¿Cómo empieza el proyecto?
Noctámbulas es un proyecto de la Fundación Salud y Comunidad que, ya desde el año 1999, trabajaba la problemática de las drogas con perspectiva de género. En el año 2013 empezó lo que en principio era una investigación sobre las violencias sexuales en contextos de ocio nocturno y consumo de drogas. Estamos hablando de un momento en que no había ni protocolos, ni puntos lila, ni políticas públicas dirigidas a este tipo de violencias. A partir de aquí, y también con la indignación generada por la violación grupal en Pamplona, decidimos desplegar los protocolos en diversos municipios de Cataluña. La tarea también incluía la sensibilización, la formación y el acompañamiento a todas las entidades e instituciones de acuerdo con todo el trabajo de investigación que habíamos hecho desde aquellos inicios en el 2013.
¿A qué tipo de situaciones concretas ofrecéis vuestra tarea?
Somos un proyecto de prevención y no tanto de atención. Trabajamos en diversos ámbitos y lo que nos pasa es que nos encontramos situaciones de violencia que están muy normalizadas. Las violencias más comunes no son aquéllas que nos resultan explícitas (como las violaciones) sino que consisten a comentarios, amenazas, tocamientos no deseados, acorralamientos… Representan las violencias que suponen la base del iceberg para que se producen todas las otras.
¿Cómo se concibe el ocio nocturno desde la perspectiva de género?
El ocio nocturno no es per se ni un espacio positivo ni negativo: como todos los espacios viene marcado por el machismo. Sin embargo, sí que es verdad que el ocio nocturno tiene unas características concretas que hace que las violencias sexuales estén más silenciadas y resulten más impunes. Hay una serie de penalizaciones cuando las mujeres ocupan un espacio público porque este espacio ha sido siempre de los hombres mientras que a nosotros nos correspondía el espacio doméstico. Y hay muchas actitudes que nos venden a recordar que las mujeres no pertenecemos en el espacio público, como por ejemplo, el piropo o el piropo que recibimos cuando vamos por la calle.
¿Cómo abordáis el consumo de sustancias asociadas al ocio nocturno con vuestra tarea de prevención de las violencias?
Hay que desmontar la relación causal entre el consumo de sustancias con la generación de la violencia, aunque a la vez tenemos que ser conscientes de que estas sustancias pueden actuar de detonante.
¿Cuál es la base para afrontar vuestra tarea de prevención?
Las bases son la formación y la concepción política de la violencia: entendiendo política no como una cosa partidista sino de punto de partida ideológico. El machismo parte de una ideología y, por eso, tenemos que formar pero también tenemos que desmontar creencias. La tarea de formación tiene que ir complementada con la dinamización comunitaria para fomentar la concienciación y la corresponsabilidad con el objetivo que nuestros protocolos integrantes puedan funcionar.
¿Ahora que han saltado a la esfera mediática con un caso conocido, nos podrías explicar qué papel juegan estos protocolos?
En primer lugar, los protocolos son una herramienta fundamental de posicionamiento político. El hecho de disponer de un protocolo ya reconoce la existencia de violencias sexuales y establece unos mecanismos concretos para abordarlas. Entonces, lo que tienen que conseguir es abordar los cuatro ejes que incluye la ley de violencias machistas del 2008 –reformulada el año 2020-, que son: el de sensibilización o prevención, el de detección, el de atención y actuación y el último es de recuperación y reparación. Si se sigue todo este procedimiento, la tarea hacia la víctima habrá cubierto todas las necesidades posibles.
Otro caso mediático que sería interesante abordar es el de los pinchazos a mujeres del verano pasado. ¿Cómo creéis que se trató? ¿Consideráis que la amplificación que se llevó a cabo por parte de los medios fue positiva?
Es cierto que hubo un alarmismo mediático que investigadoras expertas en este tema han denominado como terror sexual. Este terror presenta el espacio público y, en este caso, el espacio de ocio como un lugar que genera peligro y alerta y eso es una dinámica que se puede ver reforzada para los discursos mediáticos. La peligrosidad del alarmismo en estas circunstancias viene porque no genera una reacción comunitaria positiva sino que nos bloquea y nos impide el disfrute. Durante este verano pasado muchas mujeres me dijeron que tenían miedo de salir por si las pinchaban y, por eso, creo que lo más adecuado es tener discursos más responsables y poder reforzar cualquier situación problemática poniendo el énfasis en las herramientas de qué disponemos.