Comercio

Este restaurante de cocina de mercado, con una ubicación privilegiada en el interior del Mercat del Ninot, forma parte de un grupo de restauración para el que la sostenibilidad es una preocupación esencial, de ahí que apliquen una política muy consciente en la gestión de las mermas y el reciclaje. 

Tierra Brava se presenta como un lugar para ver y ser visto, un entorno cálido de ambiente dinámico y atmósfera desenfadada, distribuido en dos salones, con una gran barra y terraza. La carta combina tradición y tendencias gastronómicas y se abastece de productos frescos y de proximidad en el mismo mercado; de la huerta, del mar y de la tierra. Son especialistas en arroces, como es el caso del de ibérico al carbón o carabinero, entre los enunciados figuran entrantes como el mini croissant de steak tartare, platos como la berenjena a la brasa con sobrasada de Mahón, parmesano y miel o el rodaballo al pil-pil con chips de patata del Pirineo, y entre los postres llama la atención el flan ‘de locos’. De martes a viernes tienen menú al mediodía. Y de martes a sábado, durante las cenas y hasta el cierre, se convierte en coctelería de autor con música en vivo o sesiones a las que invitan a nuevos talentos o se pinchan vinilos. Privatizable para eventos. 

Fundado en 2013 por Chiara, Daniele y Guillem, ha aportado a Barcelona cocina vegana de temporada y proximidad, con un ADN totalmente slow food y los toques creativos de la chef alicantina Adriana Carcelén. Su carta, que cambia muy a menudo, no incluye hamburguesas, chorizo plant-based, ni otras imitaciones de la proteína animal; definen su minuta como ventana a la biodiversidad vegetal que nos rodea, y tratan, con cariño y pasión, las verduras, legumbres, cereales, algas y flores que proporciona la naturaleza, a la vez que priorizan los productos cultivados de forma responsable en huertas locales. Trabajan exclusivamente con una fórmula de precio fijo y para toda la mesa, con aperitivo del día, primero, segundo y postre a escoger.

En sala ofrecen un servicio cercano, explicando cada plato y recomendando el mejor vino natural para acompañarlos. Y si no quieres alcohol, no pasa nada; cuentan con opciones sin –como refrescos urbanos ecológicos– y un maridaje con bebidas fermentadas y probióticas. 

Compostan sus residuos orgánicos y hacen un uso consciente del agua. Han obtenido la certificación Biosphere, la de Garantía de Calidad Ambiental de la Generalitat de Catalunya… Los pilares de su filosofía se abrevian en tres pes: planeta, producto y personas. 

Cocina mediterránea de producto, con variedad de tapas –desde unos torreznos hechos como en Soria a anchoas limpiadas in situ, chupa-chups de queso de cabra con nueces, mermelada de tomate y sésamo, o fish & chips con emulsión de lima–, arroces como el caldoso de bogavante o el de montaña, carne de Angus procedente de la Granja Corominas de Avinyó, y los jueves por la noche, una bandeja de marisco fresco, pescado según mercado y sepia o calamar.

En un local luminoso y funcional, idóneo tanto para comer de menú los días laborables como para acercarte cualquier fin de semana o en una ocasión especial. 

La trayectoria de este negocio familiar en el sector de la hostelería se inició en 1969 con el Bar Trabado y los padres de la actual propietaria de un restaurante que, en 2024, cumplió veinte años en el barrio, conocido primero como El Café de Sant Martí. Dos décadas poniéndole pasión a la culinaria y al trato, en las que dicen haber crecido, aprendido y evolucionado, aportando buen gusto en cada uno de sus platos, que recomiendan acompañar con los vinos y cavas de una bodega seleccionada. Su esfuerzo por crear una carta elocuente, resultado, en sus propias palabras, “de muchas madrugadas pensando y noches cocinando”, se ve recompensado por una clientela fiel. 

Con una treintena de tapas en la carta, capitaneadas por sus apreciadas patatas bravas, estamos ante la que para muchos es “la meca del tapeo” de Barcelona. Otras especialidades son el choquico, el morrico fritico, las bombicas de hombre y mujer, los tigrecicos (mejillones rebozados), las almejicas a la planchica, los champiñoncicos de París, los pimientos de Padrón, el pescadico del Ebro, la longanicica… Su filosofía: el mejor producto fresco a un precio competitivo, siempre acompañado de un servicio cercano. El equipo de La Esquinica disfruta cada día de su trabajo y sigue ofreciendo hoy la experiencia única que les ha caracterizado desde sus inicios en 1972, cuando abrió en un pequeño local del barrio de El Turó de la Peira, situado en la calle Montsant esquina con Cadí, de ahí su nombre. En 1997 se trasladó a otro más amplio, que decoraron con marcado acento aragonés, y que cuenta con una estupenda terraza y una peculiar salica de espera. Si prefieres comer en casica, tienen servicio a domicilio. 

Se llega con la línea de autobús 47, de actualidad por la película homónima de Marcel Barrena, que narra la historia de un acto de disidencia pacífica y de un movimiento vecinal que en 1978 cambiaron para siempre la imagen de la periferia barcelonesa. 

Charcutería con una docena de mesas dentro y terraza para degustación. Despachan embutidos de calidad –entre ellos morcilla de Burgos, morcones…–, una gran variedad de quesos, jamón de primeras marcas en distintas presentaciones y en el momento óptimo de curación, carnes frescas (presa, solomillo…), otras delicatessen –la costilla de cerdo a baja temperatura de la gama de precocinados cárnicos del chef Jordi Cruz, anchoas del Cantábrico o un caviar ecológico granadino–, conservas artesanas, huevos con dos yemas, un surtido de aceitunas, vinos y licores… Preparan bocadillos durante todo el día y disponen de cafetería. Vecinos del barrio y gente de Barcelona en general quedan allí para disfrutar de un desayuno, su tortilla casera servida con pan con tomate, una ración de pernil cortado a mano, una cerveza bien tirada o una copa de vino, una tapa de ibéricos, caracoles a la llauna, un pincho de foie a la plancha, un platillo de temporada o, simplemente, un buen café. Es decir, se trata de un lugar para darse esos pequeños homenajes cotidianos tan necesarios. Y para eventos y celebraciones, ofrecen bandejas de género al corte. 

Por cierto, su propietario es muy activo en las redes, divulgando las bondades gastronómicas de los productos que vende. 

En una casa de comidas de toda la vida remozada, con mucha barra, poco mantel y servicio de tú a tú, encontramos cocina catalana de hoy con tres ofertas gastronómicas diferenciadas dependiendo de la franja horaria: desayunos de tenedor para gourmands madrugadores, un codiciado (por su relación calidad-precio) menú diario, y una carta que cambia a menudo. Todo ello basado en un recetario casero que se provee en el Mercat de la Llibertat, situado justo enfrente, desde hace más de cien años. Los últimos quince lo ha dirigido Alexis Peñalver, formado por su abuela, a la que acompañaba durante horas entre pucheros, y forjado en Casa Juliana de Panda Gay, entre otras insignes plazas (Akelarre, Casa Calvet). La minuta reúne clásicos ajenos a las tendencias como la tortilla de patata y cebolla, el bacalao con samfaina, el mar y montaña (de la semana), en temporada guisantes con butifarra negra, elaboraciones con legumbres, casquería, caza… a su manera, en ejercicios de honestidad sin artificios ni más interés que la de nutrir al comensal con suculencia y chup-chup. Ideal para mojar pan en todo un referente de Gràcia, que con el tiempo ha tenido continuidad en Hermós, un bar de pescado ubicado dentro del mercado. 

Taberna contemporánea creada, en sus inicios, con la idea de presentar las tapas en latas de conserva. En la actualidad, y con la incorporación de un nuevo chef y propietario, Matías Rago –que acredita más de diez años de experiencia en hostelería, incluyendo estancias en diversos restaurantes de renombre–, el concepto ha dado un giro hacia la cocina fusión, con querencia por lo asiático y detalles creativos que sorprenden y gozan, cada vez más, de la aprobación de los vecinos de Gràcia. Así, la carta invita a viajar sin salir de la ciudad, y se divide en cinco apartados: Tentempiés como la tosta integral de sardina ahumada con guacamole y manzana ácida (uno de sus hits); sugerencias del chef, que es el caso de la berenjena a la llama sobre crema ligera de parmesano –otro superventas–; el “frío frío”, con elaboraciones como la burrata con tomates cherry confitados al limón y muesli; el “caliente caliente” como por ejemplo, la tortilla trufada con yema líquida y crujiente de puerro, y “lo más dulce”, postres como la leche frita tradicional con sopita fría de canela. Un productazo: el bogavante azul del Mediterráneo, que sirven en tartaleta. 

El local permite escoger entre una barra dinámica y cálida al mismo tiempo, la acogedora sala principal o un íntimo reservado.

Con su presencia –desde hace 27 años– y participación, ha contribuido a la cohesión comunitaria; lo frecuentan tanto vecinos como comerciantes de la zona y gente de paso, ya sea por trabajo o por ocio. La pareja propietaria, con su trato cálido, ha creado un ambiente acogedor y amigable que consigue que todo el mundo se sienta bienvenido. Continúan con el mismo entusiasmo que aquel día de 1998 en el que se hicieron cargo del local, con la intención de cubrir tanto caprichos como necesidades de quienes se acerquen a hacerles una visita para disfrutar de un buen desayuno, un bocado nutritivo a media mañana para recargar pilas, o comer rápido y bien sabroso. A juzgar por la cantidad de comentarios favorables emitidos por quienes la han probado, bordan la tortilla (en sus versiones de patata, patata-cebolla y patata-chorizo picante). Al mediodía ofrecen platos caseros (arroz a la cubana, estofado de lentejas o de ternera, garbanzos con espinacas y huevo duro, spaghetti al ajo, pollo rustido, albóndigas a la jardinera, y los martes, pescado fresco). Y además, no faltan las croquetas de jamón o de bacalao para picar, bocadillos fríos y calientes, ensaladas y platos combinados, que son pura comfort food. Abre de lunes a viernes de 6:30 a 21 h.

En sus propias palabras, Cañota es un bar para alcanzar el ‘nirtapa’, que destaca por los productos de primera que maneja y su tradición marinera de raigambre gallega, como la familia propietaria. Sus especialidades, como el pulpo á feira, ese aperitivo de ensueño que es la cajita de pescado y marisco fresco fritos, las anchoas del Cantábrico, los pimientos de Padrón, el consomé, el lacón con cachelos o el arroz caldoso con nécoras, nunca pasan de moda y han conquistado a generaciones. Y además ofrecen recetas en colaboración con chefs invitados como la mini burger Bull de Dani García y las patatas bravas con salsa de Albert Adrià. Todo ello sabrá mejor si cabe acompañado de una caña de cerveza fría. La piña cocorrón con sorpresa o el lingote de chocolate de Paco Roig son postres imprescindibles. Así como la sobremesa con un chupito de su licor Gilimonguer, creado con fruta de la pasión y mucho humor. 

Punto de encuentro del vecindario, que se reúne y celebra en un ambiente desenfadado, donde “el buen rollo siempre está servido”. Abre todos los días, y de jueves a domingo, con cocina ininterrumpida de 13 a 22:45 h. Por su cercanía al Mercat de les Flors y el Teatre Lliure, soluciona de maravilla la cena después de la función. 

Núcleo social de referencia en el barrio de Sant Antoni, y centro de peregrinación para los y las amantes de la buena mesa de bar. Ha cumplido 125 años en plena forma; en el libro que le ha dedicado la editorial Debate lo presentan como barra incombustible. Pero Alegria es mucho más que un bar, añade al tapeo y los platillos, vinos naturales y rumba en directo. En la zona de la barra, la terraza, bajo un toldo rojo y el altillo, combina la tradición de la vermutería con la energía de un bar de tapas y el carácter de un bistró. La carta es un cuidado homenaje a la cocina local de siempre y de producto, desde la perspectiva contemporánea del chef Tomàs Abellan, que lo regenta desde 2019, cuando restauró un espacio en decadencia apadrinado por su padre, Carles Abellan (Tapas, 24), y Max Colombo (Xemei), solo lo justo: hasta el día de la inauguración. Elaboraciones a tener en cuenta: la ensaladilla rusa con pan feo, la tortilla trufada, la tosta de anchoa 00 y mantequilla ahumada –de la que fueron precursores en Barcelona–, el bikini de su infancia, la berenjena del Shunka, los mejillones Bouchot con leche de coco y jengibre, el calamar a la plancha con mayonesa de tinta, el cordero Middle East, y postres como la tarta de queso estilo La Viña.