Las religiones afroamericanas en Barcelona
Durante la Noche de las Religiones del pasado 2024, en un acto organizado por la OAR, un babalorixá, sacerdote de la religión candomblé de Brasil, habló de su religión en relación con unas piezas de origen yoruba africano en el Museo Etnológico y de Culturas del Mundo. Una de esas piezas es una bandeja del oráculo de Ifá. La religión candomblé procede de África, de los yorubas, y el sacerdote intentaba explicar al público en qué consiste el oráculo. Pero tuvo que aclarar repetidamente que no era un vidente ni podía prever el futuro: “Si fuera así y pudiera adivinar el número de la lotería, ya sería rico”. El oráculo solo abre los caminos, solo indica qué piden los orishas, los dioses. No prevé exactamente qué va a ocurrir.
El prejuicio contra las religiones afroamericanas, con el estereotipo del vudú, como formas de magia o de brujería continúa presente en nuestro país igual que en muchos otros lugares. Y, sin embargo, vudú no es más que el término que identifica a los dioses en la lengua fon del África occidental. No se trata de brujería, sino de religión. Este prejuicio contra la “magia negra” puede ser una de las razones por las que su presencia pública todavía es bastante tímida, a pesar de que en las últimas décadas su práctica ha experimentado un notable crecimiento en nuestro país. Este crecimiento es el resultado de la inmigración de practicantes de estas religiones procedentes de Brasil, Cuba o Venezuela, pero también de la adhesión de otras personas de orígenes distintos, incluidas personas nacidas en Cataluña, en un contexto de creciente globalización.
En Barcelona encontramos practicantes de religiones como la santería, el candomblé, el umbanda y el culto a María Lionza. La santería y el candomblé son religiones provenientes del África occidental y son el culto a los orishas (“dioses” en yoruba) o vodunos (en fon). Fueron llevadas a Cuba y Brasil por esclavos africanos y en estos países recibieron diferentes nombres: santería en Cuba, candomblé en Brasil. Cuba y Brasil fueron los últimos países del hemisferio occidental en abolir la esclavitud y mantuvieron el comercio con el África occidental hasta finales del siglo XIX.
Una pregunta frecuente es cómo lograron sobrevivir estas religiones al genocidio que supuso la trata esclavista. Se pueden argumentar varios motivos, empezando por la resistencia de los esclavos africanos a perder su religión, pero puede haber otros, como, por ejemplo, que el trato de los esclavos continuara hasta el final de la esclavitud, por lo que se mantenía un contacto constante con las raíces africanas; que la evangelización de los esclavos fuera solo superficial, y también, paradójicamente, el interés de los dueños de los esclavos por estas religiones. Las religiones africanas fueron, sin duda, objeto de represión pública, pero en privado muchas personas de las clases dominantes, blancas, participaban en las fiestas propias de estas religiones, e incluso se iniciaban en ellas. Esta ambigüedad, de hecho, era recíproca, ya que muchas personas practicantes de candomblé compartían también la religiosidad católica. Sin embargo, la gran diferencia entre el catolicismo y las religiones africanas es que la primera era la religión oficial y pública, la de los grandes templos en el centro de la ciudad, de las procesiones y celebraciones, de los matrimonios, bautizos y funerales, mientras que las segundas se practicaban en la periferia de las ciudades, en lugares escondidos, en secreto.
De hecho, el secreto es algo fundamental en estas religiones, que se basan en la iniciación: no son religiones evangélicas que tengan como objetivo difundir su mensaje. Sin embargo, que sean iniciáticas no significa que no estén, potencialmente, abiertas a todo el mundo, puesto que están basadas en la convicción de que todas las personas y las cosas del mundo, negras o blancas, se corresponden con un orisha: todos y todas “somos” de algún orisha. Pero no es necesario difundir el mensaje: no son las personas las que se convierten, son los orishas quienes las llaman.
Los orishas, en origen, eran reyes y reinas de ciudades africanas, con sus historias de amor y guerra. Se asocian a elementos de la naturaleza, como ríos, tormentas, plantas y animales, comida, colores, temperamentos de las personas... Shangó, por ejemplo, era el dios de la región de Oyo, y es el dios del trueno, es generoso y justo, su color es el rojo, su símbolo es el hacha de doble filo y su animal es el león; Oshun es la diosa de los ríos —hay un río Oshun en Nigeria—, y es la diosa de la seducción, la belleza, la riqueza, su color es el dorado, su símbolo es un abanico, le corresponde la miel y entre sus plantas se incluye, por ejemplo, la albahaca.
Como se ha dicho, todas las cosas y las personas que existen en el mundo se corresponden con un orisha u otro. Pero eso no quiere decir que ese orisha nos pida que le rindamos culto, es decir, que nos iniciemos. ¿Cómo sabremos que un orisha nos pide iniciarnos? No es fácil entenderlo. A menudo se llega desde el sufrimiento: una serie de acontecimientos y síntomas que llevan a la persona a pedir consejo a un babalorixá. Para responder a esta demanda, el babalorixá preguntará a los orishas a través del oráculo. Esta es, pues, la función del oráculo: comunicarse con los dioses. Y la respuesta puede ser de muchos tipos, ya que los problemas de esta persona nada tienen que ver con los orishas. Pero puede que sí, que los dioses, algún dios, esté pidiendo a su “hijo” o “hija” una forma de reconocimiento, que puede ir desde una ofrenda muy sencilla hasta iniciarse en la religión.
Así fue como muchas personas de origen no africano se iniciaron en estas religiones desde su llegada al Nuevo Mundo, y así sigue siendo. Pero estos encuentros también generaron nuevas religiones que integraban las religiones iniciáticas africanas con el cristianismo, tanto en términos de catolicismo popular como en nuevas formas de conocimiento entre la religión y la ciencia, como el espiritismo. Así nacieron religiones como el umbanda, en Brasil, o el culto a María Lionza, en Venezuela. Estas religiones se caracterizan por la integración de los panteones africanos con espíritus y entidades de otros orígenes, europeos e indígenas, incluidos personajes históricos.
El umbanda de Brasil, desde su origen a principios del siglo XX, nació con la vocación de ser reconocido como una religión. Pero las otras religiones se mantuvieron como en sus orígenes, alejadas del ámbito público, no solo como una estrategia para evitar la represión sino también por su carácter iniciático, tal como hemos dicho.
Sin embargo, las historias de estas religiones en el siglo XX han sido diferentes en cada país. María Lionza y la santería, pese a haber sido valoradas en Venezuela y Cuba como religiones populares y tradicionales, no han buscado un reconocimiento público por parte del Estado. Por otra parte, el candomblé en Brasil sí ha tenido un gran reconocimiento cultural y político. Pero en las últimas décadas el crecimiento de iglesias evangélicas que se oponen frontalmente a las religiones africanas ha vuelto a situar de nuevo el candomblé en el centro del conflicto.
Este contexto general nos puede ayudar a entender la situación de estas religiones en nuestro país. Como ya hemos dicho, la inmigración desde lugares como Brasil, Cuba o Venezuela ha hecho que estas religiones estén cada vez más presentes en nuestro país, pero su presencia pública es muy escasa. Hemos dicho también que, en origen, estas religiones se desarrollaron al margen de las instituciones del Estado y de la religión oficial católica, en un contexto colonial y esclavista. En este sentido, en un contexto de globalización e inmigración, cuando estas religiones llegan a las antiguas metrópolis de los imperios que las vieron nacer, como España, llegan ya con un sedimento de resistencia y ocultación respecto al racismo y las religiones dominantes que hace que paradójicamente parezcan inmunes a la discriminación religiosa, cultural y racial. En pocos casos encontraremos a practicantes de estas religiones que se quejen de racismo o discriminación, pero, también paradójicamente, quizás esta ausencia de queja es el resultado de tener asumida una posición marginal y subalterna que ya presupone esa discriminación. Es decir, sobreentienden que encontrarán actitudes racistas, aunque, a veces, ese racismo sea paternalista y condescendiente: por ejemplo, por parte de instituciones públicas u otras religiones que se limitan a “tolerar” su existencia, pero prefieren no entrar en contacto directo con ellas. Esta marginalidad radica también en el hecho de que son religiones iniciáticas basadas en el secreto, y no religiones públicas que buscan el proselitismo en el espacio público y que se desarrollan en relación con el Estado, como las religiones que tienen libro, esencialmente el catolicismo, pero también otras formas de cristianismo, el islam o el judaísmo, que dominan todavía en nuestras definiciones, e incluso legislaciones, sobre lo que es o no es religión. Las religiones afrobrasileñas, ciertamente, no son como el catolicismo o el islam, lo que a veces dificulta que en público se reconozcan como tales.
Uno de los aspectos quizás más interesantes que distingue a estas religiones de las religiones que tienen libro es la relación con la sexualidad y los códigos morales familiares, en particular en el caso de las religiones afrobrasileñas. Mientras que las religiones que tienen libro, como sabemos, son abiertamente patriarcales y defienden modelos de familia y sexualidad tradicionales, basados en leyes e instituciones, las religiones afrobrasileñas a menudo han sido refugio para otras sexualidades y proponen modelos familiares fuera de la normatividad patriarcal. Este hecho ha contribuido históricamente a su marginalidad, pero ha sido también una de las características que favorece que estas religiones aparezcan como radicalmente actuales en un contexto de superación de los modelos patriarcales y muy alejadas del estereotipo de la religión como cobijo de la tradición y el fundamentalismo, que a menudo es común en las críticas al hecho religioso en general.
De hecho, podríamos decir que estas religiones son radicalmente contemporáneas no solo en su reconocimiento de la multiplicidad sexual sino en el reconocimiento de la multiplicidad humana, en general. Al contrario que las religiones con libro, que se basan en la comunidad única de fe en un dios único, no hay una forma única de entrar en las religiones afroamericanas sino que es más bien lo contrario: hay tantos caminos como personas. Cada uno se relaciona de una forma particular con su orisha, y la tarea de los babalorixás es facilitar el desarrollo de esta relación. En este sentido, responden de una forma mucho más plástica a las subjetividades contemporáneas, mucho más individualizadas y con trayectorias divergentes, y están alejadas de cualquier tipo de fundamentalismo.
Dada la situación actual de globalización e internacionalización de nuestro país y nuestra ciudad, parece que la presencia de estas religiones en Barcelona no hará sino crecer y puede que incluso genere otras religiones en las que quizás los ríos, las montañas y los personajes míticos de nuestro país se conviertan en nuevos espíritus que hablen a sus “hijos” e “hijas” de historias que nunca antes nos habríamos podido imaginar.
Roger Sansi
Profesor del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Barcelona