Cuatro comunidades religiosas tocan a la puerta del MUEC para dialogar sobre sus piezas

La sede Montcada del Museo Etnológico y de Culturas del Mundo (MUEC) acogió, el sábado 14 de setiembre, la actividad “Patrimonio y religiones vivas: las comunidades de Barcelona en el Museo Etnológico y de Culturas del Mundo”, coorganizada por la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) y el MUEC en el marco de la Noche de las Religiones. Consistió en visitas comentadas por las colecciones sobre el hinduismo, el budismo, el cristianismo ortodoxo etíope y la tradición yoruba, de la mano de personas pertenecientes a estas comunidades.

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04/10/2024 - 09:13 h

Los museos son un espacio de encuentro entre la cultura y la ciudadanía, el escenario idóneo para establecer un diálogo entre la realidad de la sociedad actual y su pasado. Este diálogo toma una dimensión más profunda cuando se incorpora el hecho religioso y deja entrever conexiones, tanto en una misma comunidad como entre varios grupos humanos, dilatadas en el tiempo. La actividad “Patrimonio y religiones vivas: las comunidades de Barcelona en el Museo Etnológico y de Culturas del Mundo”, coorganizada por la Oficina de Asuntos Religiosos (OAR) y el Museo Etnológico y de Culturas del Mundo (MUEC), quiso subrayar precisamente estas conexiones entre la pluralidad religiosa de la ciudad y las raíces de las comunidades que la constituyen.

Consistió en dos visitas: una para la colección de Asia y la otra para la colección de África, donde personas representantes del budismo, el hinduismo, el cristianismo ortodoxo etíope y el culto yoruba de Brasil comentaban varios objetos y figuras religiosas de sus respectivas creencias. La actividad comenzó con una breve contextualización por parte de una educadora sobre el museo, nacido en 2017 de la fusión entre el Museo Etnológico de Barcelona, el Museo Etnológico y Colonial y el Museo de las Culturas del Mundo, y dividido en dos sedes, la de Montjuïc y la de Montcada. Esta última reúne colecciones de África, Asia, Oceanía y América, que resultan de la colaboración entre el empresario y coleccionista Albert Folch y el escultor y colaborador del Museo Etnológico, Eudald Serra. A partir de los años 40, Folch y Serra hacen una serie de viajes “con una mirada hacia un exotismo basado, evidentemente, en el racismo, y visitan lugares como Guinea Ecuatorial, Tíbet o Camboya para comprar piezas”, lo que da lugar a las colecciones que hoy se alojan en la sede Montcada del MUEC, donde tuvo lugar la actividad.

“Hoy”, continuó la educadora, “el objetivo del Museo es ser consciente de este pasado, por eso siempre se rastrea el origen de las piezas”. También permiten esta contextualización actividades como la del 14 de setiembre, que continuó con la presentación de algunas piezas del culto hindú por parte de Nayan Das, de la Asociación Cultural Hindú de Barcelona. La de Krishna fue la figura introductoria, “la cabeza de la creación, aquel que observa y expande sus energías en forma de avatares que hacen sus encargos”. La pieza siguiente fue la estela de Vishnu y Lakshmi sobre Garuda (Rājasthān, India, siglos xiv-xvi), donde Vishnu, el avatar encargado de la creación, aparece con Lakshmi, su mujer y energía femenina, diosa del mantenimiento. Nayan Das también presentó la escultura de Shiva y Pávarti, donde habló de Shiva, “el destructor, el Mahadeva o gran dios”, que está junto al grupo escultórico de Durga matando al demonio búfalo (Himachal Pradesh, India, siglos xiv-xv), que aunque aquí aparece con cuatro brazos, tiene diez, cada uno con un arma.

La visita a la colección sobre el budismo la condujo Glòria Puig, presidenta de la Coordinadora Catalana de Entitades Budistas, que explicó la figura de Buda a través de diferentes piezas. Nacido Siddharta Gautama, era príncipe de una región del actual Nepal que vivía en total comodidad hasta que, en una visita a la ciudad, contempló por primera vez la enfermedad, la muerte y la pobreza, y quedó tan impresionado que decidió dedicar su vida a buscar la manera de superar el sufrimiento. Después de estudiar con diferentes maestros, se retiró a la montaña a meditar en un estado ascético total. “No comía, no bebía, dormía en una cama de pinchos… Quedó consumido, parecía un esqueleto”, explicaba Puig, ante la pieza Buda histórico Sakyamuni en ayunas (Afganistán, siglos ii y iii), que representa precisamente este estado de Buda. Pero no fue hasta que, a raíz de un sueño, volvió a un ascetismo menos radical y encontró la iluminación. En la colección hay muchas esculturas que representan este momento, en el que Buda tiene una mano en el regazo y la otra tocando el suelo, “el mudra (posición) de la iluminación (como el del Buda de la medicina Bhaisajyaguru, Tíbet, siglos xviii y xix), un gesto que indica que pone la tierra como testimonio de su esfuerzo”. Puig también presentó figuras que testimonian otras claves del budismo, como figuras andróginas que señalan la superación de la dualidad hombre-mujer (como el Cakrasamvara unido a su consorte, Dakini Vajravārāhī, Nepal, siglo xvi), o los budas de la compasión, con más de dos brazos.

La colección sobre el cristianismo ortodoxo etíope la condujo Ayalkibet Hundesa, que, a pesar de no ser practicante, proviene de un contexto profundamente implicado en esta creencia. La visita se centró, sobre todo, en presentar tres cruces. Dos de estas son cruces procesionales (siglos xviii y xix), artefactos que se utilizan en diferentes celebraciones y que son diferentes para cada iglesia, ya que “llevan símbolos que identifican el templo al que pertenecen”. La tercera cruz, una “cruz de mano” (Addis Abeba, Etiopía, siglos xviii y xix) de madera, es un ejemplo de un tipo de cruces de madera pintadas que los sacerdotes ortodoxos etíopes llevan siempre encima, a la que “las personas creyentes saludan y agradecen siempre que se cruzan con un sacerdote por la calle”. Para terminar, Hundesa explicó que la iglesia ortodoxa de Etiopía tiene su propio idioma, el geez: “si no eres practicante y algún día decides ir a la iglesia, no entenderás nada”.

La última visita de la actividad fue en la colección sobre la tradición yoruba candomblé de Brasil, presentada por Luis Fernando Brito Fernández, babalorixá (sacerdote) de este culto. La tradición candomblé se formó en Brasil debido a la diáspora africana provocada por el mercado de esclavitud, que importó las creencias del pueblo yoruba, un gran grupo etnolingüístico del África Occidental, en el continente americano, donde arraigó por medio de la oralidad, porque “los esclavos no sabían escribir”. El candomblé, concretamente, tiene como base el alma y la fuerza de la naturaleza. Brito Fernández lo ejemplificó presentando la figura Osun, diosa del agua dulce y los ríos (Nigeria, año 1920), de quien él fue iniciado como babalorixá: “Yo no escogí a Òşun, Òşun me escogió a mí cuando estaba en el vientre de mi madre”. Es la diosa de los ríos y el agua dulce, pero también del amor, la belleza, la vida y la fuerza femenina. Todo esto se representa en el grupo escultórico de madera, donde la diosa, una mujer negra con una pluma en la cabeza que indica que tiene la menstruación, alimenta a algunos niños dentro de un río, con un pez en el regazo y rodeada de animales.

El babalorixá también hizo referencia al contexto histórico del nacimiento del candomblé: “Durante mucho tiempo, los y las creyentes debían orar a sus divinidades escondiéndolas bajo santos cristianos”. Pero la tradición yoruba todavía es malinterpretada hoy en día: “Se nos etiqueta de brujos y se dice que hacemos adivinación. Pero no, nosotros, los babalorixá, lo que hacemos es orientar, generalmente, con artefactos como este”, decía señalando una “bandeja de orientación Ifá” de madera (Benín, siglos xix-xx). Con todo, la conclusión de la jornada fue que las actividades como esta tienen sentido hoy en día porque abren espacio a las comunidades religiosas para dialogar con la ciudadanía e incluso influir en las formas de difusión de sus costumbres y prácticas, que son patrimonio dentro y fuera del museo.

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Nayan Das

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Glòria Puig

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Luis Fernando Brito Fernández

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Ayalkibet Hundesa