El Plan Cerdà se aprobó en 1859 y, un año después, la reina Isabel II colocó la primera piedra del que sería uno de los barrios acomodados de Barcelona. El primer grupo de viviendas se construyó en el actual cruce de las calles del Consell de Cent y Roger de Llúria. La Dreta de l’Eixample inicialmente acogió algunas industrias importantes, como la fábrica Elizalde, una de las primeras de España en fabricar automóviles y motores.

No obstante, poco a poco se convirtió en el barrio en el que se ubicaba preferentemente las residencias burguesas, con el estallido artístico del modernismo representado por edificios tan destacados como La Pedrera, la Casa Batlló y la Casa Ametller, entre muchos otros.

Junto con las residencias, la actividad económica terciaria se fue localizando cada vez con más fuerza, y a menudo las desplazó: comercio, oficinas, sedes de empresas, cines, teatros, etcétera, especialmente en la zona más central (entre Llúria y Balmes) y en torno al potente eje del paseo de Gràcia, que seguía el antiguo camino que unía la ciudad amurallada con el municipio de Gràcia. Este eje sigue siendo, hoy, el centro del dinamismo económico y la proyección comercial de la ciudad.

En 1863 salió el primer tren desde la plaza de Catalunya hasta Sarrià, que circulaba por la calle de Balmes a cielo abierto. Entre 1871 y 1888 se trasladó desde Ciutat Vella la actual parroquia de la Concepció, y el Conservatorio de Música se instaló en la sede de la calle del Bruc en 1928.

En la segunda mitad del siglo XIX desaparecieron los parques de atracciones, los cafés y las salas de baile del paseo de Gràcia, que tuvieron su época dorada a principios de siglo.

Cabe remarcar que la plaza de Catalunya no estaba prevista en el Plan Cerdà. Este “olvido” quedó corregido por la fuerza de los hechos: su posición de bisagra entre la ciudad vieja y el nuevo ensanche la erigía de forma natural como centro neurálgico de la ciudad; el paso de los años no ha hecho sino afianzarlo.