El carnaval es, sobre todo, una fiesta guiada por la transgresión: durante una semana los papeles cambian, las normas se vuelves más laxas y reina el desenfreno. Por carnaval se pueden transgredir las normas de muchas maneras: esconder el rostro tras una máscara, publicar bandos satíricos, jugar a ser otro a través de un disfraz y, también, mediante la gastronomía. Por eso, la comida es la protagonista en tantos momentos de la fiesta: empieza con una gran merienda, el jueves Lardero, y acaba con el entierro de la sardina y los últimos banquetes.
De aquí que el recetario tradicional esté repleto de manjares relacionados con esta fiesta: butifarra de huevo, tortilla, coca de llardons, rancho, greixoneres dolces, sardinas… ¿Pero de dónde proviene todo este interés por la comida? Pues de que antiguamente el carnaval era un momento de laxitud y desenfreno antes de la austeridad de la Cuaresma, que, por el contrario, era un periodo de siete semanas de purificación y abstinencia marcado por la religión católica. Antiguamente, entre carnaval y Pascua los creyentes hacían abstinencia y seguían una estricta dieta en la que la carne y los huevos estaban prohibidos. Por eso, estos dos productos son los reyes de la dieta carnavalesca.
Por otra parte, la Cuaresma también se identifica con una serie de manjares. Durante todas estas semanas, el bacalao en salazón es el plato estrella y, seguramente por eso, se dice que en Cataluña hay más de cien recetas diferentes para cocinarlo. Antiguamente, era una comida barata y austera que se asociaba con la dureza de la Cuaresma, pero hoy en día es muy apreciado en nuestra gastronomía. Otro plato típico de estos días son los buñuelos: ahora se pueden encontrar siempre en las pastelerías, pero antes solo los vendían los miércoles y viernes.