CRISTIANISMO | ¿Hacia dónde sopla el espíritu de la Navidad?

                                                            Cause I lost my job
                                                            And I talked to Jesus at the sewer
                                                           And the Pope said it was none of his God-
                                                                                  damned business[1]
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          Sixto Rodríguez

[1] Porque perdí el trabajo dos semanas antes de Navidad / hablé con Jesús en la alcantarilla /el papa dijo que no era cosa suya.


Navidad es la fiesta de los regalos. De repente, las ciudades de todo el mundo occidental (y más allá) entran en trance: aparecen alumbrados y decoraciones estridentes, y nos encontramos con personas adultas que se disfrazan para evocar un mundo mágico. Durante unos días, nos dejamos poseer por el impulso de la generosidad. Una exuberancia de productos culturales adjetivados como «navideños» –películas, canciones, cuentos, adornos…– inunda las calles y centros comerciales, los colegios y las sedes de las administraciones, las plataformas digitales y las salas de cine. Un mensaje de bonanza, obligatoriamente empalagoso, circula por todas partes, con trasfondo religioso o sin él, hasta transformar dicha generosidad en compulsión. Cada año un poco antes, el frenesí de la Navidad muestra su cara más cruda en el consumismo y las campañas de ventas, hasta casi tapar la conmemoración del nacimiento de Dios encarnado.

Sin embargo, sigue siendo una fiesta cristiana y, mal que le pese a alguien en una sociedad que mayoritariamente se quiere laica, muchos de los comportamientos propios de Navidad no se entienden sin atender a la cultura católica cristalizada en cada sociedad, en nuestro caso, catalana. En estas líneas, os propongo acercarnos al espíritu de la Navidad desde distintos ángulos, especialmente, dadas las tensiones que acompañan al altruismo desbocado navideño.

Para ello, seguiré una vieja manía de la antropología: rastrear la pista de las ofrendas. ¿En qué direcciones circulan los dones de la Navidad? Desde una óptica cristiana, al alma de la Navidad lo guía la caridad –el ágape o amor cristiano–, una de las tres virtudes teologales, basada en la entrega incondicional que trasciende el merecimiento. En esto se distingue, por ejemplo, de la solidaridad. El amor cristiano no obedece principios morales, no se ama ni por obligación ni porque sea justo, sino como comunión, sobre todo con los marginados y los desviados, para quienes el Jesús evangélico había mostrado predilección. Ahora bien, de los tres dones divinos que son las virtudes teologales (las otras son la fe y la esperanza), la caridad es la que más fácilmente se puede mezclar con las desigualdades terrenales. Para empezar, su expresión material más genuina son los obsequios. Por ello, propongo glosar una serie de ejemplos en los que los regalos revelen las variaciones sociales que adopta la caridad al comparar sus contextos respectivos. ¿Quién está en disposición de darlos o de recibirlos? ¿Qué significado les dan?

Los regalos son principalmente para los niños y niñas, los protagonistas de la fiesta. Así, me gustaría empezar recordando un viejo cuento de Navidad recogido por los hermanos Grimm en el siglo XIX, Los táleros de las estrellas (Die Sterntaler), en el que se invierte este orden «natural» del don y es una pequeña la que regala (aunque también acaba recibiendo). Es la historia de una niña huérfana y sin hogar, que solo tiene un trozo de pan y la ropa con la que va vestida. Caminando por el campo, se encuentra a otros niños aún más desgraciados que ella; primero, le da el pan a uno que tiene hambre, y luego les regala la ropa a los que pasan frío. De repente, desnuda y sola en medio del bosque, las estrellas del cielo le caen encima transformadas en táleros, antiguas monedas de plata. Después del milagro, será rica el resto de su vida[1]

Pongo el relato en contexto. Los hermanos Grimm descendían de una familia luterana burguesa y se criaron en la región de Hesse-Kassel, actual Alemania central. En contra de lo que se cree, los Grimm no recopilaron sus fábulas yendo de pueblo en pueblo. La mayoría de las historias las escucharon de mujeres de su entorno, en tertulias literarias que montaban en su casa. Dos de sus informantes más destacadas fueron Marie Hassenpflug y Dorothea Viehmann, ambas descendientes de familias emigradas de hugonotes, calvinistas franceses exiliados después de que Enrique IV firmara el Edicto de Nantes (1598).

El milagro deLos táleros de las estrellas, en el que el comportamiento caritativo de la protagonista se recompensa con riqueza, lleva a pensar en la obra de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La tesis de Weber, resumida chapuceramente, cuenta que la acumulación capitalista y el nacimiento de una clase burguesa requieren un comportamiento ascético previo, vocacional, que lleve a los productores a reinvertir sus ganancias en el trabajo en vez de disfrutarlas. Así, la abundancia se convierte en una prueba de fe, como ocurre con la piadosa huérfana del cuento. Weber consideraba que este tipo de ascetismo era propio de las iglesias reformadas; de hecho, en su obra pone a los hugonotes como ejemplo. Más adelante, recuperaré la diferencia entre la caridad navideña protestante y católica

Vemos otros ejemplos más cercanos con niños, los receptores de los obsequios. Como en cualquier fiesta, en Navidad se difuminan los rangos, y esto también afecta a la distinción entre adultos y no adultos. Los niños, en su condición de personas tuteladas, reclaman una subversión del orden impuesto. Las fiestas de estudiantes y de jóvenes, que se celebran a partir de San Nicolás de Bari, patrón de la infancia (6 de diciembre), anticipan el calendario de Navidad y son un ejemplo de este espíritu transgresor. También por San Nicolás, en la abadía de Montserrat, antiguamente se nombraba el bisbetó o bisbe caganiu («obispillo»), acto por el que, durante un día, un monaguillo se vestía y actuaba como autoridad eclesiástica. Estas celebraciones, hoy significativamente perdidas, se extendían por toda la cristiandad entre San Nicolás y los Santos Inocentes. En España le llamaban la «Fiesta del Obispillo» y en Francia laAbbas Stultorum. Simbólicamente, están emparentadas con las irreverentes fiestas de los locos y, aunque hay que ser cauteloso a la hora de asociar costumbres muy diferentes, nos hacen pensar en las Saturnales, los festejos orgiásticos paganos que se celebraban en la Antigua Roma en las fechas del solsticio de invierno, antes de que se instaurara el calendario cristiano.

Encara que llauraríem tort associant el Nadal amb una festa carnavalesca pagana. El Nadal són unes dates de restauració dels rols, i no pas d’inversió. I, com vull mostrar, més marcadament al món catòlic, en què qui atorga els regals són sempre les figures d’autoritat. Potser el dia dels Sants Innocents és l’única data on roman una vulneració suau, i gairebé prescriptiva, de l’ordre. Penseu que els Sants Innocents commemoren el dia de l’infanticidi perpetrat per Herodes a Betlem. L’episodi no sembla gaire oportú per fer befa. Per què justament aquest dia el celebrem prenent-nos el pèl? No sorprèn que no sigui una pràctica estesa entre tots els cristians (de fet, no es pot relacionar ni amb catòlics ni amb protestants

Aunque mal iríamos asociando la Navidad a una fiesta carnavalesca pagana. La Navidad son fechas de restauración de los roles, y no de inversión. Y, como quiero mostrar, mucho más en el mundo católico, en el que quien otorga los regalos son siempre las figuras de autoridad. Quizás el día de los Santos Inocentes es la única fecha en la que permanece una vulneración suave, y casi prescriptiva, del orden. Pensemos que los Santos Inocentes conmemoran el día del infanticidio perpetrado por Herodes en Belén. El episodio no parece muy oportuno para hacer bromas. ¿Por qué este día lo celebramos tomándonos el pelo? No sorprende que no sea una práctica extendida entre todos los cristianos (de hecho, no se puede relacionar ni con católicos ni con protestantes[2]); sólo se da en los países de habla hispana. A pesar de esta rareza, para seguir el hilo de la revuelta de los niños hasta la inversión del don detectada en el cuento de los táleros, podríamos imaginar que se trata de una revancha simbólica por la tragedia relatada en el evangelio.

Unido a este afán contestatario, en 1952, el antropólogo Claude Lévi-Strauss publicaba El suplicio de Papá Noel. En el texto, aparece una nota de prensa en la que se relata cómo, en la catedral de Dijon, ante 250 niños de una casa de la caridad (seguramente muchos de ellos huérfanos de la Segunda Guerra Mundial), se había quemado una figura de Papá Noel tras pasarla por la horca. La ejecución simbólica pretendía protestar contra la paganización de la Navidad, en una Francia que se estaba americanizando debido al plan Marshall. El hecho, impactante de por sí, serviría de excusa a Lévi-Strauss para encontrar afinidades entre los ritos de paso dentro de sociedades tribales amerindias y la Navidad.

El argumento de Lévi-Strauss gira en torno al secreto[3]: el paso de la infancia a la edad adulta, tal como ocurre en las iniciaciones de los ritos de paso amerindios, se da cuando se revela un saber exclusivo de una parte de la sociedad, en este caso, fruto de la mistificación, construida por los padres, de la Navidad. El antropólogo belga aún va más allá en la comparación (para mi gusto quizá demasiado), asegurando que los niños, en su condición socialmente ambigua, humanos casi humanos, representan el papel que en las culturas amerindias representaban los antepasados, a quienes había que dar presentallas para protegerse de la muerte. Desde este prisma de veneración de los muertos, las ofrendas no se entregan tanto para animar a los niños como para que los adultos puedan afrontar un miedo atávico.

Aunque, si atendemos a los regalos de la Navidad católica, a menudo descubrimos que remarcan jerarquías en un plano vertical, de arriba a abajo. Los niños y las niñas, dentro del imaginario de la Navidad, reciben los regalos porque forman parte de los desvalidos, de los que necesitan ayuda y que dan un sentido de restauración moral a la fiesta. Las cestas de Navidad, el aguinaldo, la paga extra... La dirección de los regalos de Navidad reproduce a la inversa los desequilibrios sociales. Es lo que encontramos retratado maravillosamente en Plácido (Luis García Berlanga, 1961). La película es un esperpento alrededor de una campaña de Navidad, celebrada en una ciudad provinciana, con el lema «siente a un pobre a su mesa». Detrás de los personajes pintorescos que aparecen, descubrimos una mala leche propiamente franquista, en la que se convive con una hipocresía evidente en nombre de la caridad católica de forma desenfadada.

Si se compara con otro film clásico, Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946), nos encontramos con un mensaje bien distinto. Aquí tenemos a James Stewart, un empresario honesto, que se quiere tirar de un puente en Nochebuena porque tiene una deuda con Hacienda. Por intercesión de un ángel, descubrirá que vale la pena vivir, porque es una persona querida. Cuando su mujer descubre la situación de su marido, pide ayuda y todo el pueblo va a su casa a darle desinteresadamente lo que puede, con lo que libran a James Stewart de su problema económico. Un mensaje muy americano: si eres bueno, el ángel del capitalismo te salvará; Dios aprieta, pero no ahoga. O bien protestante, como el cuento de la niña huérfana de los hermanos Grimm: el milagro, al final, es dinero. Sin embargo, aquí el verdadero prodigio no cae del cielo; procede de la generosidad, fruto del afecto y del sentido de comunidad de sus vecinos.

Por eso sorprende el inesperado mantenimiento de los espíritus de la naturaleza en buena parte de los países de raíz protestante (con el Father Christmas como figura prominente), todos ellos mediadores de los dones navideños, ya que parece contradecir el triunfo del desencanto del mundo propugnado por Weber. Ahora bien, la indiferencia relativa de estos seres hacia el orden social sí podría cuadrar con el impulso democrático al que se asocia en varios momentos la reforma. De hecho, estos espíritus se impondrán y serán domesticados a la vez con la reconstrucción comercial que se hizo en Estados Unidos, no lo olvidemos, quizás la primera democracia moderna fundacional que prospera y un núcleo de renovación crucial del aliento capitalista. La figura de Santa Claus se proyectará luego universalmente; incluso, como Père Noël, en la Francia laica, de poso católico, del joven Lévi-Strauss.

En la película Miracle in 34 Street (George Seaton, 1947), estrenada en España como De ilusión también se vive, se resume esta metamorfosis. En un proceso judicial fantástico que sugiere una visión ciudadana del cuento del inquisidor deLos hermanos Karamázov, se juzga la veracidad de un personaje que el espectador cree saber que es Papá Noel de verdad. Al contrario del inquisidor, durante el juicio, el Estado de Nueva York llega a declarar que, por necesidad social, económica y moral, ¡Santa Claus existe! Más allá de la resolución, el veredicto de la película con respecto a la vigencia de Santa Claus en el s. XX lo dicta una niña, Natalie Wood, que hace el papel de abogada del diablo. En una nueva inversión del orden del don, la niña ayudaba a su madre a organizar el desfile de Navidad y la distribución de los regalos, mostrándose intransigentemente escéptica con toda la magia de la Navidad. Solo el cumplimiento de su deseo más loco (una casa nueva), la convierte en creyente a la vez que premia su consistencia moral, lo que da un vuelco al relato de los hermanos Grimm. 

Para terminar, es tentador entender el tió desde esta perspectiva. La sorpresa de un survival muy popular de los espíritus mediadores de la Navidad en una sociedad católica podría ser algo más que otra expresión de una presumida inclinación escatológica –y se sospecharía que infantil, en un sentido psicoanalítico– de la psicología colectiva catalana. El tronco de Navidad podría escenificar un don que no concede expresamente la autoridad, sino que surge de la tierra misma, y sólo cuando lo estimulan sus hijos e hijas más pequeñas. Los golpes propinados por los niños no dejarían de evocar una actitud más bien irreverente; pedir milagros a palos no casa mucho con la armonía propia de la Navidad. Quizás la creatividad ritual, impresa en el gesto de los niños, desafía la generosidad autoritaria, anticipando pedagógicamente que los hitos importantes se consiguen luchando por ellos.


[1] Fijémonos en que la narración es una variante piadosa (y calvinista) de un mito compartido por la filosofía oriental y occidental. Son siempre historias de un sabio que busca la paz en la humildad. En la antigua Grecia las había sobre el cínico ateniense Diógenes. Un cuento budista cuenta cómo un sabio que no tenía nada más que un cuenco, se encuentra un a vagabundo que, para comer, solo necesitaba la cáscara de un plátano. El sabio, al darse cuenta, hizo añicos el cuenco contra una piedra. Calderón de la Barca popularizó una poesía que reza:    «Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, / que solo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro más sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó».

[2] En este artículo pongo más énfasis en las distinciones entre la Navidad católica y la protestante que en las que hay entre cada celebración nacional, sin ir más lejos; pensemos en la importancia del día de Reyes aquí comparado con Portugal, país vecino que casi ni celebra el día de la epifanía. Esta tarea desbordaría la intención del texto. Añado solo un ejemplo sugerente en este sentido, el nombre que se utiliza en los distintos países católicos de Europa para referirse al culto a María: Mare de Déu (Cataluña), la Virgen (España), a Nossa Senhora (Portugal), Madonna (Italia), Notre-Dame (Francia).

[3] El secreto y la Navidad han dado lugar a estudios interesantes en antropología; a modo de ejemplo, véase el prefacio de Manuel Delgado en la edición en catalán del texto de Lévi-Strauss mencionado. Esto no puede sorprendernos; la revelación del secreto de la Navidad se recuerda a menudo como un hecho simbólicamente desconcertante. De repente, se derrumba todo un universo mítico compartido por los niños. Cuando caen los reyes, arrastran con ellos toda una constelación divina: desde el Ratoncito Pérez a las hadas, los gnomos o cualquier variante de seres mágicos que existen sólo para los niños y las niñas. 

 

Josep Roca

(Lleida, 1995) Miembro del ISOR (B-cure). Ha realizado el doctorado en sociología en la UAB. Sus áreas de investigación son la espiritualidad contemporánea y los itinerarios de conversión.