Se tienden en el suelo, dibujan su silueta y se miden. Al aire libre, al sol, con curiosidad y motivación. Esta es una de las muchas clases que han hecho este curso ya finalizado en el espacio de la plaza que queda cerca de la escuela y que también cuenta con una pista de petanca, donde están jugando personas mayores del barrio.
A principios del curso 20-21, y previendo las necesidades de un año muy singular y complicado, el Consorcio de Educación, el Ayuntamiento de Barcelona y las escuelas de la ciudad estuvieron pensando y rediseñando espacios, grupos burbuja y actividades educativas para permitir a los niños y niñas continuar su escolaridad con el mínimo de obstáculos.
La gestión de los espacios, clave en el éxito del curso escolar
La idea de utilizar espacios exteriores para salir al patio en grupos más pequeños o hacer actividades lectivas la han aprovechado muchas escuelas de la ciudad y ha sido todo un éxito, según nos indica Àngels Cadena, directora de la Escuela Mercè Rodoreda.
Ella misma está muy contenta de cómo se ha desarrollado este curso, y, a pesar de la cantidad de trabajo que representó para el claustro idear y poner en marcha todos los cambios, cree que se han puesto las bases para una organización de los espacios y de los grupos clase que no se terminará con la pandemia.
Experimentación y cuidado emocional en las plazas
Jennifer Portolés, una de las tutoras de la escuela, tiene claro que dar algunas clases al aire libre ha permitido ofrecer a los niños y niñas una forma de trabajar más amena y mucho más motivadora, especialmente para aquellos que necesitan moverse más y experimentar con las manos.
Ikram, otro alumno, confirma que han aprendido mejor fuera del aula, enriqueciéndose con lo que pasa a su alrededor. No es de extrañar, porque en la plaza pasan muchas cosas: hay otros grupos de la misma escuela haciendo actividades similares, personas mayores sentadas que charlan y miran cómo trabajan los niños, la gente del barrio que pasa con el carro de la compra y, también, los y las petanquistas.
Comunidad y mejora del barrio
Entre el alumnado de la escuela y la comunidad de la petanca ya hay tan buen rollo que a menudo se animan unos a otros, y los niños y niñas son la afición más chillona y emocionada. Pero la interacción con el barrio va más allá. El centro Mercè Rodoreda es una escuela pionera en abrirse a las entidades y colectivos del entorno: des de los patios abiertos hasta un convenio con el CNL, gracias al cual este año ya se han impartido clases de catalán para más de 200 adultos.
También forman parte de una mesa de entidades con las que comparten la escuela y muchas actividades, que al fin y al cabo constituyen una comunidad educativa mucho más allá de las paredes de la instalación.
Esta experiencia en la plaza y en las calles del barrio ha sido un salto también con respecto a la pacificación y al cambio de usos del espacio público. Según la directora, la presencia de los niños y niñas ayuda a pacificar la plaza y los entornos, que antes habían sido uno de los puntos más conflictivos del barrio. En definitiva, se contribuye a cambiar el modelo de ciudad.
Más allá de la pandemia: barrios educativos
La comisionada de Educación del Ayuntamiento de Barcelona, Maria Truñó, también reconoce el acierto de abrir las escuelas al espacio público. Esta medida ha permitido la máxima presencialidad este curso pasado, y se prevé mantener estas dinámicas.
Si en septiembre de 2020 se decidió poner 70 equipamientos y 180 espacios públicos al alcance de las escuelas de la ciudad, este año se seguirá esta política para las escuelas que se quieran añadir. Tal como comenta la comisionada, “la voluntad de dar respuesta a una situación concreta se tiene que ir convirtiendo en una manera de trabajar y de vivir la escuela. Tenemos que avanzar hacia barrios educadores que ofrecen oportunidades y entornos que formen parte de la cotidianidad de las escuelas”.