Aunque actualmente el día de Ramos ha perdido seguimiento a causa de la laicización de la sociedad, hasta no hace muchas décadas eran muy habituales las imágenes de familias enteras, bien engalanadas, bendiciendo palmas, palmones y ramos de laurel. De hecho, de esta fiesta deriva el arte de hacer palmas, una vertiente de la artesanía tradicional que ahora va de capa caída. ¿Pero por qué se celebraba tanto el día de Ramos? ¿Y qué relación tienen las palmas y los palmones con los últimos días de la vida de Jesús?
En el cristianismo, el día de Ramos recuerda la entrada de Jesucristo en Jerusalén con sus discípulos. Fue la última vez que Jesús fue a Jerusalén y, según el Evangelio, eso pasó al principio de la última semana de su vida, unos días antes de la Santa Cena. Por lo tanto, la fiesta marca el comienzo de la narración de la Pasión. Aunque los cuatro evangelistas mencionan la escena, no se acaban de poner de acuerdo en el día: según Marco y Juan fue el domingo, Mateo dice que era el lunes y Lucas no lo detalla.
Un punto en que sí que coinciden los cuatro es en señalar la alegría con que Jesús fue recibido. Explican que las multitudes, entusiasmadas, le dieron la bienvenida blandiendo ramas de laurel, de olivo y también hojas de palma, tres plantas muy habituales en Jerusalén. Y, para recordar esta escena, el día de Ramos los feligreses llevan palmas, palmones y ramas de laurel que son bendecidas durante la misa donde se lee esta parte del evangelio. En algunos hogares todavía es tradición colgar la palma bendecida en el balcón y dejarla todo el año, porque se cree que otorga protección y buena suerte.
Las escrituras explican que Jesús venía de la población de Betania montado en un asno y llegó a Jerusalén en plena Péssah, la pascua judía. Es una de las fiestas más señaladas del calendario judío. Tiene siete días de duración y recuerda el éxodo de los judíos de Egipto el año 1250 a. C. Pero este recibimiento tan triunfal no gustó a las autoridades y añadió todavía más tensión entre Jesucristo y el poder establecido. Una tensión que desembocó en su muerte por crucifixión pocos días más tarde.