Laura Coll-Planas reflexiona sobre soledad, relaciones sociales y salud
10/07/2021 - 17:15
Laura Coll-Planas, Doctora en Salud Pública, analiza en este artículo cómo la pandemia de covid-19 ha cambiado la visión del impacto de la soledad y de las relaciones sociales en la salud de las personas.
¿LAS RELACIONES SOCIALES, FUENTE DE SALUD O FOCO DE CONTAGIO?
En este artículo les propongo una ruta sobre la soledad, las relaciones sociales y la salud. Se trata de una ruta académica acompañada de reflexiones y aportaciones de cariz personal. Hablaremos específicamente de cómo ha ido cambiando nuestra visión sobre el impacto de la soledad y las relaciones sociales en la salud a través de cierto recorrido histórico, diferenciando tres momentos: el antes de la pandemia, el momento actual y el mundo pospandemia.
El antes
La ciencia ya hace muchos años que ha demostrado que las relaciones sociales son una fuente de salud.
La soledad de las personas mayores me ha interesado especialmente a escala profesional y personal desde el 2006, cuando la profesora Kaisu Pitkala de Finlandia presentó en la European Academy of Medicine on Ageing su ensayo clínico sobre el programa “Círculo de amigos” para personas mayores que se sentían solas. Enseñó sobre todo fotografías y frases de las personas implicadas. Aquella presentación me llegó muy adentro e hizo cambiar el rumbo de mi tesis doctoral. ¿Podía una licenciada en Medicina investigar sobre la soledad? No era nada obvio, parecía ser un tema de la psicología (social) y me costó años de redefinición entender que la soledad podía ser también un tema de salud pública. Recuerdo todavía la sorpresa al encontrar artículos científicos sobre la soledad en la base de datos más importante en medicina, el Pubmed. Uno de los artículos era de la revista Science, del año 1988: “Social Relationships and Health”. Este artículo ya hablaba entonces de trabajos científicos que establecían bases teóricas y una fuerte evidencia empírica sobre la relación causa-efecto entre las relaciones sociales y la salud. Y, es más, empezaba con una cita de Charles Darwin —por lo tanto, siglo XIX—, en la que su padre explicaba haber observado cómo mejoraba un parámetro fisiológico como el pulso al estar en compañía. También choqué con el muy citado metaanálisis de Holt-Lunstad, J., et al. del 2015: “Loneliness and social isolation as risk factores for mortality. A meta-analytic review”. El artículo demuestra que la falta de integración social comporta un riesgo de mortalidad comparable al tabaco y un riesgo más alto que la inactividad física y muchos otros factores altamente conocidos, como el colesterol. Finalmente, en el 2017 defendí mi tesis doctoral, Soledad, apoyo social y participación de las personas mayores desde una perspectiva de la salud, en el Departamento de Medicina Preventiva de la UAB, con el convencimiento de que la soledad se podía abordar también desde la salud pública. Y en el 2018 llegó lo que podríamos considerar un punto de inflexión: Gran Bretaña crea el Ministerio contra la Soledad. Así se pone en marcha un proceso en los medios de comunicación que crea una gran conciencia social sobre la soledad. De ser un tema que nos interesaba a pocas personas, pasó a ser denominado una epidemia, la epidemia del siglo XXI.
Hago aquí dos apuntes. En primer lugar, los datos epidemiológicos no parecen indicar ninguna epidemia de soledad, es decir, que los estudios que evalúan periódicamente la soledad en diferentes países no indican que esté creciendo en número. Lo que está cambiando fuertemente es cómo nos relacionamos y el contexto en el que nos relacionamos. Podemos destacar, como fenómenos tangibles, el envejecimiento de la población en todo el planeta, el aumento de personas (mayores, sobre todo mujeres) que viven solas, la tendencia al individualismo y el uso exponencial de las tecnologías de la información y la comunicación.
Como segundo punto, quiero añadir que el hecho de que la soledad tenga implicaciones en salud e, incluso, en mortalidad no es para mí lo más relevante, aunque ha ayudado mucho a crear conciencia sobre el fenómeno. Ya hemos visto que, cuando la salud está en juego, se mueven montañas. Sin embargo, la importancia que tienen las personas significativas para nosotros, las relaciones de apoyo, el apoyo emocional, el sentimiento de pertenencia y cómo todo eso da sentido a la vida me parecen aspectos más que relevantes y suficientes para mover montañas y procurar que todo el mundo pueda disponer de ello. Y recordemos aquí que la soledad no afecta a todo el mundo por igual, sino que está atravesada por los ejes de desigualdad de género, edad, capacidad, clase social, nivel económico y educativo, origen y territorio (rural/urbano).
Cabe destacar también que la soledad no solo se configura en la relación con las otras personas. Está también estrechamente vinculada a los entornos, a las actividades y a aspectos psicológicos personales. Los espacios públicos como las plazas, los espacios comunitarios del barrio, los espacios comunes que podemos compartir con vecinas y vecinos, pero también los espacios privados donde vivimos, puertas adentro, y los espacios de cuidado como las residencias contribuyen a crear diferentes posibilidades dentro del abanico, desde estar solo/a con bienestar hasta sentirse solo/a en la multitud.
También más allá de las relaciones personales, las actividades pueden ser muy significativas y una fuente de bienestar, tal como defiende el psicoanalista Storr en su libro Solitude: a return to the self. Hay actividades gratificantes solitarias como leer, pero también hay muchas actividades que se hacen con otras personas, como un taller de baile en línea, y estas otras personas pueden ser o convertirse con el tiempo en personas significativas. Además, tenemos las actividades de cuidar a otras personas (niños y niñas, personas dependientes…) y de cuidar la propia salud —por ejemplo, haciendo ejercicio físico—, que están todavía muy diferenciadas entre hombres y mujeres y que forman diferentes espacios de soledad y bienestar. Finalmente, encontramos las actividades de participación y compromiso social que están estrechamente relacionadas con el sentido de la vida.
El ahora
Las relaciones sociales se convierten en focos de contagio, pero, ¿siguen siendo fuente de salud?
¡Y en diciembre del 2019 sí que ha llegado la epidemia del siglo XXI! La pandemia del SARS-CoV-2 ha originado una situación global inesperada y abrupta de enfermedad, mortalidad, crisis, incertidumbre y estrés. Y en este punto de la historia entran en juego las medidas preventivas que restringen las interacciones sociales porque pueden ser fuente de contagio. Aunque las medidas afectan a toda la población, se pone el foco especialmente en proteger a las personas mayores porque son población de alto riesgo.
En el contexto pandémico, pues, las interacciones sociales, sobre todo las que se dan sin distancia, sin protección con mascarilla, en el interior, sin ventilación y sostenidas en el tiempo, se vuelven potencialmente peligrosas y hay que evitarlas. Podemos decir que la medida del distanciamiento social pretende un distanciamiento físico, y así deberíamos llamarlo. En cualquier caso, no nos engañemos, tiene fuertes connotaciones sociales. Afecta a la manera de reorganizarnos en el ámbito social al tener que estar a la distancia recomendada y reconfigura las relaciones: las que hemos dejado de tener, las que mantenemos de manera virtual o presencial con distancia y mascarilla y las relaciones más próximas que mantenemos sin distancia ni mascarilla, sobre todo en los espacios personales privados. No entraremos en detalle, pero cabe mencionar la brecha digital que limita el abanico de opciones de relación, especialmente a las personas mayores y a aquellas sin recursos económicos.
Además, las restricciones han afectado también a las actividades sociales. Ahora hay actividades que resultan impensables y otras que temporalmente no se pueden hacer, mientras que, para las que sí se pueden hacer de momento, hay que respetar una serie de medidas que las transforman. Sin embargo, el apoyo social (informacional, instrumental y emocional), la integración social, el sentimiento de pertenencia, la participación social, etcétera, siguen siendo fuentes de salud física, pero sobre todo mental. Entonces, ¿cómo se conjuga este equilibrio delicado pero necesario? Las entidades sociales, muchas movidas por el voluntariado, los grupos de apoyo vecinal autogestionados, las familias y las personas individuales nos hemos visto en la necesidad de reinventar nuestra vida cotidiana para encontrar maneras viables y creativas de potenciar el bienestar minimizando el riesgo.
No olvidemos uno de los aspectos más duros de esta pandemia: sufrir y morir en soledad en los domicilios privados, en los hospitales, en las residencias… Y el sufrimiento de los familiares. De hecho, la soledad también está relacionada con el proceso de morir. Concretamente, la soledad existencial se ha definido como el estado de vacío y tristeza que resulta de la conciencia de que las personas están solas al confrontarnos con la muerte. En este sentido, cabe destacar los esfuerzos humanos de profesionales que, movidos por valores éticos y con grandes dosis de innovación, han buscado y creado maneras de acompañar estos procesos vitales en un contexto muy adverso.
No hay soluciones sencillas ni mágicas y, en la búsqueda de respuestas globales y complejas, hay dos conceptos que pueden ser de gran ayuda desde la perspectiva de la salud. En primer lugar, la salutogénesis como marco para promover la salud positiva focalizando la mirada en lo que hace que las personas, las familias y las comunidades aumenten el control sobre su salud y la mejoren. Este modelo potencia las experiencias vitales que componen el sentido de coherencia, y que permiten movilizar recursos que ayuden a afrontar los estresores y gestionar el estrés con éxito. En segundo lugar, nos ayudaría entender la pandemia actual como una sindemia. El concepto de sindemia se centra en la interacción entre diferentes enfermedades (la COVID-19, las enfermedades crónicas…) y fenómenos sociales (soledad, envejecimiento, crisis económica…), lo que potencia sus efectos de manera que aumentan las vulnerabilidades y las desigualdades. Pone el énfasis en los orígenes sociales y el contexto, es decir, en las circunstancias en que viven las personas. Desafortunadamente, estos conocimientos no se han traducido lo suficiente en políticas tangibles para abordar la pandemia.
Y el después
¿Qué nos depara el mundo pospandémico con respecto a las relaciones sociales y la salud?
No sabemos cómo saldremos de esta pandemia. El otro día leía que, después de la gripe española, las personas seguían teniendo miedo a salir de casa. Lo que podemos afirmar es que en el contexto pospandémico nos tocará reanudar la vida social. En los próximos años podremos entender hasta qué punto la experiencia de vivir las interacciones sociales como fuente de contagio nos habrá marcado. Las vidas que dejamos atrás y que tenemos tantas ganas de recuperar, ¿cómo habrán cambiado?
En el mejor de los casos, el confinamiento y otras restricciones sociales que nos han hecho vivir y sufrir la falta de relaciones nos habrán hecho darnos cuenta de lo esenciales que son para nosotros ciertas personas, ciertos sitios, ciertas actividades… Incluso, quizás, la pandemia habrá hecho visible lo vulnerables e interdependientes que llegamos a ser, la importancia de cuidar y cuidarnos y las injustas desigualdades que impregnan a la sociedad.
Tocará, pues, seguir haciendo investigación en soledad, relaciones sociales y salud, atendiendo y entendiendo las vulnerabilidades y dando forma a las políticas sociales y de salud.
REFERENCIAS
Pitkala, K. H.; Routasalo, P.; Kautiainen, H.; y Tilvis, R. S. (2009): “Effects of psychosocial group rehabilitation on health, use of health care services, and mortality of older persons suffering from loneliness: A randomized, controlled trial”. Journals of Gerontology – Series A Biological Sciences and Medical Sciences, 64 (7), pp. 792-800. https://doi.org/10.1093/gerona/glp011
House, J. S.; Landis, K. R.; y Umberson, D. (1988): “Social relationships and health”. En Science (New York, N.Y.), vol. 241, n.º 4865, pp. 540-545. https://doi.org/10.1126/science.3399889
Holt-Lunstad, J.; Smith, T. B.; y Layton, J. B. (2010): “Social relationships and mortality risk: a meta-analytic review”. PLoS Medicine, 7 (7), e1000316. https://doi.org/10.1371/journal.pmed.1000316
Storr, A. (2005): Solitude: a return to the self. Free Press.
Mittlemark, M. B.; Sagy, S.; Eriksson, M.; Bauer, G. F.; Pelikan, J. M.; Lindström, B.; y Espnes, G. A. (eds.) (2017): The Handbook of Salutogenesis (First Edit). Springer.
Horton, R. (2020): “Offline: COVID-19 is not a pandemic”. The Lancet, 396 (10255), p. 874. https://doi.org/10.1016/S0140-6736(20)32000-6