Dice la leyenda que Medir era un campesino que vivía en el valle de Gausac (en la sierra de Collserola) hacia el año 303, durante el dominio del emperador romano Dioclecià. En esta época se iniciaron unas fuertes persecuciones contra los cristianos, las mismas que afectaron a otra famosa santa barcelonesa: santa Eulàlia. Lo obispo Sever, constantemente asediado por las autoridades romanas, tuvo que huir de la ciudad y emprendió el camino tradicional que unía Barcelona con Sant Cugat del Vallès a través de la sierra de Collserola.
A medio camino, con las tropas romanas persiguiéndolo, Severo se encontró el campesino Medir plantando habas. Le explicó su situación y, como era un hombre de tan buena fe, pidió al campesino que si sus perseguidores preguntaban por él, les dijera la verdad e indicara hacia dónde se dirigía. Cuando Severo siguió su camino las habas que plantaba Medir empezaron a crecer y florecer milagrosamente. Era una muestra de la beatitud del obispo.
Los perseguidores romanos no tardaron en llegar y, cuando interrogaron Medir, no se creyeron su historia inverosímil: ¿un obispo que indicaba a sus perseguidores dónde pueden acosarlo? ¿Unas habas que brotaban milagrosamente? Pensaron que el campesino se mofaba de ellos y quería proteger al obispo y, sintiéndose engañados, se lo llevaron detenidos mientras iban a capturar al obispo. Los dos fueron aprisionados y torturados en Sant Cugat del Vallès y Medir fue degollado.
En memoria de toda esta gesta, san Medir es copatrón de Sant Cugat y en Barcelona tenía muchos devotos. En honor del martirio que sufrió, tiene una ermita románica dedicada a la zona donde supuestamente vivía, en el valle de Gausac. Está precisamente en esta ermita donde cada año el 3 de marzo, día de Sant Medir, llegan en peregrinaje los romeros procedentes de Barcelona. Se hace un grupo en el campo del Milagro, una explanada donde se supone que brotaron las habas, al cual se añade también la gente de Sant Cugat.
A pesar de esta leyenda, es muy probable que san Medir no llegara a existir nunca. Se puede tratar, como también pasa con santa Eulàlia, de un caso de duplicación de personalidad hagiográfica con la leyenda de Sant Emeteri de Calahorra. Es posible que la memoria colectiva buscara una historia paralela para ornamentar la leyenda de san Sever y se inspiraran en san Emeteri trasladándolo a Collserola. Además, hasta que en el siglo XIX Josep Vidal Granés no hizo el primer peregrinaje, el culto al santo casi se había perdido.