La pregunta que se hacía todo el mundo era qué se tenía que hacer. Para responder esta cuestión se reunió, el último día de junio, la Junta de Brazos. En una primera votación, el brazo eclesiástico se inhibió, mientras que el militar o aristocrático se decantó, por pocos votos, por la rendición, y el brazo real apostó por la resistencia. Ante este resultado poco definido, el 6 de julio el brazo militar propuso revisar su posición y cambió su voto, ahora a favor de la resistencia. El 9 de julio se dio a conocer el resultado al pueblo de Barcelona al grito de “privilegios o muerte”. Muchos nobles que eran partidarios de la rendición huyeron de Barcelona en dirección a Mataró, que se convirtió en la capital de los botiflers (colaboracionistas). Entre ellos estaba el marqués de Llupià y su familia, que se afanaron por dar obediencia a Felipe V.

Entretanto, los ejércitos de las dos coronas avanzaban sobre Barcelona. Como queda recogido en los Dietaris de la Generalitat, el 25 de julio de 1713 se vieron por primera vez las tropas borbónicas del duque de Pópuli (el general que las comandaba) rodeando Barcelona: “En este mismo día, muy de madrugada, el ejército del enemigo ha comparecido delante de esta capital, y ha llegado hasta la masía del Guinardó, y por la tarde se ha retirado a la parte de Sants”. La armada felipista también tomaba posiciones desde el mar. Tres días más tarde, se consolidó el asedio, y se dividió el ejército en tres secciones: la primera estaba entre L’Hospitalet y Collblanc; la segunda, entre Sarrià y Gràcia, y la tercera cubría desde la masía del Guinardó y la Torre dels Pardals hasta Sant Martí de Provençals. Este despliegue se hizo aplicando medidas drásticas sobre las poblaciones ocupadas, para disuadirlas de la resistencia. A principios de agosto llegaron noticias al interior de la ciudad sobre las atrocidades cometidas. Según explica Joan Clapés, el enemigo atacó la Torre dels Pardals y las demás masías del entorno, desde Horta hasta Badalona, “que fueron saqueadas de la manera más horrorosa”.

La defensa de Barcelona iba más allá de sus murallas. Al lado norte y este se habían instalado unos puntos de artillería en los antiguos conventos de los Caputxins (entre el paseo de Sant Joan y la calle de Bailèn, por debajo de Còrsega) y de los Mínims, en el lugar conocido como la Creu de Sant Francesc (donde más tarde estuvo el Fort Pius, en la calle de la Marina, por debajo de la Gran Vía). Estos recintos religiosos habían quedado en ruinas tras los asedios anteriores. Joan Clapés relata en su libro algunos de los enfrentamientos que hubo entre los dos bandos en esta zona. Recogemos algunos:

  • El 10 de agosto de 1713, desde las cinco de la mañana hasta que oscureció, la artillería de los Caputxins disparó contra las tropas borbónicas establecidas en Gràcia, en el Guinardó y en la Torre dels Pardals.
  • El 18 de agosto, escribe Clapés, “la artillería de la Creu de Sant Francesc, por orden de Villarroel, hizo destrozos a los enemigos que ocupaban la Torre dels Pardals y Guinardó, retrocediendo (los borbónicos) hacia Horta, mientras los ciudadanos del pueblo los recibían con un gran tiroteo, y el duque de Pópuli, para prevenir el daño, hizo salir un destacamento de caballería, que tuvo que retroceder por el fuego vivo que los de Horta y de Santa Eulària (Vilapicina) le hicieran por la tarde de este día, los voluntarios embistieron un casal donde se habían escondido los enemigos” (obra citada, pp. 43-44).

Desde los primeros días del asedio, pues, observamos una buena coordinación entre los asediados y los voluntarios que rondaban por el llano de Barcelona y sus entornos para hostilizar al enemigo. En esta misma línea apunta la expedición del diputado militar Antoni de Berenguer i Novell. El 9 de agosto de 1713 embarcó en Barcelona en dirección a Arenys de Mar un pequeño ejército formado por unos cuatrocientos soldados a caballo y unos trescientos fusileros, comandados militarmente por Rafael Nebot y otras personalidades, como el marqués de Tamarit, el noble Jeroni de Salvador, el juez Jacint Maranyosa y el comerciante Sebastià Dalmau. Esta operación pretendía levantar somatenes y voluntarios para atacar a las tropas borbónicas que se movían por el país y, así, aligerar el asedio que ahogaba Barcelona. Por diversas razones, esta maniobra no salió bien, de modo que las fuerzas movilizadas, después de un amplio recorrido por Cataluña, se replegaron en torno a Alella. El 4 de octubre se decidió que los principales mandos se embarcaran de retorno a Barcelona, y dejaron las tropas abandonadas. Ante esta situación, diversos destacamentos intentaron cruzar el asedio para poder llegar a Barcelona. La madrugada del 6 de octubre, seiscientos fusileros, con apoyo de caballería y a las órdenes de los coroneles Armengol y Rau, intentaron entrar por el lado de la masía del Guinardó. Casi cuatrocientos hombres consiguieron pasar, y dejaron 40 muertos y 25 prisioneros. Los que no pudieron pasar se retiraron a las montañas, e hicieron nuevas tentativas durante los días siguientes. Los que no lo lograron se dirigieron a Cardona o se desmovilizaron.

Durante los meses siguientes, las escaramuzas entre los dos bandos continuaron. Joan Clapés menciona distintos hechos de armas sucedidos entre Gràcia, el Guinardó y Horta.

  • 6 de noviembre de 1713: fuerte bombardeo desde la masía del Guinardó.
  • 14 de noviembre: la artillería situada en la masía del Guinardó y en Gràcia disparó sin cesar contra la batería de los Caputxins.
  • 14 de diciembre: los cañones de Barcelona bombardearon Gràcia y el Guinardó.
  • 18 de diciembre: los enemigos retiraron cinco cañones que tenían en la Torre dels Pardals, y los llevaron a Sants. Al día siguiente, desde la Torre dels Pardals condujeron cabezas de ganado grande en dirección a Sarrià.
  • 23 de diciembre: una partida de fusileros salió de la ciudad para hacer un reconocimiento de las líneas enemigas situadas en Gràcia, el Guinardó y la Torre dels Pardals.
  • 9 de enero de 1714: desde las seis de la mañana hasta las siete de la noche hubo fuego continuamente entre Caputxins, el Guinardó y la Torre dels Pardals.
  • 2 de febrero: la ciudad atacó las trincheras de debajo de la Torre dels Pardals y el Guinardó.
  • 27 de febrero: el enemigo llevó muchas fajinas al Guinardó para reparar sus cordones fortificados, y también para agrandar los reductos y las barracas ya construidas en la Torre dels Pardals, y hacer otras nuevas en las montañas de encima y los alrededores para la defensa.
  • 25 de marzo: fuego bastante vivo sobre Barcelona desde la batería del Guinardó.
  • 16 de abril: la gente y los voluntarios de Santa Eulàlia de Vilapicina y Horta, que tenían formado un somatén, atacaron bruscamente a unas tropas borbónicas en tránsito y les causaron daños, lo que obligó a que se llevaran desde Sarrià dos cañones de poco calibre a la batería del Guinardó.
  • Del 2 al 11 de julio: se reforzaron las trincheras del Guinardó y Gràcia.

En medio de tanta violencia, a veces se abrían pequeños periodos de relativa calma. Un caso bien curioso sucedió el día 11 de noviembre de 1713. Era sábado y los bombardeos se habían reducido considerablemente. Un grupo de fusileros catalanes, con sus oficiales, se aproximaron confiadamente a la línea del asedio que se extendía entre Gràcia y la masía del Guinardó. Los franceses respondieron con la misma confianza y se estableció un diálogo entre las dos partes. La Gazeta de Barcelona (un diario del asedio publicado aquellos años) recoge este hecho con las siguientes palabras: “[...] se agasajaron con particulares demostraciones, previniendo los Franceses à los nuestros que no hiziessen armas contra ellos, tuvieron una larga conversación, deteniendose sobre el Cordon mas de tres horas; les asseguraron que ya no se devian reputar por Enemigos, porque el Emperador y Rey nuestro Señor (que Dios guarde) tenia ajustada la paz con el Rey de Francia, assegurando que podian deponer todo cuydado, por lo que respectava al Duque de Populi, pues no estava en postura de poder hazer operaciones contra la Plaça; les oyeron con gusto y con la devida cautela se retiraron unos y otros à sus puestos”. El texto hace referencia a las conversaciones que se habían iniciado entre el emperador Carlos VI y el rey francés Luis XIV, que concluyeron el 6 de marzo de 1714 con el tratado de Rastatt.

Estos hechos ilustran cómo era el día a día de la guerra. Se ve claramente la importancia de la masía del Guinardó con respecto a los bombardeos, y de la Torre dels Pardals con respecto a la intendencia. Después de un año de asedio, sufriendo muchas penalidades, Barcelona resistía y los borbónicos no avanzaban. Para romper este empantanamiento, el 12 de julio de 1714 llegó el mariscal duque de Berwick con tropas de refresco. A partir de este momento, más de 47.000 soldados borbónicos ocuparon Cataluña, y 39.000 participaron directamente en el asedio de Barcelona. Ya no se hablaba de un asedio, sino de un asalto a las murallas. La masía del Guinardó fue el lugar escogido, desde allí el mariscal dirigió las operaciones militares contra Barcelona. La guerra de Sucesión entraba en su etapa final.

Se abrieron trincheras en zigzag para llegar a las murallas; se impermeabilizó por mar la llegada de suministros; la artillería borbónica disparaba constantemente para derribar las defensas. Las baterías avanzadas de Caputxins y de la Creu de Sant Francesc ya hacía un par de meses que habían caído en manos del enemigo. A finales de julio hubo un primer intento de asalto, que fracasó. Entre los días 12 y 14 de agosto se llevaron a cabo nueve ataques borbónicos que no tuvieron éxito. Barcelona resistía más de lo que estaba previsto. El 3 de setiembre, Berwick envió un emisario para obtener la capitulación sin que fuera necesario asaltar la ciudad. Después de debatirlo, la Junta de Gobierno decidió resistir. Villarroel no estaba de acuerdo (como tampoco lo estaba Rafael Casanova) y presentó su dimisión, aunque decidió continuar en el cargo hasta que se nombrara a un sustituto. No dio tiempo: la madrugada del día 11 se produjo la ofensiva final, con el coste de una gran mortandad, tanto de los defensores como, sobre todo, de los asaltantes. A las dos de la tarde, Villarroel ordenó la capitulación.

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