El Pésaj se considera una de las tres fiestas estacionales, por su vinculación con los ciclos agrícolas y de peregrinación (sheloshet haregalim), ya que en cada una se visitaba el templo de Jerusalén para realizar ofrendas.
Durante el Pésaj se celebran dos acontecimientos consecutivos claves en la historia del pueblo de Israel. El primero se corresponde con la protección otorgada por Dios al pueblo judío ante la décima plaga enviada a los egipcios, cuando una epidemia mortal se extendió por todo Egipto y acabó con todos los primogénitos. No obstante, gracias al favor divino, la desgracia “pasó por encima” de los niños judíos, que se salvaron. Una vez acabadas las plagas, siguió el segundo acontecimiento: la esperada liberación del largo periodo de esclavitud sufrida por el pueblo judío en Egipto. Así se prescribe en la Torá: “Tendréis este día por memorial y celebraréis su festividad a Dios durante todas vuestras generaciones”. La tradición comenta que el éxodo se produjo de manera tan precipitada que los judíos no tuvieron tiempo de fermentar el pan; es por eso que durante el Pésaj, la ley prohíbe comer cualquier cereal al que se haya añadido levadura (jametz) y se come, en su lugar, el pan ácimo (matzá).
Los días más importantes del Pésaj son el primero y el último, y el carácter festivo hace que trabajar en estos dos días esté prohibido, en alusión a la liberación de la esclavitud sufrida durante el cautiverio. Durante la noche del primer día se dispone una cena conmemorativa (séder) donde cada elemento tiene un carácter eminentemente simbólico, tanto con respecto al plato principal (keará) como por las bendiciones, alabanzas y oraciones escogidas.
¡Pésaj sameaj!