Comercio

Restaurante del hotel homónimo, que ya tenía fama en la Barcelona de 1906, cuando, poco después de su fundación por Jean Pince y Catalina Ros, obtuvo importantes galardones, como el Premio del Ayuntamiento al Mejor Establecimiento y medallas de oro en Bruselas y París. Introdujo en la ciudad el servicio de comida para llevar –parece que a Catalina se le ocurrió cocinar su plato estrella, menudillos de pollo en salsa, con los que atraía a los feligreses que, al mediodía, salían de misa en la vecina iglesia de Sant Jaume, y se los llevaban a casa listos para comer–. Y hoy, reinterpretando la cocina mediterránea, ha recuperado su ubicación como zona de interés gastronómico para el público local. Lo ha conseguido sirviéndose de ingredientes de calidad, frescos, de temporada y proximidad, y de las ideas del chef Ferran Valverde. Entre sus propuestas más elogiadas están la ensaladilla rusa con esencia de carabinero, las croquetas de carrillera con mayonesa de vino, el tataki de atún Balfegó con ajoblanco y chalota encurtida, el pulpo con puré de patata cítrico, la paella con muselina de ajo y el steak tartare con brioche y scamorza. Y ofrece, además, cuatro menús degustación, menú al mediodía y brunch con elaboraciones internacionales de lunes a domingo. 

Abierta por dos vecinos de Sant Andreu de Palomar enamorados de su barrio (al que llaman pueblo), que tres meses antes de la pandemia, decidieron reinventarse profesionalmente, y hacer realidad su sueño de crear allí un punto de encuentro para vermutear y tapear más take away. Con la máxima «cocina modesta, pero honesta», y pasión y humildad como principales ingredientes. Tapas y platillos de toda la vida, 100% caseros, siempre con alma, nunca de quinta gama, elaborados con productos de kilómetro 0 y calidad, la mayoría procedentes de comercios del vecindario, puesto que creen en los valores asociativos. La carta reúne 16 variedades de croquetas –entre ellas una de morcilla de Burgos y pera caramelizada, la de ceps y foie, la de gambas y merluza y la de gorgonzola y nueces–, la bomba de Sant Andreu, el tripartito de hummus, la ensalada no rusa, el pollo Pepe con salsa japonesa y su versión de Heura, las tortillas especiales de Charo en pincho, ‘puntillitas’, cazón en adobo, guisos –callos, albóndigas con chipirones y carne a la jardinera–. Y también, tablas de quesos y de embutidos para acompañar con una copa de vino, combinados de latas y packs vermut. 

El éxito les alentó a inaugurar, delante, el nuevo La Cuina de La Bodegueta (Rambla Fabra i Puig, 25). 

Muysca es una comunidad indígena del altiplano cundiboyacense y parte del Santander colombiano, y el nombre de este restaurante que lleva desde 2023 convenciendo en el Clot. Quieren rendir tributo a sus antepasados, mostrando la diversidad gastronómica del país, desde el Amazonas hasta Punta Gallinas, aportando a la tradición toques creativos. En su cocina tratan productos de aquí con técnicas contemporáneas, su oferta incluye patacón con carne mechada, camarones con chips de plátano y salsa rosa, propios de la costa caribeña; empanadas; carimañolas (masa de yuca frita rellena); arepas; ceviche de leche de coco; posta negra cartagenera; sobrebarriga a la brasa con papitas chorreadas; lechona, o el clásico chicharrón, y postres como la tarta de queso costeño con dulce de guayaba o el Merengón (crema pastelera con guanábana, fresa, salsa de mora, nata y merengue). La carta y los especiales fuera de ella cambian con la temporada, y se maridan con vinos catalanes, y cervezas, refrescos y refajo (bebida que resulta de mezclar cerveza y gaseosa de cola roja) de Colombia. Brunch dominical con platos familiares como la frijolada o el ajiaco, típico de Bogotá, y cócteles de autor como el Cali (aguardiente antioqueño, lulo, soda y menta) completan su propuesta.

En 2012, después de haber pasado por las cocinas de varios restaurantes, Guillem y Maria consideraron que era el momento de plasmar lo que sabían en un proyecto propio. Y con mucha ilusión, abrieron este bar de tapas de barrio y para el barrio, donde trabajan con ingredientes de calidad y proximidad, que tratan con técnicas actuales, respetando la tradición pero con guiños a la innovación. Además del tapeo con nombres de confianza –aceitunas rellenas de anchoa de L’Escala de El Xillu– y propuestas inhabituales para ese fin, como las patatas reverdes (con allioli de albahaca y perejil), tienen molletes de calamar y secreto ibérico, huevos estrellados y guisos. En su pizarra anuncian a diario sugerencias fuera de carta: desde una fondue de camembert, el bun de costilla de cerdo con salsa hoisin, en temporada unos níscalos con butifarra de perol y unas flores de alcachofa del Prat con jamón, o bien las ya clásicas, por muy solicitadas, vieiras a la carbonara. Y cuentan con un esmerado menú al mediodía y exitosos postres, como es el caso de las torrijas con crema de almendras y frutos rojos, la lemon pie en vaso y el cheesecake con una presentación totalmente inesperada. En cuanto a los vinos, predominan los de denominaciones de origen catalanas.

En Ovante trabajan con productos frescos de calidad y técnicas contemporáneas, con el objetivo de procurar una experiencia sensorial equilibrada y un divertido festín. Esta hamburguesería gourmet triunfa con una treintena de variedades, algunas inspiradas en películas, y el séptimo arte también caracteriza la decoración. La mayoría de burgers, en pan de brioche con doble de mantequilla de Bretaña y de sabrosos colores. Y admiten personalización –se puede elegir la proteína–. Hay hamburguesas de ternera de la Meseta de Toledo, de pollo crunchy y Beyond Burger. Entre sus creaciones más recientes están la hamburguesa Capi, que recrea el escudo del Capitán América y va acompañada de una salsa de cebolla tostada, y la Cachopo Manostijeras. La de la casa se sirve ahumada en cúpula, detalle que evidencia el cuidado que ponen en la presentación. La carta, muy cinematográfica, se completa con variedad de tapas (patatas “bravamelizadas”, aros de cebolla, nachos con guacamole, tequeños con confitura de tomate), ensaladas, cocas, hot dogs al estilo americano y sandwiches, todos enfocados a su lado más cinéfilo. Y el local se complementa con una terraza que deviene punto de encuentro. Abre todos  los días con horario ininterrumpido.

Practican una cocina de fusión asiática, casual food de calidad, y manifiestan sentir devoción por los ingredientes frescos y locales, ergo sostenibles, y siempre que es posible, ecológicos. En Thai & Green quieren sorprender con una experiencia gastronómica completa: sabor y bienestar. Y que los platos, además de ricos y nutricionalmente equilibrados, entren también por los ojos. Con esta filosofía y en un espacio amplio y luminoso, proponen recetas de Tailandia y otros países de Asia. 

Para abrir boca, croquetas de curry rojo, alitas satay con aderezo de cacahuete, langostinos rebozados en panko, gyozas de pato, un tierno bao al vapor de calamares y mayo sriracha, o bien el gran xia long bao típico de Shanghai, relleno de carne de cerdo y caldo. Para continuar, generosas raciones de pad thai (tallarines de arroz salteados al wok con huevo, salsa de pescado y pasta de tamarindo), ramen, noodles coreanos o un yakiniku de panceta tostada sobre arroz con huevo marinado y ajetes. Para terminar, desde mochis japoneses a la tarta banoffee de plátano, toffee y nata. Y para beber, ¿qué tal una cerveza tailandesa o un gin-tonic con mermelada casera de frutos rojos? Servicio para llevar y a domicilio. Local pet-friendly.

Los años de andadura de este restaurante lo convierten en un verdadero clásico. Inaugurado en 1982 por Mercè Navarro –cocinera autodidacta y perfeccionista, con la intuición de un paladar educado en el buen producto bien cocinado y el esfuerzo del aprendizaje meticuloso–, desde el primer día allí la premisa ha sido “cocinar con amor y honradez”. La ilusión de su alma mater de que cada plato fuese memorable la mantiene su hijo Joan Crosas, que hoy se ocupa de que todo funcione. En una sala elegante y una muy apetecible terraza-jardín interior, propone cocina tradicional catalana revisada para adaptarla a los gustos actuales, en convivencia con nuevos sabores. Reciben marisco y pescado fresco dos veces al día y más productos de máxima calidad. Los arroces –como el emblemático de ‘espardenyes’ y alcachofa–, el bacalao y otros pescados de lonja al horno, a la sal o a la brasa, y carnes como la de perdiz en hatillo con col, el pollito de pagès relleno de orejones, ciruelas y piñones o el steak tartare de solomillo con crema de mascarpone y mostaza, son siempre apuestas ganadoras. Y en temporada, ofrecen menús con trufa y setas compradas directamente al recolector. Extensa carta de vinos.

Inaugurado hace 25 años en el barrio de Pedralbes, cuenta con una ubicación privilegiada, al estar rodeado de 1.000 m² de jardines. En ese marco, un apacible oasis urbano que ofrecen para disfrutar desde el aperitivo a la cena, en el salón acristalado con vistas o en la terraza, el chef Carlos Cases armoniza la innovación con la tradición, capturando la esencia de los mejores productos de temporada. Firma una carta variada para todos los gustos, que incluye bocados y platos atractivos bien resueltos: desde una croqueta de tinta de calamar con allioli, a los puerros de Gavà confitados con su crema, huevo a baja temperatura y crocanti de almendra; desde los spaghetti con almejas y tomates asados, a un rodaballo al horno; el tartar de salmón semimarinado con cremoso de aguacate y aliño de miso y fruta de la pasión; el filete de Duroc con foie y mahonesa de ajos tiernos sobre tuétano, o la hamburguesa de vaca con salsa de camembert y pimientos del piquillo, además de cuidadas guarniciones a escoger (milhojas de patata y trufa, espárragos trigueros salteados…). Así como postres que nunca fallan, como el tiramisù, el brownie, el coulant, una piña a la lima o el flan de mató con nueces caramelizadas. Privatizable para eventos y celebraciones. 

Clara Andreu siempre había querido tener un restaurante propio para cocinar sus platos identitarios, así que, por un lado, estudió cocina, y por otro tomó buena nota de las enseñanzas de su abuela y de su madre, ambas manchegas, a las que rinde homenaje con las migas que sirve en Can Pringa, un espacio especializado en vermuts, tapas y platillos del recetario catalán y español. 

Coincidiendo con la pandemia y el confinamiento, su deseo se hizo más fuerte, y en esos días de encierro concibió una casa de comidas ficticia, un sueño de restauración ética que se hizo realidad en 2023. 

En un local con carácter, siempre animado y con servicio dinámico, ofrece los grandes éxitos del tapeo peninsular, ciertas importaciones de países vecinos y tributos a elaboraciones favoritas, como la ensalada murciana de Can Margarit. Pulpo a la gallega, calamares a la andaluza, ensaladilla, fricandó y pescaíto frito, variedad de croquetas, patatas bravas o a la gorgonzola, callos y carpaccio de pies de cerdo, torreznos y morcilla de arroz de Burgos, un tartar de butifarra de pagès, hummus... Y para terminar, tarta de Santiago, crema catalana, mel i mató… Sobre la mesa queda fuera de toda duda su enfoque en la excelencia culinaria. 

Para beber, vinos por copas.

Este proyecto gastronómico surgió alrededor de un local con historia del barrio de la Font de la Guatlla, aunando la experiencia, las ganas y la ilusión de cuatro amigos, con el fin de modernizar una bodega de toda la vida, que frecuentaban siendo niños. Conservaron su identidad –la nevera de madera, la barra de mármol, los barriles de vino–, rescataron zonas olvidadas y añadieron otras, como la terraza con mesas altas y un comedor privado para celebraciones o reuniones grupales. 

Allí se va a disfrutar de platillos, la brasa, los guisos y productos seleccionados. Y también a compartir grandes momentos y arreglar el mundo sentados a una mesa. La suya es una cocina de mercado con toques innovadores, de la mano de Chema Martínez, que fue chef del Inopia de Albert Adrià. La carta se declina en tapas para vermutear, como la ensaladilla de Amposta y la esqueixada de bacalao –que presentan de una manera particular–, la torta de sobrasada de Xesc Reina, o el trío de sardina, piparra y tomate, todo ahumado; recetas tradicionales como los garbanzos con carabineros, y elaboraciones al Josper como la berenjena con Nevat, avellanas y miel de romero. Postres (tarta de queso, chucho del Empordà…), sugerencias diarias, menú de mediodía y degustación, redondean la oferta.