La soledad se llama, y se vive, de muchas maneras

La soledad se llama, y se vive, de muchas maneras

03/12/2021 - 08:20

La soledad se tiene que afrontar con el compromiso y la implicación personal. Sólo así podremos transformar el mundo y hacerlo un espacio de acogida

Francesc Núñez, Doctor en Sociología especializado en sociología de las emociones y sociabilidad online, expone en este artículo las diferentes caras de la soledad y propone hacerle frente con compromiso e implicación personal en las relaciones interpersonales.

LA SOLEDAD SE LLAMA, Y SE VIVE, DE MUCHAS MANERAS

La soledad se llama, y se vive, de muchas maneras. Principalmente, nos referimos a la soledad como un sentimiento en el que nuestra dimensión más íntima, el yo que se sabe diferente de todas las demás personas que hay en el mundo, se siente aislado, separado o distante. No hay nadie cerca. El sentimiento puede estar acompañado de pena. Nos sentimos tristes y disminuidos en nuestra capacidad de acción, se debilita nuestra potencia de actuar. Nadie nos apoya o no nos sentimos apoyados. Nos vemos desvalidos. Pero, también, el sentimiento de soledad puede ir acompañado de complacencia y bienestar. Estamos bien con nosotros mismos, aunque solos. Nos sentimos seguros y capaces de hacer frente al mundo. Así pues, desde la soledad, el mundo puede ser un lugar amenazador y hostil o puede aparecer como un infinito de oportunidades para sentirse vivo.

La soledad, estar o sentirse solo, puede ser una elección voluntaria o un destino desgraciado. Puedes escoger la soledad porque necesitas descansar, reflexionar, cortar vínculos, o puedes, sin quererlo, sentirte abandonado, aislado e incapaz de contactar con otros seres humanos. Puedes buscar la soledad en medio de mucha gente, aislarte voluntariamente, “dejadme, quiero estar solo”, pero también puedes sentirte solo en medio de mucha gente, sin quererlo, y estar aislado sin poder o saber cómo construir puentes para acercarte a alguien. La soledad se entiende y se siente de muchas maneras.

Los adolescentes y los jóvenes también conocen la soledad, voluntaria o forzosamente. Pueden sentirse solos o, sin saberlo mucho, estar aislados. De hecho, ser joven se caracteriza por tener o por poder tener un gran número de posibilidades por delante. Muchos jóvenes se sienten solos[1]. Como sentimiento, la soledad forma parte de la experiencia de la vida. Sentirse solo, estar sola, es una de las posibilidades que todos los jóvenes pueden experimentar, especialmente en las sociedades urbanas contemporáneas. Tomar conciencia de uno mismo, quererse afirmar en lo que uno es y querer ser radicalmente yo, radicalmente auténtico, forma parte de la condición juvenil. Paralelamente, el mundo y los otros que forman parte del mundo también se concretan y definen. Yo y el mundo; todos los demás ante mí. Incluso, en la experiencia interna que el joven tiene de sí mismo cuando se piensa y piensa qué quiere ser, puede sentirse muy diferente a él mismo cuando actúa y se presenta al mundo, cuando está en medio de las diferentes circunstancias sociales. Yo cuando estoy solo, yo cuando actúo en el mundo. Podemos descubrir un abismo entre el mi yo en soledad, sincero, auténtico y único, y ese yo que yo soy cuando estoy en medio del mundo, actuando. Los jóvenes, como individuos modernos, experimentan una barrera entre el yo interno y el yo social, una barrera que puede parecer insalvable. Un abismo nos separa del mundo. En esta distancia, el sentimiento de soledad se manifiesta claramente.

Ser joven es vivir una tensión entre la exigencia de ser —y saberse— uno mismo, de saberse y sentirse único y auténtico —querer ser “yo mismo”— y la necesidad de sentir que formas parte de un grupo, que estás incluido dentro del “nosotros”, que tienes respeto y admiración y que, en definitiva, te sabes querido. La vida humana está hecha de estas tensiones básicas que, si se mantienen en equilibrio, son productivas, como pasa con un arco, palo y cuerda en tensión armónica, pero que si se rompe por exceso o debilidad de una de las partes, el valor que tenía queda anulado. La soledad se concreta y se vive de muchas maneras.

Aunque la soledad se concreta y se vive de muchas maneras, la soledad entendida como la percepción o constatación de separación o aislamiento del grupo humano del que uno forma parte es la forma más básica de soledad vivida siempre por todos los seres humanos y en todas las sociedades. La soledad social. Todas las sociedades humanas tienen mecanismos para integrar a los recién nacidos en su seno. Todas hemos aprendido, sin percatarnos demasiado, a formar parte de un “nosotros”. Nosotros, las mujeres. Nosotros, los europeos. Nosotros, los barceloneses. Nosotros, las madres. Nosotros, los que trabajamos en el Ayuntamiento. Nosotros, la pareja. Hay muchas categorías o grupos de los que una puede sentir que forma parte, que es uno de ese “nosotros”. A veces, para acceder, se necesita una larga preparación y formación y hay que pasar por rituales muy elaborados para poder ser aceptado como miembro del grupo. Por ejemplo, hay que pasar una iniciación para ser guerrero entre los baruya de Nueva Guinea, o para ser monje budista, cura católico o catedrático de la universidad. Aunque de manera menos elaborada, hay que pasar pruebas para formar parte de una mara (banda con fines criminales) o de un grupo de amigos que se reúnen cada sábado para cocinar y comer. En realidad, nos hacemos humanos integrándonos en los diferentes grupos que hay en el mundo en el que nos ha tocado vivir. Solo así nos hacemos humanos. Solo somos yo formando parte de muchos “nosotros”. Por eso, ser expulsada de los grupos de los que una forma parte es el peor castigo que como humanos podemos sufrir. En el mundo griego, por ejemplo, el ostracismo, ser expulsado de la ciudad (polis), era mucho peor que la condena a muerte. “Fuera” dejabas de ser griego, no podías ser “tú mismo”. Sin reconocimiento, no puedes ser nadie. La soledad existe desde siempre.

Antes de llegar a la expulsión, es muy posible que no te sientas bien encajado dentro del “nosotros”, que nadie te apoye, que no seas apreciado o que se te señale y se te cuelgue una etiqueta negativa, que se despotrique de ti o, sencillamente, que se te ignore, que no cuentes para nada. Entonces, un sentimiento de malestar o una soledad de las que enfrían el alma se apodera de ti. Una soledad emocional que nos paraliza. La soledad se hace presente de muchas maneras.

Ser joven es, como hemos dicho, estar abierto a un mundo de posibilidades. Esa apertura al mundo, que más que una opción se ha convertido en una obligación, permite experimentar y transitar por múltiples grupos e identidades. Los accesos a los diferentes mundos de vida en los que se puede entrar y salir mientras se es joven dependen de las condiciones de partida. No todas tenemos los mismos capitales, es decir, bienes y dinero, relaciones, conocimientos, condiciones físicas…, y eso condiciona las posibilidades de acción y pertenencia a diferentes grupos. El aislamiento social, la exclusión, los diferentes tipos de maltratos a los que se está expuesto, no son una elección voluntaria. Ser joven, con todo el potencial que comporta, no inmuniza de ninguna de las múltiples caras de la soledad, sino al contrario, las puede atraer todavía más. La soledad se encarna de muchas formas.

A todas, jóvenes y mayores, nos han tocado tiempos difíciles en los que vivir. Vivimos tiempos difíciles. Esta es la condición humana. Curiosamente, tanto el mundo digital como las insospechadas pandemias modifican nuestras formas de relación (con el mundo y con los demás) y condicionan el comportamiento. Para los jóvenes, parece increíble un mundo sin pantallas, incluso les cuesta pensarlo así en el pasado. Todas deseamos pensar un futuro sin mascarillas. Sea como sea, tanto la vida en la pantalla, que cada vez se ensancha más y más, como la vida en la pandemia (que querríamos clausurar), modifica las formas de relación social y las formas de pertenencia a un grupo. El espacio de la imaginación, la vida en la pantalla, se impone cada vez más a las formas de relación y pertenencia corporales y situadas, es decir, a aquellas en las que compartimos el mundo, nuestro mundo, en cuerpo y alma, y nos permite actuar y sentir en compañía. Eso es una vacuna contra la soledad. En la red de relaciones electrónicas, la soledad (sentirse solo, ser apartado, no recibir visitas o no tener likes) quizás es menos impactante, pero es más sutil. Como los fantasmas, que no tienen carne ni huesos, se cuela más fácilmente en nuestras vidas. Además, los fantasmas que habitan las pantallas son una compañía poco consistente. La soledad traspasa todas las barreras.

La soledad se hace presente en todas las edades de la vida y lo hace de múltiples formas. Los jóvenes, que se caracterizan por ser potencia, por tener delante pluralidad de vidas, diferentes formas de relación y pertenencia y muchas maneras de ser yo, también están expuestos a muchas maneras de sentirse solos, de ser ignorados, maltratados y expulsados de todos los espacios por los que pueden transitar. La única vacuna contra la soledad es la que nos permite darnos cuenta de que solo en la acción común podemos ser genuinamente nosotros. Además, la soledad no solo afecta al alma, daña también los cuerpos. Es necesario que nos impliquemos en cuerpo y alma. Sin distancias. La soledad, que se llama y se vive de muchas maneras, se tiene que afrontar con el compromiso y la implicación personal, poniendo el cuerpo, en las relaciones con los demás. Solo así podremos transformar el mundo y hacer de él un espacio de acogida.

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