Más de tres mil fotografías —entre las antiguas que se han rescatado del fondo de los armarios y los retratos actuales de las personas que han participado— forman un collage donde se puede ver una muestra representativa de cómo era el barrio años atrás.
Durante el confinamiento por la COVID-19, por toda Barcelona surgieron muchas redes de apoyo mutuo para cubrir las necesidades de los vecinos y vecinas que sufrían más dificultades. Los vínculos generados en aquel periodo han motivado a la red de la Vía Trajana a plasmar la vida comunitaria en el barrio de esta manera original, artística y participativa.
“El barrio ha cambiado mucho porque antes todo eran bloques bajitos, con pisos puerta con puerta y un patio comunitario en el medio, y los vecinos y vecinas nos veíamos cada día. Ahora, en cambio, todo es un poco más frío porque hay personas que viven debajo de mí y quizás no me las cruzo en semanas”, explica Manuel Jiménez, nacido en la Vía Trajana, donde todavía vive con Yamile Estrada, su pareja, y el hijo de ambos.
La imagen del patio compartido es la que se ha elegido para el mural que luce desde hace tres meses en el pequeño barrio situado entre la Verneda y las vías del tren, que llega hasta Sant Adrià de Besòs. Así, con este collage de fotos de todas las épocas, el vecindario pretende que no se olviden las historias del barrio antiguo —en el que se difuminaba la frontera entre el espacio público y el privado, y la vida comunitaria era un rasgo identitario— y, al mismo tiempo, hacer visible a la gente y la vida del barrio en la actualidad.
Un reconocimiento a la vida comunitaria y a la historia del barrio
La Vía Trajana es un barrio que ha cambiado aceleradamente en poco tiempo. Se formó como tal en los años cincuenta del siglo pasado con la construcción de viviendas para realojar familias de los barrios de barracas de Barcelona, pero el paso del tiempo hizo aflorar la aluminosis que afectaba a las construcciones.
Después de la lucha y la reivindicación vecinal, finalmente se levantaron los bloques de pisos actuales: “Ahora hay más comodidad y las viviendas son más dignas, en eso hemos ganado mucho, pero se ha perdido la comunidad y los lazos entre el vecindario”, Manuel resume este sentimiento generalizado con relación a la historia del barrio.
“Hay nostalgia, pero es una nostalgia positiva que quiere reivindicar los buenos recuerdos para no olvidar cómo era la vida antes y de dónde venimos”, apunta, mientras muestra orgulloso el dibujo del bloque número 11 —donde vivía él cuando era niño— que tiene tatuado en el brazo, como muchos otros vecinos de su generación.
“Ahora hay más comodidad y las viviendas son más dignas, en eso hemos ganado mucho, pero se ha perdido la comunidad y los lazos entre el vecindario”
Durante los meses del confinamiento forzado por la pandemia, Yamile y Manuel participaron en la red de apoyo mutuo que se activó en el barrio a través de una página de Facebook que ya existía. Si bien es cierto que una vez que las circunstancias cambiaron también se debilitó la intensidad de la actividad, aquella experiencia sirvió para recordar al vecindario la unión del pasado.
Eso motivó la creación del mural que, para Yamile, que llegó a Barcelona procedente de Cuba hace trece años y hace diez que vive en la Vía Trajana, ha servido para hacer un reconocimiento simbólico de las historias que ha oído muchas veces: “Cuando paso por delante, veo que la gente se detiene a mirarlo y surgen conversaciones sobre el pasado, sobre todo con las personas mayores que reviven y recuerda aquellos años y se lo cuentan al resto con orgullo y complicidad. Puedes percibir la satisfacción y la alegría que sienten de verlo plasmado en una pared, y pienso que es muy bonito poder compartir eso”, explica orgullosa.
“Hay que recordar quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, porque, si lo olvidamos, ¡no vamos bien!”
Otro de los retratados es Joan Ramon Polo, que regenta el restaurante Juncà, situado al final del paseo de la Verneda, desde que su familia tomó el negocio en 1989. Él, que sirve comida y comparte conversaciones cada día con las personas que viven o trabajan en la Vía Trajana, explica que estos años han estado llenos de momentos difíciles, pero que lo que define mejor al barrio es “la lucha, el esfuerzo y el trabajo constante de gente trabajadora que sale adelante”.
En este sentido, las historias personales y colectivas que evocan las fotografías del mural tienen un valor de recordatorio para él: “Hay que recordar quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos, porque, si lo olvidamos, ¡no vamos bien!”, señala.
Desde detrás de la barra del restaurante, Mar Monjo, que, además de trabajar en el barrio también vive en él, destaca la originalidad del mural: “Te da la bienvenida cuando llegas, porque es lo primero que ves; una recopilación de todas las generaciones, todo el mundo está, ¡y eso no todos los barrios pueden decirlo!”.
Vecinos y vecinas de todas las generaciones han aportado fotografías
La creación del mural ha recibido el apoyo de Casals Comunitaris, creats per l’Ajuntament de Barcelona arran de la pandèmia per secundar les xarxes de suport de suport mutu sorgides als barris de la ciutat, i la coordinació i dinamització ha anat a càrrec del col·lectiu artístic La Matrioska, situado en una de las naves industriales del barrio.
Sus miembros, Abel Echeverría y Miguel Ángel Castilla, participaron en el proceso comunitario en el que se acordó la creación y, como profesionales de la fotografía y vecinos del barrio, finalmente recibieron el encargo de sacarlo adelante.
Ya desde el inicio tenían claro qué idea querían plasmar y cómo querían hacerlo, tal como explica Abel: “Queríamos tocar la fibra con la imagen de los edificios antiguos, porque la gente del barrio los siente como algo muy identitario, pero no queríamos ser explícitos, sino transmitir un concepto: el barrio antiguo, porque es lo que la gente tiene como imaginario de la felicidad”.
Así, la imagen de las viviendas con el patio comunitario central se ha formado con imágenes de las diferentes épocas que Abel ha recogido y seleccionado entre cajas llenas de fotografías antiguas que los vecinos y las vecinas han querido hacer salir del ámbito privado a la vía pública. Mientras tanto, Miguel Ángel se ha encargado de hacer los retratos de todas las personas que han querido participar, tanto con mascarilla, como elemento simbólico de los tiempos de pandemia y de la red de apoyo surgida en el confinamiento, como con la cara descubierta.
Entre todas las fotografías está el retrato de Yamile y Manuel con su hijo, y mientras la pareja lo observa, destaca el valor identitario del hecho de formar parte del mural: “Para mí es dejar una marca, porque nuestro hijo crecerá y así, el día de mañana, podrá ver en esta pared la historia de su barrio, del que él también forma parte”, explica Manuel.
Asimismo, el deseo de Yamile es que la historia se mantenga viva y que “dentro de unos años se pueda renovar el mural con fotos de las nuevas generaciones, porque es una manera de recordar que somos de aquí y nos reconocemos como barrio; es muy original conocer un barrio así”.
Recuperación comunitaria del espacio público
“Hicimos diferentes llamamientos a través de las redes sociales, con carteles, puerta a puerta… Y hemos hecho diferentes sesiones tanto en nuestro estudio como en el Casal Infantil El Drac para que todo el mundo que quisiera participar lo pudiera hacer”, explica Abel, porque desde que se diseñó la idea hasta que se presentó el mural durante la fiesta mayor del barrio ha pasado un año y el proceso ha sido lento y complejo, pero el resultado, aplaudido por el vecindario y las instituciones, pone de manifiesto que un proyecto artístico puede implicar y unir a todo un barrio en el objetivo de recuperar y resignificar los espacios públicos.
“Los barrios”, argumenta Abel, “están cambiando y es necesario que mejoren, pero los edificios nuevos a menudo borran el pasado y es importante que no se olvide cómo eran antes y que se recuperen espacios públicos a través de las historias de los vecinos y las vecinas con su participación activa”.
“Tenemos muchas imágenes del centro de Barcelona, pero no de las historias y las vidas del interior de los edificios y de los barrios, y es valioso hacerlas visibles y compartirlas para recordar esta dimensión del pasado”.
Además de la dimensión comunitaria y artística, el trabajo hecho también tiene un valor documental de interés colectivo, porque todas las fotografías recogidas han quedado archivadas en un banco de imágenes digitalizado: “Tenemos muchas imágenes del centro de Barcelona, pero no de las historias y las vidas de dentro de los edificios y de los barrios, y es valioso hacerlas visibles y compartirlas para recordar esta dimensión del pasado”, dice Abel.
Sin embargo, el valor de las fotografías también tiene que ver con su calidad porque, aunque no sean profesionales, se trata de imágenes analógicas “muy difíciles de conservar y recuperar, y las técnicas de la época aportan elementos imposibles de reproducir actualmente en el estudio”, señala.
Un proyecto de éxito por reproducir en otros barrios
La buena acogida del proyecto ha animado al colectivo La Matrioska a repetir la idea en otros barrios, y recientemente ha empezado a mantener conversaciones para impulsar un nuevo proyecto artístico y comunitario en el barrio del Besòs i el Maresme: “El formato puede ser muy diverso, tanto collages de fotografías como retratos gigantes, exposiciones itinerantes, el contraste de fotografías antiguas y nuevas…
La cuestión es que se cuente con la creación artística y comunitaria a la hora de recuperar espacios vecinales, y que se le destinen el apoyo y los fondos suficientes”, subraya Abel, porque “no es fácil ni habitual encontrar un lugar donde la gente se detenga a reflexionar sobre su pasado y a explicar la historia de los barrios y de la ciudad entre diferentes generaciones”, y el mural de la Vía Trajana ya es una realidad de éxito que puede servir de precedente para proyectos futuros.