La Iglesia, para incrementar su poder y sabiendo el malestar que generaban los llamados “malos usos” de los nobles, decretó que quedaría excomulgado quien cometiera un acto de violencia a treinta pasos de los templos. De hecho, en el barrio ha quedado un recuerdo a través de la escuela Trentapasses. Las dificultades para hacer cumplir esta norma llevaron a organizar, junto con el campesinado, las conocidas como asambleas de Paz y Tregua de Dios.
La primera tuvo lugar en el Rosellón, entonces un territorio del Principado, en 1027, y en los años siguientes se celebraron varias más. Uno de los grandes impulsores de aquellos encuentros fue el abad Oliba, presente en el nomenclátor de muchos municipios catalanes. En Barcelona, en marzo de este año se aprobó dedicarle una plaza en Sarrià – Sant Gervasi, frente a la universidad que también lleva su nombre.
La nobleza no respetó en todas partes las limitaciones de las sagreras, y los malos usos no desaparecieron del todo hasta cuatro siglos más tarde, con la sentencia de Guadalupe (1486). Sin embargo, fueron decisivas para el progreso social y económico del país, ya que muchas ciudades, pueblos y aldeas nacieron o se expandieron alrededor de templos. No es extraño por tanto que La Sagrera adoptara este nombre, ya que estaba bajo la protección de la iglesia de Sant Martí de Provençals, ahora en el distrito de Sant Martí.
Este hecho, lejos de quedarse en una simple anécdota histórica, ha sido invocado en varios discursos e intervenciones en las últimas décadas. El más célebre fue el que pronunció el compositor Pau Casals ante la ONU en 1971, tras recibir la Medalla de la Paz de la organización: “Catalunya tuvo las primeras Naciones Unidas: en el siglo XI todas las autoridades se reunieron (…) para hablar de paz, paz en el mundo y contra las guerras, la inhumanidad de las guerras… esto es Cataluña”.