Durante la Edad Media, las tierras situadas fuera de la muralla de la ciudad de Barcelona eran espacios de uso fundamentalmente agrícola, y cerca de las murallas no se podía edificar porque las leyes militares de la época lo prohibían. En 1751 se encomendó la construcción del actual Castillo de Montjuïc, y en la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del XIX, con la aparición de nuevas actividades manufactureras, se produjeron los primeros cambios espectaculares en la zona que actualmente ocupa el barrio del Poble-sec: el establecimiento de los prados de indianas en las Hortes de Sant Bertran y la explotación de las canteras de la montaña de Montjuïc.

Las murallas medievales de Barcelona se derribaron en 1854 y el plan de ensanche se aprobó cinco años más tarde, pero todavía se tardó unos años en edificar en las zonas más centrales, por los conflictos y reticencias que inicialmente suscitó el proyecto de Cerdà. Mientras tanto, a pesar de las presiones para edificar más allá del antiguo perímetro amurallado, se tuvo la posibilidad de hacerlo en esta zona de la vertiente norte de Montjuïc, que, a pesar de estar muy próxima al antiguo centro, era menos valorada por sus fuertes pendientes y no había quedado incluida en el plan de ensanche.

Este hecho lo aprovecharon los propietarios para desarrollar la urbanización del sector sin las constricciones y estrictas regulaciones vigentes en las zonas comprendidas en el plan. A partir de 1858, se iniciaron las parcelaciones y la edificación de casas sencillas para familias obreras. Nacieron, así, las barriadas de la França Xica, Santa Madrona y las Hortes de Sant Bertran, que todavía hoy constituyen los tres vecindarios diferenciados que integran el Poble-sec, junto con el pequeño núcleo de la Satalia.