Una era la fábrica de tejidos Casarramona, que en 1912 se instaló en la calle de Mèxic en un bello conjunto modernista de Puig i Cadafalch, que ganó el premio al mejor edificio del año. Funcionó como industria hasta 1920, y posteriormente se destinó a cuartel de la policía. La otra estaba al final de la calle del Rabí Rubèn, pero un incendio destruyó su sede del Poble-sec. Can Butsems cerró en 1978, y parte de su solar lo ocupan, ahora, un centro de barrio, la escuela La Muntanyeta y un instituto en construcción. Pero en sus mejores momentos, durante las obras de la Exposición Internacional de 1929, llegaron a trabajar allí un millar de obreros que producían piedra artificial. Muchos de ellos se construyeron casas pequeñas en la colina, detrás de la masía de Can Cervera (1801), la única casa de campo que ha subsistido hasta nuestros días y que hoy ocupa un centro de ocio.
Dentro de la fábrica Butsems, junto a una encina, estaba la fuente llamada de la Guatlla (de la codorniz), que dio nombre al barrio. Su utilización por parte de la industria y el vertido de basura en Montjuïc durante los años sesenta la contaminaron. Hoy solo queda el recuerdo, un monolito y un himno: “Recorden els nostres avis quan el nom varen buscar, / per batejar el nostre barri, fou molt fàcil de trobar. / Va fer un crit agut la guatlla, mentre cantava la font. / Van triar Font de la Guatlla com el més preciós del món” (Recuerdan nuestros abuelos cuando el nombre buscaron, / para bautizar nuestro barrio, fue muy fácil de encontrar. / Dio un grito agudo la codorniz, mientras cantaba la fuente. / Eligieron Font de la Guatlla como el más precioso del mundo).
Otra fuente popular sobrevivió unos años más a la de la Guatlla. Se trataba de la Font Florida, al final de la bucólica calle del mismo nombre. En este lugar, en 1930, la Cooperativa de Obreros y Empleados Municipales compró unos terrenos al barón de Esponellà y construyó una serie de torrecitas con jardín, al estilo inglés. Durante la República, cada mes de junio organizaban una fiesta mayor de calle que ahora ha hecho suya todo el barrio.
Antes de la Guerra Civil, la Font de la Guatlla también creció por la Gran Vía. Se instalaron una fábrica de chocolate y dos de luces y bombillas (Lámparas Z, en la calle de Mèxic, y Trèbol). El trapero enriquecido Pau Forns levantó seis bloques de pisos entre los números 272 y 282 de la Gran Vía, que todavía se conocen como las Cases del Drapaire (casas del trapero). Después de la guerra, el ambiente rural del barrio se fue diluyendo. En 1949, la parroquia de Santa Dorotea se erigió sobre un antiguo campo de trigo. Al mismo tiempo, personajes como el requesonero, el peletero, el vendedor de calcetines o el piñonero, que vendía cinco céntimos de piñones a los niños mientras les contaba un cuento, fueron desapareciendo. Por otra parte, las nueve calles que se hicieron subiendo hacia Montjuïc se bautizaron con nombres de flores: Dàlia, Gessamí, Crisantem...
Durante el primer franquismo (1940-1960), una entidad llamada Nia Nesto, que en esperanto significa ‘mi nido’, organizó charlas y sesiones de cine. Tuvo que cerrar en 1968, cuando algunos de sus miembros fueron detenidos. No obstante, la cooperativa escolar Magòria, la entidad Vecinos y Amigos de Magòria y la Asociación de Vecinos Font de la Guatlla retomaron, durante el franquismo tardío, la actividad social y reivindicativa. Fruto de esta, ya en democracia, son el centro de barrio y el colegio La Muntanyeta, que los vecinos ganaron sin tener que renunciar a la otra escuela pública, Pau Vila.