Un nuevo monarca, una nueva dinastía
Un día de los difuntos, el 1 de noviembre de 1700, murió el rey Habsburgo, Carlos II, sin dejar descendencia propia. En su testamento designó como heredero a Felipe V, duque de Anjou, Borbón, frente a otros candidatos, como era el caso del archiduque Carlos de Austria. Felipe V, el nuevo rey francés, entró en España por Irún el 22 de enero de 1701. Pocos días después, destituyó, y más tarde expulsó, a Jordi de Darmstadt (de hecho, ya había cumplido el trienio virreinal que le correspondía), y el 7 de febrero nombró al conde de Palma nuevo virrey de Cataluña. Este procedimiento no se ajustaba a las constituciones de Cataluña, ya que antes de designar a un virrey, el nuevo rey tenía que jurar las leyes del Principado.
Ocho meses más tarde, el 30 de setiembre de 1701, Felipe V llegó a Barcelona, y dos días después juró las constituciones catalanas en la Catedral. Al cabo de poco tiempo se convocaron las Cortes de Cataluña, cuyas sesiones se alargaron hasta el 14 de enero de 1702. Los resultados de estas largas sesiones parlamentarias fueron positivos. Todo apuntaba a que la nueva monarquía empezaba con buen pie, si tenemos en cuenta que hacía más de cien años que los reyes austríacos españoles no habían concluido Cortes ni habían jurado las constituciones. El noble Carles de Llupià i de Roger, propietario de la Torre Sobirana d’Horta (al lado de los actuales jardines del Laberint), tuvo un papel importante en las deliberaciones, y apoyó al nuevo rey. Felipe V lo premió concediéndole el título, en 1702, de marqués de Llupià.
La buena acogida del nuevo rey se vio endulzada con la llegada de su prometida, María Luisa de Saboia. El día 2 de noviembre de 1701 se casaron en Figueres. El rey tenía 17 años y la nueva reina, 13. La pareja real vivió en Barcelona una apasionada luna de miel. Por las obligaciones del cargo, el monarca embarcó el 8 de abril de 1702 en dirección a sus posesiones italianas. En el ámbito interior parecía que todo iba bien. A escala internacional, era otra cosa. En mayo de 1702, la Gran Alianza de La Haya (Inglaterra, Austria y Holanda) declaró la guerra a las dos coronas borbónicas, Francia y España. Un año más tarde, en setiembre de 1703, el archiduque Carlos de Austria fue proclamado rey de España en Viena. El conflicto bélico se había puesto en marcha.