LA ENTREVISTA | Pierre Tevanian: “Cuando se impone la neutralidad en el espacio público, eso quiere decir, ni más ni menos, que no tienes libertad de expresión”
Pierre Tevanian es un ensayista y activista francés y profesor asociado de filosofía en Sena Saint-Denis (Drancy). Ha participado junto con Lori Beaman y Rajeev Bhargava en la mesa redonda “La secularización en el orden normativo de los estados. Los casos de Francia, India, Estados Unidos y Canadá”, en las jornadas “Política y pluralismo religioso en un mundo secular”, organizadas por la Oficina de Asuntos Religiosos.
Con él conversamos sobre el modelo de laicidad en Francia, distinguiendo entre la laicidad francesa histórica y las derivas más recientes, que, según él, coartan las libertades individuales y se ensañan con las minorías religiosas, especialmente los musulmanes.
Para empezar, ¿puedo pedirle que se presente? ¿Quién es Pierre Tevanian?
La presentación es simple. Soy profesor de filosofía en un instituto y también soy autor de ensayos y animo con Sylvie Tissot el colectivo Les mots sont importants (LMSI), que publica análisis críticos y textos comprometidos en internet, y soy un ciudadano comprometido con diversas luchas, sobre todo con la lucha antirracista.
Ha participado como ponente en las jornadas “Política y pluralismo religioso en un mundo secular” hablando del modelo francés de la laïcité, con el cual es muy crítico. ¿Cuáles son las particularidades de este modelo y cuáles son las principales críticas que formularía sobre el mismo?
La idea que yo defiendo es que lo que a menudo llamamos el modelo francés de laicidad no es siempre fielmente presentado. Lo que yo he querido mostrar en mi intervención en las jornadas es que no existe un modelo. Sí que existe una historia francesa singular de la idea y la práctica de laicidad. Pero lo que yo he querido subrayar es que no existe un único modelo.
Inicialmente, existe un modelo que es el que empieza en los años 1880 con la Ley Jules Ferry sobre la escuela y después con la gran Ley de 1905. Ha habido grandes conflictos, diferentes tendencias, modelos que estaban en competencia, y el que se impuso, en todo caso en la legislación, fue un modelo que ya existía en la ley sobre la escuela de los años 1880. La idea que yo defiendo es que este modelo es muy diferente del modelo de los años noventa, en la ley desde 2004 y otras leyes y políticas públicas que han seguido sobre el tema de la laicidad. Por lo tanto, cuando decimos que el modelo francés es equívoco, ¿hablamos de la tradición de 1905 y que ha estado “reinando” durante un siglo? ¿O hablamos de las evoluciones recientes? Más que de evolución yo hablo de revolución.
Por lo tanto, ¿qué tiene de específico la tradición francesa laica que se encuadra en la Ley Jules Ferry o en la Ley de 1905? Lo que tiene es que separa las autoridades religiosas de las autoridades políticas con el objetivo de establecer las mejores condiciones posibles para alcanzar una coexistencia pacífica e igualitaria, y preserva la libertad de conciencia, de culto, de expresión religiosa –particularmente, pero también no religiosa– de manera igual en el conjunto de la ciudadanía sabiendo que hay ciudadanos que tienen referencias religiosas diversas. Esto no es propio solo de Francia, pero es el espíritu de la Ley de 1905 y es, de alguna forma, el espíritu de la Ley Jules Ferry sobre la escuela. Entonces, esto pasa por una serie de leyes que son, sin duda, las mismas que en otros países. Sin embargo, para mí, no es una tradición, un modelo que sea tan diferente de otras formas de secularismo que podemos encontrar en otros países. Lo que, por el contrario, es muy diferente es la evolución reciente.
En esta evolución reciente, efectivamente, existe una especificidad: es una laicidad que deja de ser un principio de organización de la vida colectiva para convertirse en un modelo identitario. Yo desarrollo la idea de “secularismo identitario”. Es una particularidad y es una crítica que yo hago.
¿Puede detallar, por favor, en qué consisten estas críticas a las evoluciones recientes de la laïcité?
Mi crítica se centra sobre todo en esta revolución conservadora reciente. Con respecto a la tradición francesa, no se trata de sacralizarla, pero yo hago sobre todo un elogio de ella. Creo que es una herencia que ha hecho mucho bien a la sociedad francesa. Evidentemente, en los detalles hay, sin duda, cosas criticables y, en todo caso, cosas específicas, diferentes, formas de hacer que no son exactamente las mismas que en otros países. Sin embargo, el espíritu de las leyes sobre la escuela y la Ley de 1905 en Francia es un espíritu que puedo calificar de libertario e igualitario.
Sí que podemos hablar de especificidades como la neutralidad de los agentes de servicios públicos, para que los servicios públicos beneficien por igual a todos los usuarios. La imposición de neutralidad a los agentes de servicios públicos es una cosa que en Francia ha tomado una forma un poco diferente de, por ejemplo, en el Reino Unido. En Francia se entiende que la apariencia de la persona también se incluye en esta necesidad de neutralidad. Al mismo tiempo, existe otra concepción, que yo tampoco veo mal, que considera que no es en la apariencia física y vestimenta que se tiene que manifestar la neutralidad, sino en la forma de prestar el servicio, de ejercer su misión de servicio público. Debe tratarse a todos los usuarios de forma igualitaria. Es otra forma de concebir la neutralidad de los agentes públicos. La forma francesa que va más lejos, imponiendo a los agentes de servicios públicos una neutralización de su apariencia, me parece criticable, pero no me parece muy grave. Sí que me lo parecen las evoluciones recientes, que imponen la neutralidad a los usuarios de servicios públicos.
Es sobre todo esto lo que yo critico de forma muy severa, porque es “liberticida”, por un lado. Por ejemplo, en las evoluciones recientes está esta forma de maximizar o hiperbolizar la noción de neutralidad. Hacer de ella no un simple medio y algo relacionado con el espacio público como un espacio para que los ciudadanos puedan expresarse de una forma u otra, sino una especie de principio que toma mucho más espacio en el discurso. Desde un punto de vista estrictamente cuantitativo, la palabra “neutralidad”, el imperativo de neutralidad en la tradición francesa laica, no tiene la importancia que toma hoy en día. La palabra clave es separación de la autoridad política y religiosa, más que neutralidad. Cuando separamos las autoridades políticas de las autoridades religiosas, eso implica también, evidentemente, que los agentes del estado se adhieran a una forma de neutralidad. Yo defiendo esta neutralidad, pero con lo que hacemos hoy, que es imponerla como un imperativo sobre las personas, sobre los individuos, estamos en las antípodas del principio de la laicidad.
Una máquina política que tiene que maximizar las posibilidades de libertad de expresión de todos los ciudadanos, sean cuales sean sus convicciones, se convierte en rigurosamente lo contrario. Cuando se impone mantenerse neutro en el espacio público, eso quiere decir, ni más ni menos, que no tienes libertad de expresión. Porque expresarse es, por definición, salir de la neutralidad. Pues aquí vemos una evolución reciente catastrófica e, incluso, delirante de la idea de laicidad en torno a esta idea de neutralidad en la Francia de hoy en día que yo critico intensamente.
Ha escrito recientemente que las políticas de reafirmación de la laïcité en Francia, de las cuales es una buena muestra la reciente Loi confortant le respect des principes de la République, también llamada Loi contre le séparatisme (24/8/2021), son en realidad “políticas de redefinición de la laïcité”. ¿Podría explicar en qué sentido el actual gobierno de Emmanuel Macron está “redefiniendo” la laïcité?
La ley contra el separatismo y todo el discurso y prácticas de políticas públicas desde los atentados prolongan esta revolución conservadora; diría que, sobre todo, en el último gobierno. El gobierno actual le da continuidad, algunos ministros la radicalizan, pero sigue este movimiento que, para mí, fue impulsado desde 2004 y que ha sido seguido, más o menos, por todos los gobiernos desde entonces. Eso consiste, por ejemplo, en una redefinición y desplazamiento, una invasión de la vida pública por el principio de neutralidad de una forma que es completamente delirante y liberticida, ya que el imperativo se hace sobre los individuos, sobre los ciudadanos. Otra idea que también he desarrollado es que no solo es el principio de libertad el que se ataca, sino también el de igualdad, porque evidentemente esta mutación no se hace de forma equivalente para todo el mundo. Opera sobre todo para los musulmanes, una minoría religiosa. Si bien, colateralmente, hay otras víctimas como los sijs, ¿alguien se cree que en virtud de esta nueva forma de laicidad y con la loable preocupación de ser equitativo se dirá que no es laico si hay un Papá Noel en algún sitio? ¿O si alguien lleva una cruz? Puede haber ciudadanos “antirracistas” o “universalistas” que universalizan esta redefinición de la laicidad y que la imponen a todo el mundo, pero no se ha hecho con este espíritu, y la mayor parte del tiempo se aplica de forma sesgada. La mayor parte del tiempo opera de forma selectiva focalizándose en una minoría estigmatizada.
¿Cómo se manifiesta esto en el último gobierno en Francia? En primer lugar, con esta forma de utilizar a diestro y siniestro la palabra laicidad en lugar de circunscribirla como un dispositivo político que tiene su utilidad, que tiene su interés, que tiene valor, pero que no es la solución de todos los problemas sociales. Todo lo contrario, hacemos una especie de panacea de ella y la evocamos de forma mágica como la solución de todos los problemas. Por ejemplo, es alucinante ver como tras los atentados mortíferos que tuvimos en Francia, enseguida se invocó la cuestión de la laicidad. Ya fue el caso del gobierno de François Hollande. Por lo tanto, se traza un vínculo directo entre unos atentados mortíferos y un problema de laicidad como si una mayor reafirmación, una mejor defensa de la laicidad, nos protegiera de atentados terroristas. Como si fueran cuestiones que están directamente ligadas. Pues bien, me parece que para comprender la monstruosidad de estos atentados no es necesario cometer infracciones a la laicidad. Estamos hablando de otra cosa. Aquí no es el principio de la laicidad el que se pisotea, sino un fundamento más básico de la vida en sociedad como es la no violencia, la prohibición del asesinato y la necesidad de resolver pacíficamente los conflictos. No creo que la motivación de la gente que comete estos atentados sea simplemente que no pueden comprender la laicidad. Había una cosa aberrante, muy naíf, en la idea de que la solución podía venir de una mejor defensa de la laicidad en la escuela. Yo pienso que el problema de la gente que entra en esta deriva ultraviolenta, terrorista, no deriva del hecho de que en la escuela hayan aprendido mal o no hayan aprendido a respetar lo suficiente el principio de laicidad. Es aberrante y muy sorprendente que, desde que se produjeron los atentados, de aquella redefinición conservadora de la laicidad se ha hecho un concepto que permite pensarlo todo y resolverlo todo.
Hablaré de otro ejemplo que ilustra lo que he dicho. Hay ministros, como el ministro de Educación, que son radicales y entran verdaderamente de la forma más absurda, violenta, brutal, liberticida y antiigualitaria en la deriva que he descrito. Hablo principalmente del ministro de la educación nacional, en asuntos como la ofensiva para evitar que las madres de alumnos lleven fular cuando acompañan en las salidas escolares. Es uno de sus campos de batalla. De momento no lo ha conseguido, pero ha hecho cosas como campañas contra el velo. Últimamente, de forma un poco más cómica, ha habido una campaña que ha financiado carteles completamente delirantes sobre el tema “esto es la laicidad” en los cuales se incluyen muchas cosas que no tienen nada que ver con la laicidad. Por ejemplo, en uno de los carteles de la campaña se dice que lo que permite que Mohamed y Sara se bañen en la misma piscina es la laicidad. Hay nombres que se asocian a pertenencias religiosas diferentes, y, principalmente, las minoritarias. Hay cosas como “reírse de las mismas bromas”. Si Sara y Mohamed se ríen de las mismas bromas es gracias a la laicidad. Se convierte en una palabra que, a base de decirlo todo, no dice nada.
Y la última cosa que marca las evoluciones recientes es la forma como Gérald Darmanin, el actual ministro del Interior, en su último libro –que es totalmente delirante, porque hace un elogio de Napoleón sin criticar su representación y su lenguaje antisemita– se reclama heredero de Napoleón. De hecho, esto es un poco nuevo, aunque Éric Zemmour también lo hizo. Reescribe la laicidad francesa en la forma como Napoleón gestionó los cultos, que no era en absoluto laica. Hace un tipo de choque espaciotemporal y conceptual. Lo que realmente es la referencia para el concepto de la laicidad son la Ley de 1905 y la Ley Jules Ferry. Sin embargo, él va a buscar otros modelos más antiguos y todavía más liberticidas y discriminatorios, que son la forma como Napoleón gestionó los cultos en general y, particularmente, la “cuestión judía”, de una forma extremadamente brutal y racista.
En 2013 publicó el libro Odio a la religión: cómo el ateísmo se convirtió en el opio de la gente de izquierda. ¿Cuál es, a su parecer, la actitud general que los partidos franceses de izquierda tienen ante el hecho religioso? ¿Y, más específicamente, ante el islam?
Pienso que, globalmente, la izquierda francesa tiene una relación problemática con, efectivamente, la religión en general y el islam en particular. Según las corrientes, según las personas es más la religión en general o más el islam en particular, y, en cierta manera, son dos cuestiones que tienen también su autonomía. Es decir, que la izquierda francesa, por una parte, puede tener un problema con la religión y, por otra, puede tener un problema con el islam que no tenga como causa principal un problema con la religión, sino un problema con el racismo, con el pasado colonial, con todas estas cuestiones. Sería muy complejo hablar de todos los matices, pero sí, globalmente la respuesta es sí.
Escribí este libro porque el problema con la religión y el islam va de la izquierda más centrista a la izquierda radical. Por un lado, existen una serie de prejuicios racistas, islamófobos, simplemente heredados de una cultura colonial que se ha transmitido de generación en generación y que no se ha deconstruido nunca del todo. En todo caso, a partir del momento en que hay islam, islam visible, islam reivindicado, la idea de que eso supone un peligro para los derechos de las mujeres, que existe una relación con la violencia, etcétera, son representaciones que se construyeron y transmitieron en el contexto del colonialismo francés, y la izquierda no quedó indemne.
Además, hay otra cuestión que no es la misma y que se añade: que es lo que yo llamo una forma de complejo de superioridad de los ateos sobre aquellos que todavía “no han dado el paso”. Es una de las cosas que yo he desarrollado en La haine de la religion. Y hago un llamamiento a la humildad y, particularmente, a comprender que incluso cuando uno ha “dado el paso” o, en todo caso, se ha separado de la creencia en los dioses, no es seguro que haya “dado el paso” de separarse de la creencia en muchos otros ídolos. Y cito, por ejemplo, el mérito y el talento en el éxito escolar. Tomo este ejemplo porque los profesores y maestros son un colectivo de un oficio muy anclado a la izquierda entre los cuales este complejo de superioridad existe en muy buena medida. Es un colectivo en el cual persiste la creencia en el mérito, a pesar de todos los trabajos de Bourdieu y otros que la han refutado –dando voz y mostrando que también tienen un papel los condicionantes sociales, económicos, etcétera.
Entonces, si me preguntas por un retrato más preciso de si estas ideas se encuentran más en el partido socialista, entre los ecologistas, los comunistas, los anarquistas…, es complejo. En todo caso, la persistencia de las representaciones islamófobas o, más globalmente, una relación problemática y un poco condescendiente con la religiosidad, en general, atraviesa todas las tendencias de la izquierda. Encontraremos personas que tienen estas ideas y otras que las combaten en casi todas las familias políticas.
¿Podría hacerse extensivo este análisis al contexto de las izquierdas europeas?
Quizás no conozco tan bien todos los contextos específicos, pero, para empezar, las representaciones orientalistas, islamófobas, existen por toda Europa, estoy seguro. Quizás no están tan arraigadas como en Francia y habría que ver cada caso, pero pueden encontrarse en todas partes. La relación compleja con la religión y lo que yo denomino “complejo de superioridad de los ateos” podemos encontrarla también. La prueba es que Marx, Lenin, Trotski y otros autores como Rosa Luxemburg o el filósofo Ernst Bloch, que son autores que yo he trabajado en La haine de la religion, son gente que justamente han criticado esta visión un poco demasiado unilateral de la religión como algo necesariamente retrasado, reaccionario, etcétera. Y si estos autores, alemanes, sobre todo, pero también de otros países, han tenido que defender esta visión, es que la posición contraria existía también en su entorno. De todos modos, yo tengo la impresión, y es solo una impresión, de que el odio a la religión o el desprecio a la religión y la fobia o el desprecio o el odio al islam (que tienen, efectivamente, dos genealogías diferentes) existen en Francia de forma particularmente fuerte en comparación con otros países europeos.