JUDAÍSMO | Para entender el calendario judío
El calendario utilizado en el judaísmo, según la tradición, tiene el origen en la creación del mundo, exactamente 3.760 años antes de Cristo. El cómputo está realizado principalmente a partir de las edades de los personajes y acontecimientos mencionados en la Torá. Actualmente, este calendario tiene varias variantes, de las cuales la denominada rabínica es la más extendida.
Aunque el calendario judío se basaba originariamente en criterios de observación, es a partir del s. IV d. C. que empieza a utilizarse el cálculo matemático para fijar los doce meses del año y las correspondientes fiestas religiosas. Por tratarse de un calendario lunisolar, necesita corregir el desajuste entre el ciclo solar y el ciclo lunar (más corto). Para ello se utiliza una combinación metódica de años de doce y trece meses dentro de ciclos de diecinueve años (saros babilónico o ciclo metónico griego). Cuando el año tiene trece meses se lo denomina año embolismal o preñado (shaná me'ubéret), es decir, un año bisiesto. El mes añadido recibe el nombre de adar alef o adar rishon, ya que se “duplica” el mes de adar. El año bisiesto judío no debe confundirse con los años bisiestos de los calendarios solares, donde lo que se añade no son meses, sino días, y que se hace con el objetivo de redondear el ciclo solar. También es importante recordar que en ningún lugar del Tanaj se hace mención de los trece meses del año embolismal.
En este calendario lunisolar, el ciclo solar es importante para determinar fiestas con fuerte carácter agrícola, y el ciclo lunar lo es para fijar el inicio de los meses, que empiezan siempre con luna nueva. Tengamos en cuenta que en el judaísmo es costumbre celebrar el inicio de cada mes (rosh hodesh). Los nombres más antiguos de los meses del calendario judío eran de origen fenicio, pero los utilizados actualmente provienen de la época del exilio a Babilonia (s. VI a. C.).
El libro del Éxodo (Shemot) ordena empezar el año en el mes de nissan, en el que se conmemora la salida de Egipto; pero en el Levítico (Vayiqra) se ordena celebrar el fin de año (rosh hashana o yom teruah) en el mes de tishri, que conmemora la creación del mundo. Puede parecer una contradicción, pero como ocurre con la mayoría de las festividades, buena parte de su confusión se aclara si se pone en relación con los fenómenos astronómicos y, de rebote, agrícolas. El ciclo solar se divide tradicionalmente en cuatro estaciones que vienen marcadas por los dos solsticios y los dos equinoccios: nissan comprende el equinoccio de primavera y la época de la cosecha; tishri incluye el equinoccio de otoño, la época de la vendimia.
El calendario judío da mucha importancia a la semana (shavua), ya que reproduce los seis días de la creación y el día en que Dios se retira para descansar. Los días (yom) empiezan y acaban con la puesta del sol (ereb), que tiene su equivalente dentro del ciclo solar en el equinoccio de otoño. Al séptimo día de la semana se lo denomina shabbat porque es el día del descanso y el día en que todas las personas judías deben dejar de trabajar y dedicarse a la oración, visitar la sinagoga y estar en familia.
El judaísmo también observa la prescripción de descansar cada siete años con el llamado año sabático (shmita). Su forma más visible es el hecho de que los campos se dejan sin cultivar: la agricultura ha comprobado sus beneficios con la conocida práctica del barbecho. Después de multiplicar “siete por siete”, el quincuagésimo año se celebra el conocido como año jubilar (yobel), caracterizado por la reconciliación y la liberación de las deudas.
Algunos ejemplos simbólicos del calendario
La interpretación simbólica no cuestiona ni niega el hecho histórico o religioso. En tanto que expresión de la condición temporal, los calendarios tienen un carácter eminentemente cíclico que los vincula principalmente con el simbolismo numérico, geométrico y astronómico.
Los doce meses del año se relacionan directamente con el simbolismo solar de los doce signos del zodíaco. El sacrificio del cordero pascual durante el mes de nissan, por ejemplo, se relaciona con el cordero de la constelación de Aries. Y es muy difícil no ver alusiones al simbolismo solar en los 365 días que vivió Enoc o que estuvo Noé dentro del arca durante el diluvio.
Las cuatro fases lunares determinan el mes y el ciclo menstrual. La relación entre la luna y la mujer, por ejemplo, aparece claramente referida en el Talmud cuando se trata del rosh hodesh y sus oraciones particulares (kidush halebana).
El ciclo semanal expresa claramente una fase lunar y refleja al mismo tiempo el simbolismo propio del septenario planetario, como también ocurre en numerosas lenguas europeas. Con respecto a los ciclos sabáticos y jubilares, expresan en un lenguaje temporal el mismo significado que tiene el “centro inmóvil” en medio de las seis direcciones espaciales. El Zohar, por ejemplo, recuerda cómo Jeremías puso el año jubilar en relación con un río del Paraíso.
El valor alfanumérico de la lengua hebrea, profusamente desarrollado por la ciencia de la gematría dentro de la tradición cabalística, se usa a menudo para entender aspectos ocultos en la letra. Así, por ejemplo, se dice que el valor numérico de la palabra hebrea para año (shanah) es 355 (Shin 300 + Nun 50 + He 5), que equivale al prototipo de días del calendario judío. Según la temurah, ciencia que estudia la permutación de las letras, la misma palabra shanah expresaría un sentido oculto en la palabra nahash. En efecto, el ciclo anual no puede pensarse como un ciclo cerrado o circular, sino más bien como un ciclo abierto o espiral, como el movimiento de una serpiente (nahash), la misma que fue responsable de la caída de Adán y Eva. Si se considera el tiempo como una sucesión puramente cuantitativa, al estilo aristotélico, se representa como un despliegue; pero si se considera cualitativamente, como hacen los calendarios religiosos, fijando sus festividades, entonces se representa como un repliegue.