En un espacio típico para masías, destaca esta casa burguesa, bastante más moderna y con una configuración de sabor colonial que hoy en día acoge el museo de la inmigración

Aunque en el paisaje previo a la urbanización del delta del Besòs predominaban las masías, el caso de Can Serra es diferente porque no se trata de una casa con la función de epicentro de un dominio agrícola sino de una segunda residencia burguesa.

Construida a mediados del siglo XIX, la familia Rocamora consta como primera propietaria. Desde 1855 estaba en manos de lo que se llamaba un “indiano”, un empresario que había hecho fortuna en Cuba, y probablemente este es el motivo de una configuración en la que destaca un magnífico porche en la entrada que da lugar a una generosa terraza exterior en la primera planta.

Cambios de manos, hasta el dominio público

Más tarde fue la residencia de la marquesa Moragues, esposa de un hacendado barcelonés de apellido Serra que dio nombre a la casa. Por aquel entonces, el gran jardín llegaba hasta Can Tondo, la propiedad vecina en dirección al mar por la cual hoy pasa la autopista que sale de la Gran Vía barcelonesa.

Hacia 1870 la casa fue arrendada por la familia Fusté, que sería la última alcurnia que residió allí hasta la expropiación a finales del siglo XX, cuando debía construirse la ronda Litoral.

De casa familiar, a museo

Can Serra acoge desde el 2004 el Museo de la Historia de la Inmigración de Cataluña, el MHIC, un museo muy oportuno en esta ubicación dado que la composición social de la población en ambas orillas del Besòs es mayoritariamente de origen migrante. La pieza estrella es un vagón original de “el Sevillano”, el tren que durante décadas enlazó Sevilla y Barcelona en un viaje que duraba un día entero.