Capitano Barbaconyo integra el plantel de artistas que, en el escenario o detrás del escenario, hacen posible el Festival Empodera't, que, entre el 21 de octubre y el 4 de noviembre, reúne un conjunto de actividades culturales pensadas, dirigidas y producidas desde un feminismo inclusivo. El objetivo: hacer visibles las actividades de las mujeres creadoras y de las personas con identidades disidentes en los circuitos artísticos de proximidad. Aportan los espacios, dentro del distrito Horta-Guinardó, y aparte del Teatro Zorrilla de Badalona, los casales de barrio La Barraca del Carmel, el Pirineo de Can Baró, Font d'en Fargues, la Masía Guinardó, la Sala Polivalente de Montbau o Can Travi.
Justamente como “cantravere” se define Capitano Barbaconyo, que hace siete años se instaló en Barcelona, procedente de Moscú. Su historia de superación, después de que su familia y su persona hayan sido objeto de persecución a la Rusia de Putin, contra la corrupción y como miembro de movimientos por los Derechos Humanos, refleja los vacíos y las lagunas en el mundo cultural. Artista multidisciplinar con formación en comunicación, compone, canta, baila, toca la flauta travesera, la guitarra, el saxo, domina la técnica del sonido y hace monólogos, estilo stand up comedy. La primera red donde actuó fueron espacios vinculados a los movimientos okupas.
¿En qué consiste tu participación en el Festival Empodera’t?
Esta vez me encargo de la técnica de sonido en Can Travi, en el Cabaré Empodera’t. Me hace mucha ilusión estar, porque actúa mi compañero drag king Ken Pollet o el artista del transformismo Gilda Love, y con quien he tenido la ocasión y la suerte de actuar. La programación es de muy buena calidad. También me hace ilusión formar parte porque no es la primera vez que toco. Tuve la oportunidad de subir al escenario en las dos ediciones anteriores. ¡Ya tuve mi dosis de protagonismo!
¿En qué medida crees que el festival puede hacer de altavoz sobre otras formas de arte?
A lo largo de estos siete años que hace que existe el Empodera’t, el festival se ha ido expandiendo. No conozco otros festivales con un posicionamiento específico para mujeres y disidencias, sólo actuaciones aisladas. Y, claro está, es una oportunidad para la reivindicación. El arte es político, por eso cada vez más me interesan los monólogos, como vía de conexión con el público.
En los espectáculos dominan a los hombres. ¿En los de los centros de barrio, también?
Sí, y tanto. Mandando y actuando. Por eso es importante un festival como éste. La gente de los barrios tiene curiosidad por nuevas formas artísticas. Y la sienten porque este festival viene de los barrios, es cultura viva, la que va de abajo hacia arriba, además de oportunidad para la reivindicación. En los escenarios pasan cosas que no son artificiales. En Rusia, por ejemplo, hay mucho simulacro de cultura: en el escenario pasan cosas sin mensaje. Aquí hablamos de una iniciativa horizontal. Un casal encomienda al otro, se implican los barrios. En cada edición se ve qué es necesario. La gente encuentra cosas que no se esperaba encontrar.
¿Actuar en un festival de barrios qué ha significado para ti?
Con mi personaje, Capitán Barbaconyo, o con un álbum como lo que preparo [financiado mediante una campaña de Verkami], que se llama Joder, poder, no sabes cómo responderá la gente. Pero te contratan porque ven que quizás no eres tan friki. Eso me da mucha esperanza. Veo que no sólo puedes interesar a una minoría marginalizada, sino que te encuentras en el público con señoras del barrio que parecen de clase media y que sienten interés y curiosidad. Al fin y al cabo, seguro que tenemos algunas experiencias compartidas. También algunos hombres van, por curiosidad. Y el público es intergeneracional. Me cansan las propuestas sólo para mayores, para la juventud, por sexos… es mezclar públicos. Me encanta que haya propuestas intergeneracionales.
Te has definido como “cantravere”. ¿Por qué?
Es que en Can Travi me han adoptado. Desprende energía positiva. Me llaman por muchas cosas y, cuando llego, me siento como en casa. Me he dado cuenta de que los casales y centros de los barrios hacen una función increíble. Cuando actúas en un casal de barrio, ya te sientes con la fuerza y la valentía de picar en la puerta de otros casales y entrar en el circuito cultural de la ciudad. Pero no lo digo sólo para mí. Tengo colegas en el barrio y a menudo comentamos que no hay muchos bares ni cines… Can Travi es un pequeño paraíso, como centro cultural, como un núcleo de unión. Eso pasa con el resto.
En esta edición haces de sonidista. ¿La técnica del sonido también es un mundo bastante masculinizado?
A veces me ven y me dicen: “¿Eres la chica del técnico”? No pueden creer que un ser vulvaportante pueda hacer el trabajo. He vivido dinámicas a las asambleas donde estoy yo y veo a un montón de hombres y pienso: “tengo que levantar la voz o picar la puerta para que me escuchen. El uno habla chafando el otro y ni se dan cuenta de ello. También es un mundo donde se sufre mucho el acoso sexual”.
¿Has sufrido mucho, personalmente, acoso?
Sí, sobre todo entre los técnicos. Te dicen que pongas un altavoz aquí o allí, y de golpe un jefe te suelta que quiere darte un beso. Y si dices que no, te juegas el trabajo. Yo acabo de recibir los papeles, justo, y si el primer trabajo en España lo pierdo… Al principio no sabes ni que te puedes quejar. Me cuido porque no puedo enfermar, no me lo puedo permitir. No es muy sano ver un montón de hombres juntos, grupos de hombres agobiando este mundo, como cuando acaparan tanta oferta cultural.
¿Cómo surge el personaje Barbaconyo?
Creo que el personaje está conmigo desde que era pequeña y veía que no me identificaba con las niñas. A mi manera, hacía mis performances, como hacer pipí derecha o el doble de flexiones que las chicas. Cuando en mi primera banda me dijeron de hacer de drag queen, dije que no lo podía hacer, en cuanto me dijeron: haz de drag king. Y me compré unos bigotes, aprendí los bailes tradicionales del Este y empecé a trabajar al personaje. Porque es importante trabajarlo, hay que no reproducir la masculinidad de toda la vida que tanto rechazo.
¿Qué mensaje darías, a partir de tu experiencia?
Lo más importante es que cerramos filas y que podemos cambiar el mundo, para poder oírnos nosotras mismas. No tiene sentido guardar a quien está bajo la alfombra. Tenemos en común muchas más cosas de lo que parece. Toda la gente que no se quiera encasillar, pues que no lo haga.