Comercio

Clásico entre los clásicos, toda una institución. Fue fundado en 1836 por Josep Xifré, y en 1942 pasó a manos de Paco Parellada, propietario de la mítica Fonda Europa de Granollers y miembro de una prestigiosa saga de restauradores que aún hoy lo dirige. 

En los bancos del Salón Barceloneta lucen placas de personajes ilustres que los ocuparon (Lorca, Dalí, Tarradellas…). Atesora obras de Picasso, Miró y Tàpies, entre otros artistas; un libro de visitas con autógrafos de García Márquez, Lola Flores o Woody Allen, y las etiquetas para las botellas conmemorativas de su 175 aniversario, cuyo diseño encargaron a Milton Glaser. Y como su compromiso trasciende la mera práctica culinaria, impulsó la colección 7 Portes de Recetarios Históricos de Cocina Catalana, que desde 2013 publica la editorial Barcino. 

Prodigiosos arroces y paellas, canelones trufados de fiesta mayor, marisco, pescado y carnes, platos en peligro de extinción, otros creados allí –el bacalao de la Sra. Carme, las cigalas al horno al estilo del Sr. Cortina, el rape a la barquera–, y postres como el pijama, en una carta que ha ido adaptándose a los gustos y convenciendo a generaciones de comensales, asiduos en busca de placeres gastronómicos, en las mesas de un anfitrión que los sirve con excelencia.

Lleva en el Mercat de Provençals más de veinte años, con Sonia López al frente. Con su ambiente acogedor y familiar, se ha convertido en punto de encuentro para los vecinos del barrio y el público visitante por igual. Una atención cordial y dinámica solventa el servicio cuando hay prisa por volver al tajo. El aroma de sus platillos tradicionales, como las tortillas (que también hacen para llevar), y las croquetas caseras fritas a demanda, se mezcla con conversaciones animadas y risas compartidas. El Racó del Mercat es conocido por sus desayunos de tenedor (unos buenos callos –a la semana venden unos 90 kg–, pies de cerdo, carrilleras al oporto, conejo guisado en salsa, bacalao con samfaina), el bocadillo de pincho moruno de secreto ibérico con allioli (algunas mañanas cortan hasta cien barras de pan de montaña para prepararlos), la paella de los jueves, el menú del viernes (con cuatro primeros y cuatro segundos a elegir, verbigracia: desde unas espinacas a la catalana, un potaje de alubias o unos macarrones a la riojana, a un fricandó, un codillo rustido o boquerones a la andaluza), y el marisco a la plancha del sábado. Sin duda, este rincón no es solo un lugar para comer, sino un espacio donde confluyen sabores y experiencias.

Presentes en el mercado desde hace 47 años, con una parada de pescado, inauguraron su bar-restaurante en 2007, tras la remodelación del Mercado de Les Corts, para ponerlo al servicio de los trabajadores del equipamiento municipal, la gente del barrio y el resto de Barcelona. Diez años después, cogió las riendas del negocio Jaume Vilanova, que había crecido en esa plaza de abastos ayudando en una frutería, con Kilian Zambrano, que cocinaba con los anteriores propietarios. 

Se trata de un espacio en L sin puerta que invita a quedarse, con dos barras y algunas mesas, que abre muy pronto por la mañana de lunes a sábado, y que, como cabía esperar, se ha especializado en pescado y marisco frescos. Ofrece, además, suculentos desayunos de tenedor para aquellos que madrugan y necesitan nutrirse para afrontar el día, con elaboraciones como la ‘Tropa’ (cap i pota), fricandó, tortillas, bocadillos, tapas. Al mediodía, frutos del mar y cocina casera, que destaca por su calidad y autenticidad, y no escatima en detalles: un aceite de oliva como debe ser, un buen vino sobre la mesa, una atractiva muestra de pastelería, pan artesano, café italiano, leche y postres lácteos de una pequeña granja de Gurb, cerdo de Alpens (Osona), verdura y fruta de temporada, legumbres y huevos del país, todo comprado sin salir del recinto. 

Alexis Peñalver, creador del restaurante La Pubilla, ha reconvertido una parada del Mercat de la Llibertat, que conocía bien por ser su principal proveedor, en una barra de cocina marinera. Bastan una plancha, dos fogones y un horno, todo a la vista, para que Alejandro Serdà y Marta Flotats manipulen, sin intervenir demasiado, el pescado y marisco fresquísimos que despachan en raciones generosas a precios razonables. A la plancha, gambas, almejas, vieiras con fumet de pescado de roca y salicornia o sardinas rellenas de una picada clásica catalana con aderezo de tomate de colgar. En la vitrina, ostras y gildas, como la de pulpo y langostino. Un mar y montaña fuera de carta. Y luego están los suquets del litoral catalán, balear y valenciano, el ceviche de lubina, la sepia estofada, y el arroz del día. En conjunto, la propuesta efectivamente remite a la esencia de Hermós, sobrenombre con el que el escritor Josep Pla menciona a Sebastià Puig, un pescador poco agraciado de Palafrugell, que en la cala de Aigua Xelida capturaba calamares y moixons.

De los vinos tranquilos y espumosos y la atención de diez se ocupa Eduard Colomé. Y de balde, ese pedazo de onda energética y amical con la que un mercado obsequia si te quedas a comer.

Conocido por su excelente servicio de sala, donde la hospitalidad y el trato al cliente son prioritarios. El equipo que lo dispensa se distingue por una atención cálida y personalizada, que hace que los comensales se encuentren siempre a gusto. La eficiencia y profesionalidad del personal, junto a su capacidad para recomendar platos y vinos según las preferencias de quienes están sentados a las mesas, hacen de 2CERO7 todo un referente. Y a que la experiencia sea inolvidable contribuye, por supuesto, su cocina, mediterránea, elaborada con ingredientes locales y frescos, que intercala sugerencias de temporada y jornadas gastronómicas, a saborear en un entorno cuidado y diáfano.

El restaurante se complementa con 6 salas equipadas y modulables para reuniones y convenciones (aforo 5-60 asistentes), y un salón de 375 m², para acoger desde 50 hasta 185 personas. Abiertos a coffee breaks, almuerzos para empresas o particulares, brunchs, cócteles, eventos, banquetes de bodas y otras celebraciones… porque hay ocasiones que se presentan una vez en la vida y merecen un lugar a la altura de las circunstancias. Respondiendo a los requisitos más exigentes, y con originales menús a medida, que pueden ser vegetarianos y siempre resultan cartas ganadoras.

Este restaurante ha destacado por la calidad del producto de temporada que sirve y por el servicio desde 1979, cuando Joan Manubens –mecánico convertido en carismático restaurador– abrió un pequeño local de menús con su madre Pilar, animado por su hermano Pep (propietario de Cal Pep). Joan hijo lo dirige desde 2017. 

El equipo de sala está liderado por Modesto Baena, que hace treinta años que atiende las mesas, y este premio es un reconocimiento a su impecable labor y compromiso para brindar una experiencia memorable. 

Escondido al final de un pasillo, sin rótulo en la puerta ni carta, allí lo mejor es dejar que sea el personal quien seleccione lo que uno degustará en función de los dictados del mercado, y de sus apetencias y presupuesto. Siempre género fresco, sobre todo del mar, mínima aunque magistralmente intervenido, para salvaguardar los sabores genuinos. Y para acompañarlos, una enoteca con más de cuatrocientos vinos. 

Bajo vigas de madera, y al amparo de arcos y paredes de piedra centenaria, ilustradas con obras de artistas como Antoni Tàpies y Perico Pastor, su propuesta ha conquistado incluso a Woody Allen (fan de sus croquetas) y Francis Ford Coppola (que aterrizó en Barcelona solo para cenar marisco en el Passadís con su amigo Manubens).

Finalista de los premios Cuiner de l’Any y Cuiner Sostenible en el Fòrum Gastronòmic de Girona 2023, e incluido en las guías Slow Food Barcelona y Barcelona Sustainable Gastronomy, como restaurante que se aplica en cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Propone carta y platos de temporada con ingredientes frescos de proximidad, calidad y ecológicos, provistos por Cal Pauet, Can Puxic, Cal Tomàs, DPagès… Tradición culinaria local y elaboraciones creativas. El canelón de rustido con bechamel trufada y virutas de jamón y los arroces figuran entre sus credenciales. 

Con Can Culleres, el chef Jordi Asensio regresó al lugar que le vio crecer, y puso sobre la mesa lo aprendido en cocinas de prestigio (Martín Berasategui, Pierre Gagnaire...). El nombre del local remite y rinde homenaje a Metales y Platería Ribera, fábrica de cubiertos de Poblenou, conocida popularmente como Can Culleres, donde trabajó mucha gente del barrio; en los años 60 el abuelo de su pareja, Patricia Nieves, que atiende la sala.

Con su horario, de lunes a viernes, apuestan por la conciliación familiar, entendida como sostenibilidad social, y colaboran con el proyecto Brots Ecosocial, que vela por la integración de personas en riesgo de exclusión.

Espacio familiar y acogedor, inspirado en las cafeterías vienesas. Trabajan con proveedores de proximidad para minimizar el impacto medioambiental de su actividad y fomentar la economía local, defienden un estilo de vida consciente, y creen firmemente que la dieta vegetariana y respetuosa con el bienestar animal es la más sostenible, siendo su meta acercarla a todos los públicos. Para ello, han diseñado un menú diario con cuatro primeros, segundos y postres a elegir, una carta nocturna con enunciados tan sugerentes como los Pétalos de remolacha rellenos de mascarpone con manzana caramelizada y sirope de agave, la ya clásica coliflor con salsa de trufa y avellanas, los tacos de jackfruit o el curry verde con tofu ahumado. También disponen de tartas caseras (zanahoria, queso con Lotus…) sin gluten ni azúcar refinado. Cuentan con platos veganos y pueden adaptar su repertorio. Y a otras horas, café de comercio justo, lattes, chai, té, bols con granola o açaí, tostadas, cookies, o el coqueto brunch Frühstück.

Los perros son bienvenidos. Y Café Floh colabora con el proyecto Vall de La Muga, una finca ecológica y comprometida con la regeneración del valle, que ya ha conseguido aumentar el caudal del río y la masa forestal, reduciendo así la huella de carbono.

Convencida de que cualquier acción para cuidar el planeta, por pequeña que sea, siempre suma, Mirian Fernández, artífice de CrudiCakes, apostó por la alimentación ecológica, crudivegana y de km 0. Su compromiso con el consumo consciente se advierte tanto en la elección de ingredientes ecológicos, como en el uso de envases biodegradables, reciclables y retornables con bonificación, y otras prácticas para la reducción de residuos. Colabora con productores locales, para fomentar así la economía circular y contribuir a la sostenibilidad medioambiental. 

Su alternativa a la repostería convencional parte de una filosofía fundamentada en la responsabilidad y el bienestar. Las saludables tentaciones de esta pastelería plant-based artesanal son aptas para gente con diabetes, intolerancias alimentarias y seguidores de la dieta paleo. En la elaboración de sus balls, bars, pots, tartas, monas y turrones utiliza frutos secos, dátiles y fruta fresca, añadiendo en ocasiones especias y superalimentos (lúcuma, baobab, espirulina, bayas de goji, matcha ceremonial), y trabajando sin harina, soja, cacahuetes, aceite de palma, lácteos, huevo, azúcares añadidos, aditivos ni grasas trans. 

Entrega a domicilio con una empresa de transporte ética. 

En los últimos dos años, se han empeñado en integrar la sostenibilidad en cada aspecto de su operativa diaria, con el firme propósito de minimizar su impacto medioambiental y promover un entorno de trabajo inclusivo y respetuoso. Este esfuerzo les ha llevado no solo a mejorar sus prácticas internas, sino también a inspirar al equipo a ser parte del cambio. 

En este enclave singular, encaramado en la montaña de Montjuïc, un mirador con vistas de 360° sobre la ciudad, el puerto y el Mediterráneo, y que fue chiringuito antes que restaurante, ofrecen arroces –en los que intervienen entre tres y cinco tipos de sofrito–, por ejemplo el de conejo y pollo (su versión de la paella valenciana), y el socarrat o caldoso, a escoger, de gamba roja de la Costa Brava; cocina marinera con clásicos como el bogavante o la langosta estilo Formentera (salteados con patatas, pimientos y huevos fritos), o la cazuela de bogavante y rape en dos servicios, y carnes y pescado cocinados al carbón de quebracho. Todo ello elaborado con ingredientes adquiridos en lonjas y mercados cercanos. Y luego están los aperitivos a solaz, con ostras, jamón de Jabugo, caviar y champagne, las novedades de temporada y los cocktails. Abre todos los días, los domingos con DJ.