La montaña de Montjuïc es la caja fuerte donde se guarda la historia de Barcelona. Pocas ciudades tienen un accidente geográfico tan característico y con tantos secretos asidos a la piedra y tantos acontecimientos vividos. Los arqueólogos ya encontraron restos abundantes de una cantera taller epipaleolítica de unos 10.000 años de antigüedad; es el testimonio más antiguo de presencia humana en la ciudad de Barcelona. En la falda de Montjuïc han ido creciendo diversos núcleos de población que han llegado a formar una unidad física, actualmente organizada en el distrito de Sants-Montjuïc.

Sants era un pequeño vecindario agrícola que existía como mínimo desde el siglo XI y que se transformó en un gran pueblo industrial. Los talleres donde se estampaban las prendas de ropa con los dibujos denominados indianas. El crecimiento industrial no se detuvo, y pronto grandes fábricas textiles hicieron compañía a la multitud de pequeños talleres: el Vapor Vell (Sants), la Espanya Industrial (Hostafrancs), Can Batlló (la Bordeta). Ello causó que estos barrios, que tenían un crecimiento demográfico muy rápido debido sobre todo a la inmigración y con una clase obrera predominante, se convirtieran en lugares de historia agitada y de formación de muchas sociedades populares, buena parte de las cuales todavía existen.

La negociación entre Barcelona y Sants

En 1839, Barcelona había hecho un cambio de terrenos con el municipio de Sants. La Ciudad Condal cedía a su vecino una parte de la zona marítima a cambio de establecer, en el torrente de Magòria, el límite por el sureste. Así, pasó a pertenecer a Barcelona el territorio donde acto seguido se empezó a urbanizar el barrio de Hostafrancs, que tomó el nombre de un hostal fundado por Joan Corrades, y bautizado con el topónimo del pueblo leridano de donde procedía. Aunque ya pertenecía a Barcelona cuando se redactó el Plan de ensanche, Hostafrancs no fue incluido en él y tuvo su propio desarrollo urbanístico diferenciado.

En 1883, el Ayuntamiento de Sants agregó el pueblo a Barcelona, pero este acuerdo municipal fue anulado por el Gobierno al año siguiente. Finalmente, en 1897, Sants se anexionó definitivamente a Barcelona por real decreto, al mismo tiempo que Sant Martí, Sant Andreu, Les Corts, Gràcia y Sant Gervasi.

El Poble-sec fue, de hecho, el primer ensanche de Barcelona, anterior al que proyectó Ildefons Cerdà. Las murallas de Barcelona se derribaron en 1854 y el Plan de ensanche se aprobó cinco años más tarde, pero los propietarios tardaron unos años más en edificar a causa de las reticencias contra el proyecto de Cerdà. Aquel fue el origen del Poble-sec.

Fuera del plan Cerdà

Como los de Hostafrancs, los terrenos situados en el lado de la falda de Montjuïc más próximo al mar no quedaban incluidos en el Plan de ensanche ni estaban, por lo tanto, sujetos a limitaciones urbanísticas. Los propietarios, con buen criterio, empezaron a parcelarlos según su conveniencia, a partir de 1858, y a edificar casas sencillas para obreros. Nacieron, así, los barrios de la França Xica, Santa Madrona y las Hortes de Sant Bertran, después agrupados bajo el nombre genérico de Poble-sec. Era un sector que quedaba muy cerca del antiguo recinto amurallado de la ciudad y tenía, así, todas las ventajas y un único inconveniente: las fuertes pendientes.

Hasta 1887 el Ayuntamiento no decidió intervenir. Convocó un concurso de proyectos de urbanización que tenía que asumir, lógicamente, lo que ya estaba construido. Josep Amargós, encargado de redactarlo, lo terminó en 1894. Copió el sistema de chaflanes ideado por Cerdà, a escala reducida, y dejó establecida la trama urbana actual del Poble-sec, desde el mar hasta la plaza de Espanya.   

La urbanización del Paral·lel

El Paral·lel, que es actualmente el límite del distrito con el barrio viejo y la parte baja de L’Eixample, se urbanizó poco después de la Exposición Universal de 1888. Su nombre proviene de una taberna abierta en 1894, cuyos dueños, para bautizarla, siguieron el consejo de un amigo, el astrónomo Comas i Solà, partiendo de que el trazado de la calle tiene exactamente la misma orientación que los paralelos terrestres y coincide con el que pasa por Barcelona, situado a 41° 20’ de latitud norte. De inmediato, aquella amplia avenida se convirtió en un barrio alegre, repleto de teatros y cafés.

En 1892 se abrió el Teatro Español, en el mismo local, transformado, que ahora ocupa la Sala Barts. En 1898 se instaló en la avenida el Café Sevilla, ya desaparecido, y en 1903, el Teatro Condal. En 1901 se le sumó el Nou; en 1903, el Apolo; en 1907, el Cómico; en 1916, el Victòria y El Molino. Raquel Meller, que debutó en 1911 en el Arnau, fue la figura indiscutible de las salas de espectáculos del Paral·lel durante muchos años. Aquella tradición, inaugurada cuando acababa un siglo y empezaba el siguiente, se ha mantenido con dificultades hasta nuestros días.

La Zona Franca, territorio aduanero

El nombre de la Marina, antes conocida como Zona Franca, proviene de que, al empezar el siglo XX, el Fomento del Trabajo Nacional pidió al Gobierno la creación, en el delta del Llobregat, de una gran zona industrial donde se pudieran elaborar, con exenciones fiscales importantes, materias primas catalanas destinadas a la exportación. Eso es, precisamente, una zona franca: un territorio que dispone de instalaciones portuarias y que es considerado, desde el punto de vista aduanero, como territorio extranjero, aunque dependa del Estado donde esté situado. Solo se autorizan construcciones industriales y comerciales, pero no residenciales.   

Nunca fue concedido este privilegio a Barcelona. Se llegaron a expropiar los terrenos, durante la dictadura de Primo de Rivera, después de segregarlos de L’Hospitalet y anexionarlos a Barcelona, pero no se hizo nada a causa de los pleitos con los propietarios expropiados y de la evolución histórica posterior del país. En 1965, cuando ya hacía diez años que se había instalado la SEAT, una ley decidió que los terrenos expropiados no servirían como zona franca, sino como polígono industrial para la mediana y gran industria, y también para la ampliación del puerto. Tres años más tarde se aprobó el plan parcial de 714 hectáreas, a partir del cual han surgido aquellas calles inhóspitas y sin nombre.

Montjuïc, un espacio de ocio

Desde siempre, había habido tradición de ir a Montjuïc a pasar ratos de ocio. Las ermitas siempre han sido lugar de romería y estas excursiones suelen acabar con una jira. A las ermitas se les añadieron los merenderos, siempre cerca de las fuentes. Se iba el domingo y había baile al aire libre. En la noche de San Juan, sobre todo, se convertían en el lugar preferido de las verbenas, porque en Montjuïc crecía la planta del mismo nombre y los enamorados aprovechaban para hacerse con un ramo de flores y ofrecérselo a sus parejas. La Font del Gat dio origen a una de las canciones catalanas más populares.    

El ajetreo de las canteras convivía con lugares tranquilos, con prados y bosques de pinos donde los lerrouxistas organizaban sus encuentros a principios de siglo. Este paraíso dejó de serlo cuando unos financieros barceloneses muy relacionados con las nacientes compañías productoras y distribuidoras de electricidad se fijaron en este sitio para convertirlo en el mejor escaparate publicitario de sus intereses.

La importancia de la luz

Francesc Cambó era el abogado de Sofina, una sociedad financiera vinculada a la AEG que tuvo una intervención decisiva en todo el proceso de electrificación en Cataluña. Joan Pich i Pon era el líder del Partido Radical en Barcelona. Cuando los radicales mandaban en el Ayuntamiento, se hizo la concesión municipal al AEG para el alumbrado público de la ciudad, después de un viaje que hizo Lerroux expresamente a Barcelona para entrevistarse con los representantes de esta empresa.

Cambó y Pich i Pon tenían capacidad para influir en las decisiones municipales de la segunda década del siglo. Eran los concejales más destacados de sus respectivos partidos y fueron elegidos en 1913 para organizar una exposición de industrias eléctricas que promocionara el consumo de aquella naciente forma de energía. El Ayuntamiento asumió plenamente el proyecto y seleccionó la montaña de Montjuïc como marco de la exposición, que tenía que celebrarse en 1917. Un real decreto autorizó al Ayuntamiento a expropiar los terrenos, declarados de utilidad pública. Se encargaron proyectos de urbanización a algunos de los arquitectos más importantes del momento —Puig i Cadafalch, Domènech i Montaner, Enric Sagnier y August Font, entre otros— y empezaron las obras con mucho empuje.    

La guerra europea aconsejó aplazar la exposición, ya que difícilmente participarían en ella las empresas extranjeras, pero las obras no se detuvieron, pensando que podrían servir para otras exposiciones. El mismo día en que Primo de Rivera dio el golpe de estado, en 1923, se inauguró una de mobiliario y, seis años después, con las obras de urbanización acabadas, se celebraba la Exposición Internacional. La luz, tal como había sido la intención inicial, ocupaba un lugar muy importante, con los rayos del Palacio Nacional, la fuente mágica de Buïgas, la torre de la plaza del Univers y las farolas art déco de la avenida de Maria Cristina. La montaña quedó configurada tal como es ahora, desde la plaza de Espanya hasta Miramar.

Montjuïc, después de la Exposición: 3 elementos clave

En Montjuïc, después de la Exposición de 1929, han ocurrido muchas cosas. La primera, que muchos de los emigrantes que atrajo se alojaron en chabolas detrás del estadio y, para que no se vieran durante la Exposición, se levantó un muro. Aquel núcleo fue creciendo en la posguerra hasta formar una verdadera ciudad que llegaba a las vallas del cementerio. A mediados de los años sesenta, que es cuando llegaron al momento de máxima densidad, esta ciudad de barracas tenía una población de unos 35.000 habitantes y ocupaba una superficie de 30 hectáreas, que se mantuvo hasta principios de los años setenta.   

La segunda, que durante la Guerra Civil Española y una vez acabada entró en un proceso de degradación creciente, del que no se empezó a recuperar hasta que se decidió celebrar en Barcelona el Congreso Eucarístico Internacional de 1952, un acontecimiento de gran importancia política —era el primer signo visible del fin del aislamiento diplomático del régimen franquista— y de impacto en el urbanismo de la ciudad, comparable a las dos exposiciones y a los Juegos Olímpicos.

La tercera, que una vez recuperadas las instalaciones de la exposición y reanudada la Feria de Muestras, Montjuïc sirvió para encajar todo lo que no cabía en otro sitio, sin una visión coherente y de conjunto: desde pistas para los exámenes de conducir hasta escuelas de sordomudos, desde parques de atracciones hasta museos, desde terrenos deportivos hasta vertederos de basuras... Todo cabía.    

La construcción de viviendas públicas

Una de las utilidades que el Ayuntamiento franquista encontró a la montaña de Montjuïc fue la de solar de diversos grupos de viviendas de promoción pública, de los que se hicieron en la ciudad en los años sesenta para dar alojamiento a los inmigrantes que seguían llegando a la ciudad y para quienes la iniciativa privada no tenía interés en construir.   

El primero de estos grupos ya se había formado en los años de la exposición junto al paseo de la Zona Franca, que entonces era un camino arbolado que conducía al hipódromo de Can Tunis. Se levantó uno de los cuatro grupos de casas baratas que la dictadura de Primo de Rivera construyó en Barcelona. Recibió el nombre de Eduardo Aunós, ministro de Trabajo, Comercio e Industria en el momento en que se formó el conjunto.   

Los grupos siguientes se hicieron en el Polvorí y en Can Clos los días del Congreso Eucarístico. En un mes se levantaron en Can Clos 192 viviendas de 30 metros cuadrados. Allí trasladaron a los chabolistas que estaban en la zona de la Diagonal situada al límite del término municipal, ya que este lugar fue urbanizado entonces para situar el altar principal de los oficios solemnes del congreso. En el Polvorí, con 44 bloques levantados por el Patronato Municipal de la Vivienda, se instalaron, también, chabolistas procedentes de otras zonas, aunque nueve se reservaron para policías.

La urbanización de nuevos espacios

En 1966, el Patronato construyó otro polígono en la montaña: el de la Vinya, con 288 viviendas junto a la vía de los Ferrocarriles Catalanes. Esta línea ferroviaria era un ramal que se había construido en 1926 desde la estación de la Magòria hasta el puerto, a través de Montjuïc, para transportar la potasa de las minas del Bages a los barcos de mercancías. Se clausuró después de unas fuertes protestas en 1977, y ahora ya no queda ningún rastro de las vías.   

Además, en el lado de la Mare de Déu de Port, hay otros conjuntos de viviendas para obreros, promovidos por empresas: la colonia Bausili, cerca de las casas baratas; la colonia Santiveri; las casas de la SEAT, que se empezaron a construir en 1953; y otros grupos que han ido quedando diluidos dentro de las edificaciones modernas del paseo de la Zona Franca, completamente transformado.

En el lado de la Gran Vía se ha ido desarrollando, con vida propia, el barrio de la Font de la Guatlla-Magòria, con la calle de la Font Florida como eje central, y la escuela municipal Pau Vila, promovida en tiempos del alcalde Socías como nexo de unión con los barrios del lado de Port.

La elección de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992 introdujo un nuevo elemento que abrió las puertas a un nuevo e importante capítulo de la historia de este sector de la ciudad de Barcelona. También, en los últimos años, han tenido lugar las importantes labores de articulación, reurbanización, rehabilitación de viviendas, nuevos equipamientos, creación de zonas verdes, etcétera.

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