Primero, el manantial del Olzina abasteció de agua los campos de cultivo, y más tarde los núcleos vecinales, pero de todo aquello ya solo queda el Pozo Monsolís

En ocasiones erróneamente conocido como “de l’Alzina”, en este ámbito entre las calles de Santander y de Fray Junípero Serra hubo el último vestigio de los campos de cultivo del Bon Pastor. Lo nutría un pozo que estaba junto a la acequia Madriguera, cerca de donde entroncaba con la acequia Nova.

Con la industrialización, el bucólico paisaje que había resistido el paso de los siglos desapareció, y sólo mantienen la huella de este pasado agrícola tan reciente algunas calles inusualmente curvadas del polígono (que siguen las viejas acequias) y el pozo de agua que AGBAR llama ahora “de Monsolís”, evolución natural del viejo pozo de la Olzina.

El bien preciado del agua

Al morir en 1924 Josep Nicolau de Olzina y Ferret de Riusech, descendiente del linaje, su sobrino Guillermo de Pallejà, el heredero y marqués de Monsolís, vendió el pozo en 1929 a la “Sociedad General de Aguas de Barcelona” para proveer las casas baratas de Milans del Bosch y de Baró de Viver que se construían entonces.

En 1957 todo cambió con la construcción del polígono industrial, un proceso de industrialización que convirtió el Bon Pastor en un dinámico espacio empresarial.

Linajes, herencias... y el valor del agua

La leyenda dice que ancestros de los Olzina, de origen en Cardona, descubrieron la imagen de la Virgen de Montserrat en la cueva, en el siglo IX. Más allá del mito, el hecho es que la familia se estableció en Barcelona en el siglo XV, y en 1458 ya ostentaba derechos de explotación de tierras, molinos y pozos cercanos al río Besòs.