Luisa es un puntal de la vida comunitaria del barrio y, junto con Ana Álvarez, dinamizadora del Casal de Barrio La Vinya, desde donde se organizan el casal comunitario y muchos otros proyectos vecinales, fue de las personas que más se movilizaron para apoyar a familias, personas y colectivos que sufren las consecuencias de la crisis de manera más dura: familias enteras sin ningún ingreso, personas que necesitan atención para hacer trámites, situaciones de violencia de género, etc.
Eres promotora escolar y miembro fundadora de la Escuela Dominical Undebel. Una cosa es tu trabajo y la otra un trabajo voluntario. ¿Nos los explicas?
Mi trabajo de promotora escolar consiste en procurar el éxito educativo de la población gitana. Desde el Consorcio de Educación crearon esta figura en barrios donde hay un grueso de población gitana importante.
Con respecto a Undebel, somos una asociación impulsada y gestionada por voluntariado; funcionamos hace veinte años, aunque formalmente hace solo cuatro años que constamos en el registro de asociaciones. Ofrecemos refuerzo educativo y actividades de teatro y música para niños del barrio. Aunque la mayoría de la población que atendemos es gitana, todo el mundo tiene cabida. Además, también nos organizamos con el resto del barrio: estamos vinculadas a la iglesia evangélica y a las redes vecinales.
“Gracias al contacto directo que teníamos con las familias del barrio, pudimos detectar las necesidades más urgentes”.
¿Ahora estáis organizadas con otras entidades del barrio?
A raíz de la pandemia surgió una red de todas las entidades del barrio para hacer frente a la necesidad más básica, la alimentación. Gracias al contacto directo que teníamos con las familias del barrio, tanto desde nuestro trabajo como promotoras como por nuestra vinculación con el tejido asociativo, pudimos detectar estas necesidades, que eran urgentes. Entonces hicimos un llamamiento para recoger alimentos en el casal. En la Escuela Dominical Undebel (que funciona en el Casal La Vinya), en la que participo, que es una de las impulsoras de la red, repartíamos comida a 40 familias, pero solo éramos uno de los puntos de recogida y distribución de la Red de la Marina, que llegaba a un total de 350 familias.
¿Cuál ha sido el proceso para llegar a ser un casal comunitario?
En julio del 2020, cuando se acabó el primer confinamiento y se reanudó cierta movilidad y actividad comercial, desde el Ayuntamiento identificaron a colectivos, en distintos barrios de Barcelona, referentes en la organización y sostén de redes vecinales y de apoyo mutuo. Redes que habían sido clave para cubrir necesidades básicas durante los momentos más duros de la crisis sanitaria y el confinamiento. Y dio ayudas a estos proyectos referentes, a través de Acción Comunitaria, para que no se detuvieran. Nosotros habíamos puesto en marcha una de estas redes, en la Marina.
¿Qué forma tomó la actividad de la red después de la ayuda recibida?
La ayuda económica nos permitió plantear una propuesta más allá de la alimentación, en torno a tres ejes. El primer eje era seguir aportando a la red de alimentos. Al segundo lo llamamos digital; es un servicio de préstamo de dispositivos digitales. El tercer eje es el que se encargaba de hacer las derivaciones. Es decir: una vez se detectaban las necesidades, se guiaba a las familias por los circuitos de la institución donde podían acompañarlas, como servicios sociales. Y, mientras tanto, la red vecinal seguía estando ahí para lo que hiciera falta.
Cuando terminó la ayuda al casal comunitario, habéis seguido haciéndolo funcionar, ¿verdad?
Sí. Hay atenciones que, cuando pasó el confinamiento, preferimos que las atendieran plenamente desde servicios sociales, que es la institución a la que corresponde hacer esta gestión. Sin embargo, hay necesidades que persisten, y por eso ahora tenemos otra ayuda, que nos permite tener a una persona trabajando veinte horas semanales. Así podemos seguir dando apoyo a las redes vecinales y haciendo el préstamo de dispositivos digitales.
¿Cómo funciona el préstamo? ¿De dónde sacáis los aparatos?
Los dispositivos del proyecto digital nos llegan por diferentes vías. Por una parte, nos llegan donaciones de material de segunda mano, y una persona informática voluntaria lo pone a punto. Además, con parte del presupuesto del casal comunitario compramos diez portátiles, y las veinte tabletas que tenemos en La Vinya, como de momento no se pueden utilizar en los talleres que hacíamos, las ofrecemos en préstamo.
¿Y cómo accede la gente?
Yo trabajo con todas las integradoras sociales de los centros educativos del barrio de la Marina, así que fue fácil dar a conocer este recurso cuando se puso en marcha. También ha funcionado mucho el boca a boca y el estrecho vínculo que muchas tenemos con espacios del entorno como las mesas comunitarias, la Fundación Arrels… Hay institutos en que lo han necesitado, otros no, pero todo el barrio está informado.
“La comunidad gitana damos mucha importancia a la relación, a la comunidad; sabemos quién lo está pasando bien y quién no”
¿Crees que la cultura de apoyo mutuo que caracteriza a las comunidades gitanas ha ayudado a que estos proyectos fueran posibles tan rápidamente?
Nosotros damos mucha importancia a la relación, a la comunidad; sabemos quién lo está pasando bien y quién no. Ahora bien, esta pandemia ha sido una gran conmoción para todas, porque muchas trabajaban como vendedoras “informales”, o haciendo trabajos que el sistema no recoge, y con las restricciones de movilidad han dejado de tener ingresos. Ha sido un golpe muy duro.
La repercusión que está teniendo la crisis de la COVID-19 en nuestra comunidad quizás no la ha tenido en otras, que no han visto afectada su sostenibilidad de manera tan fuerte. Por eso hemos activado las redes de apoyo y la búsqueda de recursos mucho antes. En nuestro barrio eso ha generado una respuesta grupal preciosa, que hemos compartido con otros colectivos gitanos en el ámbito de Barcelona y Cataluña.