¿Qué ganan los hombres con la igualdad?
La igualdad tiene beneficios directos también para los hombres, porque ser un hombre igualitario favorece el crecimiento personal, aumenta la autoestima y potencia la calidad de las relaciones, tanto con las mujeres como con otros hombres, a la vez que mejora la salud de los hombres y aumenta su esperanza de vida. Además, supone también asumir más responsabilidades reproductivas, desarrollar la paternidad de forma más plena, compartida y consciente, disfrutando también de los hijos e hijas y participando activamente en su educación y crianza. Así mismo, los beneficios directos para el conjunto de la sociedad son muchos y muy significativos.
Los países con mayor índice de desarrollo humano son más igualitarios.
O en otras palabras, los países más igualitarios se desarrollan más y ofrecen mejor calidad de vida a su ciudadanía, ya que la igualdad es una herramienta muy importante para la generación de bienestar, en contra de la exclusión y la marginación social y cultural.
Por otro lado, si las masculinidades alterativas ocupasen un lugar central en el ideario social, la percepción subjetiva de los hombres cambiaría pronunciadamente. En este sentido, sería más rica, más profunda y más plena, gracias al abordaje de campos emocionales vedados hasta el momento a los hombres por ser considerados como muestras de debilidad o características afeminadas (muy rechazadas por el modelo hegemónico de masculinidad).
De esta manera, los hombres serían más libres para expresar y reconocer sus sentimientos y sus emociones, potenciando la empatía y abriendo la puerta al reconocimiento de los sentimientos ajenos. Según Gabarró (2008), esto contribuiría a reducir los incidentes violentos, muchos de los cuales son fruto de la represión de los sentimientos y de la contención de la rabia. También se produciría un efecto directo sobre las tensiones violentas actuales en los conflictos latentes, aunque seguirían abiertos aquellos conflictos relacionados con otras temáticas, como por ejemplo las diferencias de clase social, la pobreza, las diferencias culturales, las diferencias étnicas, etc. Ello no obstante, unas masculinidades más igualitarias mejorarían considerablemente el abordaje de cuestiones de índole social, porque la diversidad ya no se convertiría en una amenaza para su identidad masculina, puesto que la virilidad ya no se basaría en la supremacía social. En este sentido, las masculinidades alternativas contribuirían a la disminución de la homofobia, del racismo, de las conductas violentas, de la violencia de género y de otras conductas negativas dirigidas a demostrar la superioridad mediante la subyugación de los que no encajan en el modelo hegemónico y tradicional de masculinidad.
En todo caso, desde una masculinidad más igualitaria, los hombres serán capaces de mantener relaciones más plenas y equitativas con las mujeres. A su vez, se experimentará una sexualidad más plena y positiva para ambos miembros de la pareja. Por otro lado, las relaciones de pareja equitativas implican también la liberación de los hombres de la obligación tradicional de ser los máximos proveedores del núcleo familiar. Esta ventaja también debería repercutir sobre la discriminación laboral femenina, ya que perdería su sentido. Disminuiría la tendencia a la masculinización de los hábitos laborales de las mujeres y se acabaría con la obligación femenina de compatibilizar y hacerse cargo de una “doble jornada”.