Cuando los trabajos causan soledad
05/02/2022 - 17:09
Más allá del imaginario que relaciona la soledad con determinados colectivos, hay que profundizar en las causas del problema para identificar las situaciones que viven las personas que se sienten solas. Desde esta perspectiva, emergen los trabajos, por ausencia o presencia, como una de las causas del sentimiento de soledad.
Sara Moreno, Doctora en Sociología y miembro del Comité Asesor Científico contra la Soledad (CACS), explora en este artículo los diferentes rostros de la soledad causada por los trabajos, también en relación con el género.
CUANDO LOS TRABAJOS CAUSAN SOLEDAD
Una de las paradojas del mundo globalizado es que las múltiples posibilidades de conexión social conviven con el aumento de la soledad no deseada. La intensidad con la que se manifiesta este fenómeno a escala mundial hace insuficientes las explicaciones que se basan en mitos socialmente compartidos. Más allá del imaginario que relaciona la soledad con determinados colectivos, hay que profundizar en las causas del problema para identificar las situaciones que viven las personas que se sienten solas. Desde esta perspectiva, emergen los trabajos, por ausencia o presencia, como una de las causas del sentimiento de soledad. ¿Cuáles son los rostros de la soledad causada por los trabajos?
El género de la soledad
Para responder a esta pregunta, se parte de dos premisas teóricas definidas desde la sociología. En primer lugar, la necesidad de incorporar la perspectiva de género para referirse al trabajo en plural. En este sentido, se habla de los trabajos para incluir el empleo y el conjunto de tareas necesarias para la reproducción de la vida humana pese a que no estén remuneradas. Se considera, pues, el trabajo doméstico y el trabajo de cuidado mayoritariamente asumido por las mujeres. En segundo lugar, se parte de la centralidad del trabajo productivo en la organización de la sociedad, las ciudades y la vida cotidiana. Desde los inicios de la industrialización, aun teniendo en cuenta los cambios ocurridos a partir de entonces, la actividad laboral masculina ha tenido un papel central, material y simbólico, en la cotidianidad de las personas. Materialmente, el empleo da acceso a recursos materiales y derechos sociales. Simbólicamente, el reconocimiento que rodea al trabajo se manifiesta en términos identitarios y de conexión social, especialmente para los hombres. A partir de estas dos premisas, se observa que la invisibilización de los trabajos, la precariedad laboral o la pérdida de empleo pueden ser causas, entre otros, de la soledad. A continuación se apuntan, desde la perspectiva de género, algunas de las situaciones donde los trabajos pueden provocar el sentimiento de soledad de manera diferencial entre las mujeres y los hombres.
Cuando la soledad en los trabajos tiene nombre de mujer
La falta de reconocimiento social y económico del trabajo doméstico y del trabajo de cuidado dibuja las coordenadas de la soledad femenina más allá del colectivo de personas mayores. Asumir la responsabilidad de las tareas domésticas o de la atención a una persona dependiente en el seno de una familia renunciando a la actividad laboral puede contribuir a explicar la frase “me siento sola”. La disponibilidad cotidiana y las renuncias personales que implican estas responsabilidades pueden conducir a las mujeres que las asumen a una situación de aislamiento social y agotamiento físico-mental, debido a la carga de trabajo no visible. Del mismo modo, la soledad se convierte en un riesgo laboral para las trabajadoras del hogar o las cuidadoras familiares que asumen esta responsabilidad, desde la formalidad o informalidad, cuando las condiciones son adversas. El personal de limpieza de grandes equipamientos, como las universidades o los edificios de oficinas, trabaja cuando nadie más lo hace para dejar limpias las instalaciones cuando no están activas. En la medida en que es un trabajo invisible, ellas son invisibles. La invisibilidad de un trabajo realizado durante horarios atípicos de madrugada o nocturnos puede provocar aislamiento social y, según las condiciones de vida, soledad. La falta de relaciones interpersonales durante la jornada laboral y la falta de sincronía con el resto de tiempos sociales puede acentuar la vulnerabilidad de un colectivo que a menudo trabaja en condiciones precarias, tanto con respecto al salario como a la estabilidad laboral. Otro caso paradigmático es el de las trabajadoras familiares de los servicios de atención domiciliaria que cruzan las ciudades diariamente para ir a los hogares de las personas usuarias y ayudarlas a hacer las actividades básicas de la vida diaria. La intensidad de un trabajo menospreciado y ejecutado desde el aislamiento también puede provocar soledad. Todavía resulta más vulnerable el caso de las cuidadoras informales, mayoritariamente mujeres de origen inmigrante, que se encuentran en régimen de internas en domicilios particulares donde la situación de irregularidad a menudo coincide con el aislamiento social de un trabajo que no deja espacio para el tiempo de libre disposición personal. El conjunto de estas situaciones tiene en común la asunción de un trabajo tan intenso como invisible que dificulta las relaciones sociales y las posibilidades de organización colectiva. Ambos son aspectos imprescindibles para tejer redes de reconocimiento mutuo.
Cuando la ausencia de empleo masculino provoca soledad
Durante muchas décadas, la norma social del empleo ha dibujado una trayectoria vital masculina caracterizada por la secuencia “estudios, trabajo, jubilación”. Se trata de un patrón que se construye sobre la división sexual del trabajo que atribuye al hombre la responsabilidad de llevar un salario familiar a casa, y a la mujer, la responsabilidad de cuidar del hogar y de las personas que viven en él. La persistencia del peso simbólico de este modelo, a pesar de que no se corresponde con la realidad cotidiana de muchos hogares, explica por qué la ausencia de empleo puede permanecer en el trasfondo de la frase “me siento solo”. Una aproximación según la fase del ciclo vital permite caracterizar varios escenarios. En primer lugar, los jóvenes que ni estudian ni trabajan se pueden encontrar con una falta de proyecto vital con consecuencias negativas para su identidad, así como con dificultades para establecer un entorno de relaciones sociales. El doble vacío de esta situación puede causar el sentimiento de soledad. En segundo lugar, la experiencia masculina del paro, entendido como la voluntad de trabajar pero no encontrar trabajo, puede convertir las veinticuatro horas del día en una vivencia constante de tiempo vacío, sin significado personal ni reconocimiento social. La centralidad del empleo en el proyecto vital masculino implica que el resto de las actividades pierden sentido en ausencia de trabajo remunerado. Es así como el paro de larga duración puede suponer la perpetuación de una situación que afecta a la identidad masculina y las posibilidades de conexión social abriendo las puertas a la soledad. En este mismo sentido, en tercer lugar, la llegada de la jubilación de quienes han tenido una trayectoria laboral solapada con la trayectoria vital dibuja un nuevo escenario que, en ausencia de actividades alternativas, también se puede revestir de soledad. En definitiva, la experiencia masculina de la inactividad juvenil, el paro y la jubilación apunta tres etapas del ciclo vital donde la falta de alternativa al peso material y simbólico del trabajo remunerado puede explicar la emergencia del sentimiento de soledad.
Cuando la soledad sacude al mundo
La perspectiva de género pone de manifiesto los múltiples rostros de la soledad causada por los trabajos. Profundizar en las causas sociales de este fenómeno es imprescindible para avanzar en el diseño y el despliegue de políticas públicas que eludan las generalizaciones y entiendan la complejidad de una paradoja que sacude al mundo globalizado, a la vez que muestra las desigualdades que lo atraviesan.