesaria, pero que nos ofrece los cimientos para seguir luchando y trabajando por una escuela pública, digna y plural, arraigada en los territorios y fomentadora de una ciudadanía libre.

 

Marta López y Ballalta

Pastora de la Iglesia Protestante de Barcelona-Centro