“En los bancos del mirados las pareas de novios se arrullaban al atardecer. Para ir de la pensión a la torre de mis tíos o al Club de Tenis La Salud solía bajar hasta la plaza Lesseps, dejando atrás una academia de música en cuyo portal siempre había unas muchachas muy formales y espigadas, con carpetas y fundas de violín, y luego en Lesseps torcía a la izquierda (creo que aún existían edificios de media plaza), pasaba frente la tintorería donde a veces convalecía mi “príncipe de Gales” y un poco más allá me sumergía en la luz caliente y en el olor a aceite frito de una churrería, para luego seguir por la Travessera de Dalt y empalmar, pasada la calle Escorial, con la avenida Verge de Montserrat…”
By neighbourhoods
Barcelona has a total of seventy-three neighbourhoods, all of which have been, are, or might be, literary settings. Every nook of the city contains a fragment of life susceptible to being immortalized by writers.
M
“El Monte Carmelo es una colina desnuda y árida situada al noroeste de la ciudad. Manejados los invisibles hilos por expertas manos de niño, a menudo se ven cometas de brillantes colores en el azul del cielo, estremecidas por el viento, asomando por encima de la cumbre igual que escudos que anunciaran un sueño guerrero. La colina se levanta junto al Parque Güell, cuyas verdes frondosidades y fantasías arquitectónicas de cuento de hadas mira con escepticismo por encima del hombro, y forma cadena con el Turó de la Rubira, habitado en sus laderas, y con la Montaña Pelada. Hace ya más de medio siglo que dejó de ser un islote solitario en las afueras. Antes de la guerra, este barrio y el Guinardó se componían de torres y casitas de planta baja: eran todavía lugar de retiro para algunos aventajados comerciantes de la clase media barcelonesa, falsos pavos reales de cuyo paso aún hoy se ven huellas en algún viejo chalet o ruinoso jardín. Pero se fueron. Quién sabe si al ver llegar a los refugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos, quemada la piel no sólo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino también por toda una vida de fracasos, tuvieron al fin conciencia del naufragio nacional, de la isla inundada para siempre, del paraíso perdido que este Monte Carmelo iba a ser en los años inmediatos.”
“Antes de la guerra, el Carmelo y el Guinardó se componían de torres y casitas de planta baja: eran todavía lugar de retiro para algunos aventajados comerciantes de la clase media barcelonesa. Pero se fueron. Quién sabe si al ver llegar a los refugiados de los años cuarenta, jadeando como náufragos, quemada la piel no sólo por el sol despiadado de una guerra perdida, sino también por toda una vida de fracasos, tuvieron al fin conciencia del naufragio nacional, de la isla inundada para siempre, del paraíso perdido que este Monte Carmelo iba a ser en los años inmediatos.”
“Desde las Ramblas hasta el Tibidabo, de la Villa Olímpica de Poblenou de Montjuïc, de Sants al Guinardó y al Monte Carmelo, barrio por barrio y calle por calle de esta dinámica y excitante o exultante ciudad –precisó, contagiado tal vez por el habla dadivosa de la joven alemana–, incluida la Barcelona subterránea con su Metro y con su red de alcantarillado, todo lo estamos peinando y hasta ahora no hemos encontrado ni rastro del maldito jorobado. El antiguo Barrio Chino, actualmente en fase de remodelación, despiojado y desvenereado o despermanganatado, ha sido registrado casa por casa en busca de jorobados, y puede decirse que todos los jorobados de Barcelona, que son mucho más, pero mucho más, de los que se ven circular por la calle, han sido interrogados a fondo.”
“Aquella primavera vi sembrar los tulipanes rojos alrededor del General San Martín, los vi crecer y los vi morir desde la ventana de mi cuarto de la pensión. Entre marzo y abril. Desde la ventana podía ver también el puente de Vallcarca, adusto y gris y con su larga lista de suicidas, y más lejos, en lo alto en una delegación de azules, el Tibidabo.”
“De llevant a ponent, tots els deixants / són rastres de perfum que tonifiquen, / i un cop de vent mescla el fonoll marí / amb la menta de bosc, el fenc madur / amb la suau fragància de les roses. / Compacta com un vi, la solitud / se’ns pobla de records que els anys mantenen / en un racó exquisit de la memòria. / I així creixem, hereus d’un culte antic / que gronxola l’aroma i el misteri / en un sol gest ritual i solemne.”
“Algú potser, anys a tenir, dirà / un per un tots els noms de les ciutats / i en cada nom s’hi sentirà el batec / d’una sola i magnífica cadència, / perquè no hi ha molts cors, sinó un de sol / i el seu ritme el compassen les onades. / Algú potser es perdrà per uns carrers / desconeguts, i de sobte, amb sorpresa, / una rialla, un gest, unes paraules / que no entendrà li amoixaran el cor / i es sentirà davant de casa seva”
“El tren procedent de Mataró va entrar a l’estació de França a les 8:34, amb quatre minuts de retard. Es va aturar a la via u, esbufegant i llençant un vapor dens i brut en totes direccions que creava una boira densa de l’interior de la qual sortien els passatgers.
Un d’aquests passatgers no era gaire alt i anava vestit amb un lleuger vestit de lli de color cru, corbata de llaç, gorra de quadres i botes còmodes per caminar pel camp. Duia un bigoti abundant i una barba molt ben retallada, en punta. Tenia cinquanta anys justos, mirava directament amb ulls tendres i fràgils, caminava amb una certa fatxenderia, potser per compensar la seva curta alçada, i es deia Francesc Ferrer i Guàrdia.
Li va sortir al pas un jove, més alt i prim que ell, de vestit fosc de ciutat i de moviments continguts que semblava que dissimulaven una energia desbordant que fàcilment podia convertir-se en violència. Era Miquel Villalobos Moreno, un col·laborador del pedagog.
Els dos homes es van parlar primer amb una mirada d’intel·ligència. Les ninetes van fer un ball dedicat a dos homes que es van aturar molt a prop d’ells. L’un, amb ulleres, buscava a les butxaques de la jaqueta alguna cosa que no trobava. L’altre, alt i cepat, amb cara de pagès, badava llegint, potser lletrejant, les inscripcions que ostentava la locomotora. Eren policies, sens dubte.”
“Què és la vida? Quin fi té l’existència? / Com s’omple el buit del nàixer al morir? / De nostre pas pel món, quina és la vida / que no la trob en mi? / Si dins mi vull mirar, només que cendres / del foc d’abans hi queden en mon pit; / i si hi cerc l’esperit que m’animava, / no hi sé trobar el camí…”
“La causa de tanto nerviosismo era ésta: en los últimos meses de la guerra civil, y después de haber estado holgazaneando dos años largos en un pueblo del interior, el tío Víctor había sido detenido, no sé cómo ni por qué, trasladado a Barcelona y encerrado en una checa. Las checas cuyo nombre según supe más tarde, derivaba de la palabra crezvitchainaia Komisia, aunque nunca entendí el trayecto terminológico que va de este trabaluengas al castizo “checa”, guardaban analogía con las prisiones políticas de la Rusia bolchevique, tanto por sus métodos como por el personal que las regentaba.”
“Iba nadando a buen ritmo, pura rutina, ya un poco apartado de la espuma de los nadadores, cuando empezó a llover sobre el agua y el mar se fue rizando un poco con los embates del viento. Se había permitido mirar hacia atrás un segundo para ver el grupo homogéneo de cabezas que estaba quedando rezagado. Sonaban las sirenas de algunos barcos para alegrar aquella mañana de mil demonios –qué pronto se acababa el verano en Barcelona–, y desde la escollera iban partiendo las lanchas que seguirían la prueba. Pocas horas antes, unos botes habían recogido los desperdicios que flotaban en el agua y habían vertido detergente a lo largo del recorrido"