Comercio

Cocina mediterránea de producto, con variedad de tapas, arroces como el caldoso de bogavante o el de montaña, y carne de Angus procedente de la Granja Corominas de Avinyó. Menú de mediodía de lunes a viernes, y para los jueves por la noche, bandeja de marisco fresco, pescado según mercado y sepia o calamar. En un restaurante que en 2023 cumplió la mayoría de edad. Aunque la trayectoria de este negocio familiar en el sector de la hostelería se remonta a 1969, ha cumplido dieciocho años en el barrio de Sant Martí, aportando buen gusto en cada uno de sus platos, que recomiendan acompañar con los vinos y cavas de una bodega seleccionada. Su esfuerzo por crear una carta elocuente, resultado, en sus propias palabras, “de muchas madrugadas pensando y noches cocinando”, se ve recompensado por una clientela fiel. 

Con Can Culleres el chef Jordi Asensio regresó al lugar que le vio crecer, poniendo sobre la mesa lo aprendido en cocinas de prestigio (Martín Berasategui, Pierre Gagnaire...). El nombre del local remite y rinde homenaje a Metales y Platería Ribera, fábrica de cubiertos de Poblenou conocida popularmente como Can Culleres, donde trabajó mucha gente del barrio; en los años 60 el abuelo de su pareja, Patricia Nieves, que atiende las mesas. El espacio evoca y reivindica con orgullo el pasado industrial de la zona, con la voluntad de cobijar los recuerdos familiares y la memoria colectiva. Propone carta y platos de temporada con ingredientes frescos de calidad, sabores arraigados en la tradición culinaria local junto a elaboraciones creativas. El canelón de rostit con bechamel trufada y virutas de jamón y los arroces contribuyen a convertirlo al instante en sitio favorito.

Rafael Medrán lleva 30 años deleitando con su maestría culinaria a los vecinos del Poblenou. La suya es cocina de mercado mediterránea, optando siempre por productos frescos de proximidad, priorizando los que provienen del vecino Mercat de la Unió y del pequeño comercio de la zona. Se advierte su entrega a la hora de elaborar platos de pescado y arroces (entre ellos el de costilla ibérica y manteca colorá y el caldoso de rape y gamba roja) que no dejan indiferente a nadie. El pez plano de la familia del rodaballo que le da nombre no figura en la carta (a veces aparece fuera de ella), pero sí otros, como el rape, servido en cazuela con pistachos y mejillones. Verduras y carnes a la brasa, y tapas como los buñuelos de bacalao con melaza y mostaza, los callos de mar, los boquerones estilo ceviche y la oreja con pulpo y morro.

Muysca es una comunidad indígena del altiplano cundiboyacense y parte del Santander colombiano. Y en este restaurante quieren rendir tributo a sus antepasados, mostrando la diversidad gastronómica del país, desde el Amazonas a Punta Gallinas. En su cocina tratan productos locales con técnicas contemporáneas, su oferta incluye carimañolas, empanadas, posta negra cartagenera, lechona o el clásico chicharrón, y juegan con los postres: una tarta de queso costeño con dulce de guayaba o el pie de mango biche (fina base de masa sucré, capas de mango verde con una delicada crema de mango, sorbete de lima y pimienta). La carta y los especiales fuera de ella cambian con la temporada. Brunch dominical con platos familiares como la frijolada o el ajiaco, típico de Bogotá, 
y cócteles.

Soñado, pensado, proyectado y materializado hace nueve años por un arquitecto y una pintora, es un lugar de encuentro y desconexión, para asistir a un concierto de pequeño formato, visitar una exposición de arte, asistir a una clase de Dibujo y Pintura… y disfrutar de su oferta gastronómica: casera y crisol de diferentes orígenes. En su cocina trabajan con productos de calidad de pequeños proveedores, y la carta, cosmopolita, reúne propuestas para compartir como la picadita árabe (hummus –crema de garbanzos–, baba ganoush –crema de berenjena– y muhammara –crema de pimientos y nueces–), ensaladas, wraps y bocatas, hamburguesas y platos como el cous cous, los calamarcitos a la plancha o una tabla de entraña. Cuentan con menú al mediodía, y puedes escoger entre la sala y el jardín.

Tapas y platillos muy cuidados en un local recientemente reformado, que da protagonismo al producto estacional de primera calidad, procedente del cercano mercado de Poblenou y de las tiendas vecinas, por ejemplo Vida Meva (Premio Nacional al comercio más sostenible). Sus propietarios, la pareja formada por Erola Vila (catalana, en la sala) y Beltrán Sastre (segoviano, en la cocina), se conocieron estudiando en el barrio, en la Escuela Superior de Hostelería de Barcelona, y en 2019 decidieron abrir un restaurante para comer, beber y pasarlo bien. En la pizarra anotan cada temporada una veintena de elaboraciones, desde unas patatas bravas de berenjena a unas kokotxas de bacalao al pil-pil, pasando por unos torreznos, un guiso de calamares con butifarra, canelones de pollo con salsa de rebozuelos y moscatel… Cocina popular de toda la piel de toro puesta al día, con fuerte arraigo en el barrio gracias a nutrirse a diario en su plaza de abastos. Las raciones invitan a compartir, pero si lo prefieres puedes pedir media ración. Para beber, vinos de pequeñas bodegas. A saber: el echegaray es el vermut que se toma de bar en bar, hasta el anochecer, durante las fiestas de Cuéllar (Segovia). 

Cocina casera de la mano de Angelina, que con sus menús, a precios módicos y con frases del día, y elaboraciones tan celebradas como el codillo y el salmorejo, platos de cuchara como las lentejas, guisos como las patatas estofadas, o los pimientos de piquillo rellenos de bacalao con salsa de gambas, se ha hecho bien conocida tanto en el barrio de Sant Andreu como en el polígono industrial adyacente, cuyos trabajadores y empresarios acuden a comer allí a diario desde 2009. También gustan sus carnes a la brasa –cortes de cerdo ibérico (lagarto, abanico, secreto) y el entrecot de ternera de Girona, que compra en una carnicería cercana–, y los bocadillos para desayunar, entre ellos el Serranito de lomo, jamón y pimiento. Todo elaborado con ingredientes frescos. Servicio rápido y trato familiar. 

Con 33 años de historia y recientes nuevos propietarios, que han mantenido la carta anterior de cocina informal, enriqueciéndola con nuevas propuestas. Ofrecen desayunos con buen café, un menú al mediodía siempre distinto y también el fin de semana, tapeo –patatas bravas con una salsa especial, croquetas, nachos con queso, rollitos filipinos…–, hamburguesas de carne o veganas, bocadillos de pan con o sin gluten, pizzas caseras de masa fina y crujiente, cocinadas a la piedra, ensaladas, y postres como la tarta Red Velvet y un helado con proteínas. Terraza amplia junto a un parque infantil, así que los padres y madres pueden tomar el vermut tranquilamente sin perder de vista a las criaturas. El restaurante, con capacidad para 52 personas, se puede privatizar para celebraciones. 

Bar-restaurante popularmente conocido como “El Santana”. Fundado en 1977 por la madre y el tío del actual propietario, procedentes de Cáceres. Implicado de lleno en el tejido asociativo de Trinitat Vella, ayuda y patrocina a distintas entidades, entre ellas un club de fútbol. A saber: aparece, escogido por el director de cine y vecino del barrio Juan Antonio Bayona, en el documental Querido Fotogramas: 70 años de cinefilia. Bajo su sencilla apariencia esconde una manera de hacer a los fogones que no deja indiferente. Agasaja a su clientela con cocina española y mediterránea sin otra pretensión que gustar, siendo su especialidad tapas como los pajaritos fritos con ajo y perejil, el codillo y la dorada al horno, y la caza en temporada. Menú al mediodía. El amplio horario permite disfrutar desde el desayuno a la cena. El local tiene terraza.

Con 33 años de historia y recientes nuevos propietarios, que han mantenido la carta anterior de cocina informal, enriqueciéndola con nuevas propuestas. Ofrecen desayunos con buen café, un menú al mediodía siempre distinto y también el fin de semana, tapeo –patatas bravas con una salsa especial, croquetas, nachos con queso, rollitos filipinos…–, hamburguesas de carne o veganas, bocadillos de pan con o sin gluten, pizzas caseras de masa fina y crujiente, cocinadas a la piedra, ensaladas, y postres como la tarta Red Velvet y un helado con proteínas. Terraza amplia junto a un parque infantil, así que los padres y madres pueden tomar el vermut tranquilamente sin perder de vista a las criaturas. El restaurante, con capacidad para 52 personas, se puede privatizar para celebraciones.