Actualmente Todos los Santos es una celebración que tiene un carácter mucho más festivo que hace siglos, cuando era dedicada al culto a los muertos y tenía un tono muy severo. Tal como recuerda Dani Cortijo en el blog Altres Barcelones, durante la verbena del 1 de noviembre las campanas no paraban de sonar en toda la noche y siempre se acababa pasando el rosario por las almas difuntas. Pero esta costumbre, como muchas otras, se ha perdido. ¿Quieres dar un paseo por la Barcelona desaparecida, siguiendo las explicaciones de Dani Cortijo y el Costumari català de Joan Amades?
Una de las figuras más destacadas de la fiesta son las castañeras. Amades explica cómo eran los utensilios tradicionales que utilizaban: primero, tostaban las castañas en fogones de barro parecidos a una copa y, más tarde, con sartenes de cobre o de hierro agujereadas. Las castañeras anunciaban el producto con un grito: “¡Calientes y gordas! ¿Quién quiere ahora que humean?”.
Joan Amades también explica que, antiguamente, las castañeras salían a la calle concretamente el día de Todos los Santos. Montaban los puestos en torno a los dos portales de acceso a la ciudad que llevaban a los principales cementerios barceloneses. El portal del Àngel era el paso obligado para ir al cementerio de los Apestados, que se encontraba en el actual cruce del paseo de Gràcia con la calle de Aragó. El otro era el portal de Don Carles, situado en la actual avenida de Icària, donde empezaba el camino para ir al cementerio del Poblenou. De este modo, las castañeras se aseguraban las ventas porque la gente compraba las castañas al volver de visitar a sus familiares difuntos. A partir del día siguiente, el 2 de noviembre, las castañeras se repartían por toda la ciudad.
Sobre los panellets, Amades dice que en algunas épocas los padrinos obsequiaban con ellos a sus ahijados, igual que por Pascua les regalaban la mona. Originariamente, los panellets no se vendían en las pastelerías, sino en los cafés o en la calle, porque era habitual hacer una especie de apuesta para obtenerlos como premio.
En las postrimerías del siglo XVIII, se hacía una feria muy lucida de castañas y de panellets por las calles del Call, de la Boqueria y del Hospital. Los puestos se adornaban con grandes platos de panellets y castañas, combinados y distribuidos de manera que formaban dibujos y figuras. Amades recuerda que en cada extremo de la mesa se ponía un candelabro y, en medio, un jarrón de flores, lo que confería al conjunto una fisonomía como de altar.
Las flores son otros de los protagonistas de la jornada. Dani Cortijo explica que la tradición de honrar a los difuntos con flores proviene de los antiguos romanos. Las familias se reunían en torno a una tumba y, entre otros rituales, ofrecían flores a los muertos en señal de vida eterna. En el siglo XIX, el lugar de la ciudad donde se concentraban las floristas era La Rambla y, cuando se acercaba Todos los Santos, el ritmo de trabajo se multiplicaba, ya que hacían su agosto en el mes de noviembre.
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