La ciudad narrada
A lo largo de la historia, centenares de escritores han escrito sobre Barcelona: Miguel de Cervantes la alabó como a ninguna otra ciudad, George Orwell la convirtió en un icono de la rebelión y Mercè Rodoreda la hizo escenario de La plaza del diamante, la novela que Gabriel García Márquez calificó como “la más bella que se ha publicado en España después de la guerra civil”.
En Barcelona hay 10 distritos y 73 barrios: todos han sido, son o pueden ser escenario literario. Busca los fragmentos que hablan de tu barrio predilecto!
Alicia GIMÉNEZ BARTLETT, Ritos de muerte (1996)
“Hugo siempre se consideró a sí mismo un marido abandonado, y a mí una inconsciente y una loca que había alterado sin pensarlo dos veces los términos prósperos de mi vida privada y profesional. Aquella vez me sorprendió también su tono cortés y hasta risueño. Quería vender la última propiedad que aún teníamos en común, una plaza de aparcamiento en Ganduxer, y para ello necesitaba mi firma y mi conformidad.”
Francisco GONZÁLEZ LEDESMA, Una novela de barrio (2007)
“Méndez había conocido a la Encarna cuando ella hacía la Ronda de San Antonio, que es lugar pequeñoburgués, donde los abuelos dieron nombre a los tranvías y los nietos van a comprar un portátil japonés. Y le había conseguido al hijo una escuela gratuita. Luego, la Encarna bajó a los cafés de la calle San Pablo, cerca de Robadors, donde trabajaba por una cena, lejos de cuyo territorio consiguió Méndez una pensión gratuita para el hijo. Encarna terminó sus días en la calle San Olegario, en la última esquina de la ciudad, donde acabó trabajando por un simple bocata, y donde Méndez no pudo evitar que su hijo acabara durmiendo en una celda gratuita.
Mientras bajaba por el puente de Marina, batido por un viento que venía del mar, Méndez lamentó, sin embargo, no tener un hijo, sólo tenía calles, ventanas donde había conocido a una muchacha (a la que no volvería a ver), esquinas desde donde vigilaban (y los perros le vigilaban a él) y portales donde los vecinos parieron una esperanza.”
Francisco GONZÁLEZ LEDESMA, Una novela de barrio (2007)
“En lontananza se divisaba el cementerio de Las Corts, cuyos inquilinos debían de temblar en sus nichos cada quince días, cuando en el contiguo campo del Barcelona se gritaba ‘¡GOOOOL!’. Más abajo había las columnas de un monumento a los caídos en una guerra de la que nadie se acordaba. Oficinistas con tripita pasaban por allí haciendo footing, y al llegar a la altura del hotel exhalaban su último suspiro.
Los huéspedes del hotel llegaban en él en coches carísimos, limusinas o, en su defecto, taxis.
Escolano llegó en el autobús 7, el que utilizaban los universitarios para alcanzar la facultad. En la inmensa recepción preguntó por la habitación del señor Leónidas Pérez, nombre que su cliente le había dado, porque en el hotel no lo hubieran admitido con el apodo de Erasmus.”
Francisco GONZÁLEZ LEDESMA, Una novela de barrio (2007)
“En el viejo barrio de Horta, como ya les había observador Méndez con gran cansancio de sus pies, sólo quedan unas cuantas torrecitas. Las calles antes tranquilas –de silla y tertulia–se han ampliado, pero con los bloques a ambos lados parecen más estrechas que antes. Las asociaciones de vecinos luchan por un espacio de hierba, por una cloaca y un semáforo. Los pájaros han emigrado, y los pocos poetas que vivían allí han sido expulsados por orden de la autoridad competente.
En fin, el progreso.
Pero aún quedaban allí algunas casas aisladas, algunas raras torres con jardín, un pino, una barandilla de piedra, un columpio oxidado y una planta que muere cada otoño ante las ventanas de la casa. A veces el pino, milagro de milagros tiene grabado en su corteza un nombre de mujer.
[…]
Y un momento después entraron ambos en un bar cercano, desde el que se veía la torre. El bar, lleno de obreros que acababan de terminar su jornada, estaba en un gran bloque de nichos verticales que representaban la armonía de los pueblos. Ostentaba un dulce nombre andaluz, anunciaba un anís castellano, tenía una fregona filipina y un camarero mahometano. Los clientes, venidos de las profundidades de dormitorios donde no cabía ni la mujer, hablaban de los resultados del fútbol y de la deuda acumulada sobre sus viviendas. Y en lugar de los viejos carteles marxistas sobre la unidad del proletariado, allí se podría haber escrito: ‘Hipotecados del mundo, uníos’.
Se permitía fumar. Qué coño, allí estaba lo que quedaba de la vieja España de la cazalla, el pitillo y los muslos de la parienta. Un cartel en la puerta lo decía claramente: ‘Se insultará al que no fume.”
Sebastià GASCH, Les nits de Barcelona (1969)
“La nit ciutadana és canviant, molt més que el dia. Cada època té les seves nits. (...) A l’hivern es pot dir que la ciutat no surt a les nits. El més que es fa és arrecerar-se en determinats locals, d’una clientela fixa composta d’iniciats. Per contra, quan la calor aclapara, tota la ciutat es tira al carrer. De Montjuïc al Tibidabo, de la plaça d’Espanya a la de Tetuan, una immensa verbena estremeix l’urbs. Ja hem parlat de les terrasses de les Rambles, de les de Calvo Sotelo, de les de la rambla de Catalunya... No obstant, cada any canvia la fesomia d’aquests centres de noctambulisme. Avui sembla un somni, un producte de la imaginació, aquella Diagonal dels anys quaranta –ja n’hem parlat també–, on coincidien grans jardins amb atraccions i orquestres de categoria internacional: La Rosaleda, El Cortijo, Monterrey... Ara, en canvi, aquesta part de la gran avinguda no té més bri d’animació que el que li dóna un democràtica canòdrom.”
Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, fragmento de "España: la nostalgia de la nostalgia" publicado en 1982 dentro de Notas de prensa. Obra periodística 5 (1961-1984) (1999)
“Al salir del teatro, la noche era diáfana y tibia y había en el aire una fragancia de rosas de mar, mientras el resto de Europa naufragaba en la nieve. Me sentí conmovido en aquella ciudad hermosa, lunática e indescifrable, donde he dejado un reguero de tantos años de mi vida y de la vida de mis hijos, y lo que entonces padecí no fue una nostalgia de siempre, sino un sentimiento más hondo y desgarrador: la nostalgia de la nostalgia.
[...] De modo que llegué a Barcelona, en el otoño de 1967, con toda mi familia y con el ánimo de quedarme ocho meses que me sobraban de una novela; y me quedé siete años. Más aún: de algún modo difícil de explicar, todavía no me he ido por completo, ni creo que me vaya nunca. [...] Sentía una gran nostalgia de aquellas hermosas nostalgias esa noche de la semana pasada en que salí del teatro con mis amigos de Barcelona. Las Ramblas estaban más concurridas y delirantes que nunca, todavía con las enormes estrellas de luces de colores de la Navidad. En medio de la muchedumbre bulliciosa, de los gringos despistados y las suecas suculentas y casi desnudas en enero, estaban los exiliados de América Latina con sus ventorrillos públicos de baratijas, con sus niños envueltos en trapos, sobreviviendo como pueden mientras llega también para ellos el barco del regreso.”
GAZIEL, Tots els camins duen a Roma. Memòries (1958).
“Per la Peña del Cataluña i del Colón, hi passaven tots els qui tenien, vells o joves, resolts els seus propis neguits, tant els econòmics com els literaris. L’art d’escriure hi era tingut com un ornament superior, una mena de plat de postres de la vida, que devia assaborir-se únicament després de satisfeta la necessitat fisiològica, la fam essencial. Potser no anaven errats d’osques. La figura més viva i autèntica d’aquesta penya era Narcís Oller, el primer dels novel·listes catalans moderns."
Francisco GONZÁLEZ LEDESMA, Una novela de barrio (2007)
“Méndez había conocido a la Encarna cuando ella hacía la Ronda de San Antonio, que es lugar pequeñoburgués, donde los abuelos dieron nombre a los tranvías y los nietos van a comprar un portátil japonés. Y le había conseguido al hijo una escuela gratuita. Luego, la Encarna bajó a los cafés de la calle San Pablo, cerca de Robadors, donde trabajaba por una cena, lejos de cuyo territorio consiguió Méndez una pensión gratuita para el hijo. Encarna terminó sus días en la calle San Olegario, en la última esquina de la ciudad, donde acabó trabajando por un simple bocata, y donde Méndez no pudo evitar que su hijo acabara durmiendo en una celda gratuita.
Mientras bajaba por el puente de Marina, batido por un viento que venía del mar, Méndez lamentó, sin embargo, no tener un hijo, sólo tenía calles, ventanas donde había conocido a una muchacha (a la que no volvería a ver), esquinas desde donde vigilaban (y los perros le vigilaban a él) y portales donde los vecinos parieron una esperanza.”
Gabriel GARCÍA MÁRQUEZ, fragmento del artículo "¿Sabe usted quién era Mercè Rodoreda?" publicado en 1983 en Notas de prensa. Obra periodística 5 (1961-1984) (1999)
“La semana pasada pregunté por Mercè Rodoreda en una librería de Barcelona y me dijeron que había muerto hace un mes. La noticia me causó una pena muy grande, primero por la admiración muy justa que siento por sus libros y segunda por el hecho inmerecido de que la noticia de su muerte no se hubiera publicado fuera de España con el despliegue y los honores debidos. Al parecer, pocas personas saben fuera de Cataluña quién era esa mujer invisible que escribía en un catalán espléndido una novelas hermosas y duras como no se encuentran muchas en las letras actuales. Una de les ellas ”La plaza del Diamante” es, a mi juicio, la más bella que se ha publicado en España después de la guerra civil.
La razón de que se la conozca tan poco, aun dentro de España, no puede atribuirse a que hubiera escrito en una lengua de ámbito reducido, ni a que sus dramas humanos transcurran en un rincón secreto de la muy secreta ciudad de Barcelona, pues sus libros han sido traducidos a más de diez idiomas y en todos ellos han sido objeto de comentarios críticos mucho más entusiastas de los que merecieron en su propio país ‘Este es uno de los libros de alcance universal que haya escrito el amor’, escribió en su momento el crítico francés Michel Cournot, refiriéndose a “La plaza del Diamante”. Diana Athill, sobre la versión inglesa, escribió: ‘Es la mejor novela publicada en España en muchos años’. [...] La vida privada de Mercè Rodoreda es uno de los misterios mejor guardados de la muy misteriosa ciudad de Barcelona. No conozco a nadie que la haya conocido bien, que pueda decir a ciencia cierta cómo era, y sus libros sólo permiten vislumbrar una sensibilidad casi excesiva y un amor por sus gentes y por la vida de su vecindad que es quizá lo que les da un alcance universal a sus novelas. Se sabe que pasó la guerra civil en la casa familiar de San Gervasio, y su estado de alma de ese tiempo es evidente en sus libros.”