'Mantener el tiempo', un relato de Albertina Soepboer a partir de su residencia literaria en Vil·la Joana

Lun, 18/11/2024 - 07:00

'Mantener el tiempo', un relato de Albertina Soepboer a partir de su residencia literaria en Vil·la Joana

La poeta y escritora de Harlingen es autora de una quincena de poemarios, una novela y una colección de cuentos.

La poeta y escritora Albertina Soepboer (Harlingen, Países Bajos) escribió un relato de ficción en frisón inspirado en la residencia literaria que realizó en Vil·la Joana el pasado mes de agosto. Nos lo ha hecho llegar a Barcelona Ciudad de la Literatura. Lo hemos traducido y lo publicamos a continuación.

 

2:56 am

El reloj tiene algunos problemas. Sus mecanismos crujen, exigen aceite incesantemente. La noche calurosa lo envuelve como una manta. La temperatura es de 25 grados centígrados. Las montañas duermen. Los trenes hacia y desde Barcelona llegan puntuales. La cuestión es si lo mismo puede decirse de él, del reloj, esta noche. Solo deberían ser unos minutos más. Escucha. El silencio que le rodea. El tiempo que ha pasado, pero que late en su interior como un corazón. En todos sus recuerdos.

Las cosas por venir son un problema más espinoso. Es como si se alejaran, él y su mecanismo no pueden seguir el ritmo. No parecen capaces de acotar los momentos, de darles significado. Por ejemplo, otras dos mujeres han llegado esta tarde. Las vio llegar, por supuesto; lo ve todo desde aquí arriba, en la cima de la montaña. Llevaban las maletas subiendo la montaña desde la estación y lo señalaban. Es viejo, está acostumbrado a que la gente lo señale. Las mujeres se han retirado a la villa desde donde él se eleva, que es en parte un museo. No las ha visto desde entonces. La mayoría de visitantes vienen para ver sus engranajes internos. Quizá hacía demasiado calor para ellas.

Ha marcado las tres.

 

4:32 am

Eulalia se incorpora bruscamente a la cama y se tapa las orejas. El sonido es tan fuerte que es insoportable. Al principio, piensa que está soñando, pero después de un poco de agua en la cara y una vez se ha mirado al espejo, sabe que está despierta. El reloj, piensa, podría ser esa cosa bombástica. Su teléfono le muestra la hora. Lo ve. No, no es el reloj. Sale al pasillo. Está oscuro en la villa, todas las persianas están cerradas para mantener el calor fuera. De nada ha servido. El calor es omnipresente, como si Eulalia hubiera entrado en una cocina con los hornos encendidos durante horas. En el rincón, una luz roja baila en la pared. Un momento después encuentra el motivo: una alarma que suena por encima de un gran botón rojo. Pulsar el botón no sirve de nada. La alarma le ignora completamente, y sigue con su ruido ensordecedor.

Teresa está a su lado, dormida.

—¿Qué es esto?

—Una alarma. Mejor que encontramos el conserje, deprisa —grita.

Corren por el pasillo y llaman a la puerta del conserje. No hay respuesta.

—Mierda —dice Eulalia.

—¿Fuego? ¿Un robo? —pregunta Teresa.

Eulalia piensa en la oscuridad, en el bosque reseco que rodea la villa, en la tierra que se ha secado hasta convertirse en polvo.

—Vamos, vamos a verlo nosotros mismas —grita Teresa.

Encienden las linternas de sus teléfonos móviles y bajan las escaleras con precaución. No pueden ver ni oler nada fuera de lo común. Entonces abren la ventana. Otro estruendo infernal -la alarma debe sonar también fuera. Iluminan con sus linternas alrededor. Nada. Ni humo. Ni personas sospechosas. Absolutamente nada.

La alarma no deja de sonar. Deciden llamar a los Mossos. Al principio, el policía no entiende nada.

—¿Quiere decir que está en un museo ahora mismo, en plena noche? ¿Con una alarma sonando?

—Sí, exactamente.

Un breve silencio.

—¿Ha visto algún signo de fuego? ¿O un robo?

—No, pero está oscuro y el edificio está en medio del bosque. Acabamos de llegar y todavía no nos hemos orientado.

—Entonces no hay nada substancial. No, señora, en ese caso no podemos ayudar.

Teresa suspira mientras el policía cuelga.

 

5:47 am

Ha sido una noche confusa. La dificultad de hacerse oír a tiempo, la alarma haciendo tanto ruido, y esas dos mujeres iluminándolo con sus linternas. Está oscuro y él está solo con las montañas, los pinos y sus recuerdos. Esto debería ser un consuelo para él, pero no lo es. Está preocupado. Todas estas cosas que siguen pasando, cosas que no puede seguir. El tiempo tiene una finalidad, piensa. Por ejemplo, traza una línea entre el día y la noche.

 

6:22 am

Moscas vuelan por el balcón, restos de la noche. Eulalia y Teresa esperan que el cielo se vuelva azul sobre las montañas. Por fin, la temperatura fuera es agradable. Toman un café juntas. Cuando los primeros rayos se extienden por encima de los montes, Teresa se retira a su habitación para intentar dormir un poco. Eulalia baja las escaleras, con ganas de ver el jardín mientras todavía haga este fresco tan delicioso. El jardín está reseco. Polvo y tonos apagados de verde grisáceo donde quiera que mira. Una gran manga que lleva a los pinares. Acaba de orientarse en esa dirección cuando ve algo removiendo la tierra. Es una bestia enorme. Un jabalí. Cuando se fija más, ve a dos lechones que deambulan a su lado. El jabalí ya se prepara para cargar hacia ella cuando se gira lentamente y vuelve dentro del museo. Eulalia respira aceleradamente. Los jabalíes viven en los bosques, ¿no?, se pregunta, lejos de la civilización. No, al parecer no. Gotas de sudor se le caen por la frente. Y el día apenas comienza.

 

6:53 am

Ha estado a punto de fallar. Apenas ha podido tocar las seis. Justo antes de la hora, dos hombres entraron en la sala del reloj. Uno de ellos ha apoyado una escalera contra la pared y ha subido hasta sacar la alarma de incendios del techo. El calor la ha estropeado, ha explicado el conserje. Se pregunta cuánto va a durar esta ola de calor. Las piedras de la torre ya están tan calientes que arden. Nunca recuerda haber pasado un calor como este. Y ahora la alarma de incendios está estropeada. Oh, fuego, sí, recuerda esto. Altas lenguas rojas lamiendo los pinos. Un viento furioso que hace girar un mar de llamas. No, no debe dejar que sus propios recuerdos le asusten. Es casi hora de tocar las siete. Al fin y al cabo, la mañana apenas comienza. Tiene un trabajo por hacer.

 

7:15 am

Eulalia ha logrado poner en marcha el portátil. Busca información sobre jabalíes. Hay una plaga en el parque de Collserola. Chocan con coches, tumban los contenedores de basura y devoran su contenido, corren por las aceras, aterrorizan tiendas. Es como si un videojuego hubiera saltado a la vida real. Ella suspira. Está cansada. La pantalla muestra un aviso de “Noticia de última hora”. Algo sobre un político que ha vuelto a Barcelona después de siete años. Eulalia apaga el portátil. Necesita dormir algo.

 

7:43 am

Dios mío, ha sido un dolor de cabeza tocar la hora a tiempo. Ahora puede descansar un rato. El sol apenas ha salido, todavía tiene aire fresco a su alrededor y el museo hoy está cerrado. Con ese calor, nadie viajará para ver un museo dedicado a un poeta catalán muerto, por mucho que él desee que vengan. Tanto el reloj como el poeta pertenecen a otra época. Una época que está mostrando grietas y se deshace a pedazos. Al igual que su propia torre. Ya apenas pueden mantenerla. De vez en cuando, cae un pedazo al suelo. Y ahora la alarma de incendios está estropeada. ¿Quién le avisará si se acercan las llamas?

 

10:05 am

Teresa está en la puerta.

—Eh, Eulalia. Ha sonado otra campana. No te preocupes, esta vez no es una alarma. Pero no sé lo que es.

Eulalia salta de la cama y salen al pasillo, donde suena una campana. Resulta ser el timbre con una pantalla a su lado. Teresa pulsa el botón. En la pantalla aparece un hombre con una mata de cabello castaño, ahogándose.

—¿Puede abrir la puerta?

—¿Por qué? —dice Eulalia.

—Necesito un escondite.

—¿Tiene cita? —pregunta Teresa.

—¿Y quién es usted? —dice Eulalia.

El hombre de la pantalla parece sorprendido.

—¿No saben quién soy?

—No —responden al unísono.

—Soy…

En el camino detrás del hombre aparecen varios jabalíes, seguidos por un coche a toda velocidad con una luz azul. El hombre se asusta y desaparece repentinamente de la pantalla.

—¡Un escondite! ¿Quién le persigue? ¿Los jabalíes? —pregunta Teresa.

—Creo que necesitamos otra taza de café —comenta Eulalia.

 

2:04 pm

Los últimos dos toques le han dejado agotado. Tiene la sensación de que se está quedando atrás, quizás sólo unos segundos, pero aún así, no puede permitir que esto suceda. Entonces todo se va a descontrolar. Sus mecanismos ya no aguantan más, esto es evidente. Una de las mujeres bajo suyo ha encendido la radio, y las noticias le ponen nervioso. Una serie interminable de noticias sobre un político en Barcelona que tenía un buen plan para el futuro del país y desapareció después. Esto no tiene ningún sentido para él. El país debe ser gobernado, ¿verdad? Entonces siente algo realmente aterrador. Su vecino, la estación meteorológica Fabra en la colina de al lado, ha registrado la temperatura récord de 40 grados centígrados. Casi se desvanece; sin embargo, las torres no caen.

 

3:38 pm

Eulalia y Teresa están sentadas en la cocina. Hace demasiado calor fuera para hacer nada. Han dejado la puerta abierta.

—Putas, putas estúpidas.

Ambas saltan del asiento y corren hacia el balcón. Debajo, un hombre corre con bañador, llamando a dos personas sentadas a la sombra de un árbol.

—Oh, no —dice Teresa.

El hombre con el bañador sigue gritando. Las personas desisten y se alejan rápidamente, buscando otra forma de entrar en el parque. Entonces el hombre se va. Le oyen gritar entre los árboles.

—Llamamos a los Mossos de nuevo. Esto es ridículo —dice Eulalia.

Eulalia marca el número y conecta inmediatamente con una policía.

—Hay un hombre desgarbado en el parque, gritando y asustando a la gente.

Explica dónde están.

—Este parque está cerca de Barcelona, ​​¿no? —pregunta la mujer.

—Sí, ¿por qué pregunta?

—¿Está segura de que el hombre llevaba traje de baño?

—Sí. No sé de qué color.

—Vale. ¿Puede describir su cabello?

—¿Su cabello? Largo, gris y desordenado.

—¿No castaño?

—No. Espere. Hoy hemos visto a un hombre con cabello castaño. Ha llamado al timbre. No sabemos quién era.

—¿Qué quería?

—Ha dicho que necesitaba un escondite.

—Ahora mismo venimos.

La llamada se corta bruscamente.

Cinco minutos más tarde, un helicóptero sobrevuela la villa. Poco después, cuatro coches de los Mossos llegan a toda velocidad. Eulalia y Teresa están en el balcón. Los agentes de policía se dispersan por el bosque en todas direcciones. Algunos llevan rifles automáticos.

—¿Quién es ese hombre? —pregunta Eulalia.

—Un loco, un asesino, un infractor. Ni idea —responde Teresa.

Media hora más tarde, los agentes vuelven corriendo fuera del bosque. El helicóptero ya se ha ido. Eulalia y Teresa sacan una botella de vino blanco de la nevera. Es hora de refrescarse. Se sientan en el balcón, con un silencio absoluto a su alrededor. Y allí se quedan hasta que el sol se pone y finalmente pueden respirar de nuevo.

 

8:18 pm

Sabe que está retrasado, ahora está seguro. Sus mecanismos crujen, gimen y chirrían. Cree que ha perdido unos diez segundos. Las cosas que ocurren ahora ya no están delimitadas por el tiempo. Ya no sabe cómo seguirlas. Sus recuerdos se están convirtiendo en nata montada, deslizándose en todas direcciones, irreversiblemente. Ve el jabalí y sus dos lechones corriendo hacia el bosque. Los animales no lo necesitan, por supuesto, tienen una concepción muy distinta del tiempo. Lo entiende. Pero seguro que la gente civilizada necesita un marco sólido para su realidad. Al fin y al cabo, el orden es el único camino hacia el crecimiento. Suspira. En la distancia, el tren hacia Barcelona atraviesa el valle. Llega puntual, él no. El sol se hunde en el horizonte. El viento ha empezado a soplar. Piensa en lluvia, mucha lluvia. Pero por ahora, está solo con la noche que se avecina. Necesita enfriarse. Ya no marca el tiempo como es debido. Está solo con la noche que se avecina y el tiempo que se le escapa.