La movilidad se ha planificado de forma homogénea para toda la ciudadanía desde las vivencias y necesidades de los hombres y, por lo tanto, dejando fuera los requerimientos y experiencias de las mujeres.

A menudo se ha relacionado solo con los desplazamientos obligatorios para ir al trabajo o a estudiar. Pero existen otras actividades cotidianas que obligan a la ciudadanía a moverse, como ir a comprar, acompañar a los niños y niñas a la escuela o acudir a un centro médico.

Estos patrones diferenciales de movilidad entre hombres y mujeres, junto con la tradicional invisibilización de las mujeres en el análisis de la movilidad, llevan a la necesidad de incorporar la perspectiva de género en la movilidad.

 

Los hombres destinan la mayor parte de su tiempo al trabajo remunerado, y ello se traduce en que los picos horarios de sus desplazamientos concuerdan con los de entrada y salida del trabajo. Las mujeres, en cambio, combinan más las responsabilidades laborales con las tareas de cuidado y reproducción, y esto hace que realicen más desplazamientos en horarios más diversos.

Las mujeres son más usuarias de los servicios de transporte público y, por lo tanto, son más dependientes de las prestaciones de la red de transportes. Así, desde la perspectiva de género, es muy importante incorporar la dimensión de la proximidad en los servicios públicos de transporte.