Soledad juvenil en tiempos híper-connectados

Soledad juvenil en tiempos híper-connectados

23/09/2021 - 12:10

Nuevos retos que plantean las nuevas tecnologías en relación con el sentimiento de soledad que sufren la mayoría de personas menores de 25 años

Liliana Arroyo, Doctora en Sociología, docente e investigadora del Instituto de Innovación Social de ESADE y miembro del Consejo Asesor Científico contra la Soledad (CACS), habla en este artículo de los retos que plantea el uso de nuevas tecnologías por parte de las personas jóvenes en relación con el sentimiento de soledad que sufren la mayoría de los menores de 25 años, y cómo se puede abordar esta realidad.

SOLEDAD JUVENIL EN TIEMPOS HÍPER-CONECTADOS

La mayoría de jóvenes por debajo de los 25 años se sienten solos. La adolescencia y la juventud son etapas ligadas a la incomprensión, pero diversos estudios apuntan que los jóvenes de hoy son la generación que más acusa la percepción de soledad en comparación con sus predecesores. Es paradójico que, justamente en la era en que las personas vivimos más conectadas que nunca, este sentimiento de soledad y aislamiento asole a los que supuestamente pasan más tiempo en línea. En este artículo exploramos qué relación hay entre el tiempo de conexión y la sociabilidad, prestando atención en el tipo de actividades que se desarrollan, las plataformas utilizadas y sus efectos en la gestión emocional. De la misma manera que la soledad analógica depende en buena medida del entorno y el acompañamiento, en la educación mediática y digital el papel de la familia y la escuela es fundamental a fin de que niños y jóvenes cuenten con vínculos de confianza y figuras de acompañamiento.

La primera generación conectada desde la cuna

Una buena parte de niños y jóvenes nacidos en las dos últimas décadas tienen una probabilidad muy alta de nacer digitalmente antes de ver la luz del sol. A menudo en el momento en qué algún adulto decide colgar una ecografía o narrar el día a día del feto. Cuando la criatura cumple los tres años, ya hay muchas fotografías suyas circulante para las redes o bien por decenas de móviles de familiares y conocidos. La programación infantil poco a poco queda desbancada por Youtube Kids, Netflix o Disney+, y la televisión deja paso en las mesillas. Aprenden a hacerlas ir incluso antes de tomar conciencia de cómo se dicen o de cómo se coge la cuchara para comer. La edad media de acceso a contenidos pornográficos por internet actualmente se sitúa en torno a los 9 años, y el primer móvil propio llega a partir de los 7 años[1], y como a tarde en los 12, con el paso en el instituto.

Crecen y aprenden a formar su identidad desde el extimitat, desde la exploración en directo y para todo el mundo de quien son y de que va el mundo. Las redes sociales son un pequeño laboratorio donde mostrarse y representarse, a veces de forma pretendidamente desatada de lo que hacen o dicen en entornos presenciales. Para esta generación, desgraciadamente bautizada como “nativos digitales”, la realidad es un continuum que va y viene entre aquello analógico y aquello digital, o, cada vez más, las dos cosas al mismo tiempo.

En las redes sociales cuentan los seguidores, los likes y los comentarios a espuertas. Con complejos códigos de amistad y siglas que entre ellos entienden y que resultan absolutamente crípticas para los adultos. Las redes más utilizadas son Instagram, WhatsApp y TikTok, y los jóvenes entre 16 y 24 años son los que más tiempo pasan conectados: unas 6 horas por término medio al día, la mitad de las cuales utilizadas en las redes sociales[2]. Se conectan a través del móvil, principalmente; es su ventana en el mundo, tanto para chatear, como para buscar información, ver contenidos, jugar a videojuegos o participar en las redes sociales. Con el confinamiento y la virtualización de la escuela también ha incrementado la intensidad digital, y ha dejado también al descubierto las desigualdades preexistentes, a menudo ejemplarizadas en la brecha de acceso a dispositivos y conectividad, pero también en la calidad de los usos.

Para la mayoría que tiene acceso a un móvil propio, éste es un objeto prácticamente indisociable de su persona: casi el 45% duermen con el móvil cerca de la cama[3], y una cuarta parte lo pueden llegar a consultar diversas veces durante la noche (datos relativos a jóvenes del Reino Unido, según un informe de Childwise[4]). El acceso a internet es un hecho que dan por descontado y un tercio afirman que oyen desconfort cuando no disponen de conexión o acceso a una red WIFI.

La opinión pública y el debate social a menudo demonizan el uso de los dispositivos generalizando un exceso de horas delante de las pantallas, sin tener en cuenta el hecho de que la forma y el propósito con que se utilizan marcan grandes diferencias en cuanto a los impactos que este “tiempo de pantalla” puede tener en el bienestar físico y emocional.

Interacciones en línea: ¿un factor protector o amplificador de la soledad?

Es paradójico que, en tiempo de hiperconexión, dos de cada tres jóvenes tengan percepción de soledad. Según un estudio reciente de la FAD[5], durante el confinamiento este porcentaje todavía se incrementó más, a pesar de ser los jóvenes los que supuestamente estaban más preparados para digitalizar toda su cotidianidad.

Previamente a la pandemia, muchas voces alertaban que la sociabilidad se veía mengua por un uso intensivo de internet, así como de patrones de aislamiento o de preferencia por relacionarse en entornos en línea por delante de los presenciales. Una de las razones para no encontrar estudios concluyentes y significativos se debe probablemente a las limitaciones de los indicadores utilizados para medir las experiencias conectadas. En la última década estaban muy centrados en la cantidad y el tiempo de conexión, más que en la calidad del uso o el propósito de las diferentes actividades en línea.

Durante el 2019 investigué desde la etnografía exploratoria la experiencia digital de 12 jóvenes entre 18 y 29 años[6]. Aunque las realidades expresadas variaban en función del género y la edad, todos coincidían en que los vínculos virtuales no son sustitutivos de los encuentros presenciales, especialmente con las personas que conocen. Habitar las redes a menudo está asociado a un imaginario que ejerce mucha presión sobre los cánones estéticos y los estilos de vida que se supone que tienen que mostrar a sus perfiles. Hay dos elementos coincidentes entre los participantes, que son, por una parte, el FOMO[7] o la sensación de insatisfacción permanente, y, de la otra, un vacío existencial que a veces puede derivar en sensaciones de soledad y de incomprensión. Estos dos elementos se amplifican, de acuerdo con su percepción, por el contraste entre la vida digital y la vida presencial, el volumen de contactos y de interacciones. Y está justamente en las redes donde buscan esta validación social pública y cuantificada.

La investigación publicada hasta el momento no establece una relación causal directa, pero sí la asociación entre un uso más frecuente de internet y afectaciones del bienestar y la salud mental, especialmente ligadas a ansiedad, depresión o baja autoestima[8]. Entre los usuarios más intensivos también se encuentran más experiencias negativas o de ciberacoso. También están asociados los efectos negativos a las actitudes pasivas, que implican consumo de contenidos más que las proactivas donde los jóvenes participan en la red de manera implicada, aportando comentarios o contenidos. Al mismo tiempo, las redes pueden ser un espacio de busca de ayuda o apoyo mutuo, y de hecho las publicaciones que solicitan ayuda de manera directa acostumbran a generar más reacciones de los contactos a la red, especialmente en forma de comentarios. Con respecto a las personas que solicitan la ayuda, acostumbran a dar más importancia y sentir más calor justamente con los comentarios que en la cantidad de likes[9].

Aprender a vivir y convivir en un mundo de redes no es un ejercicio evidente ni fácil, y a menudo requiere un entorno que acompañe. Contar con referentes adultos que ayuden a hacer una gestión de las emociones y de la propia identidad digital es clave para garantizar la crianza digital desde la resiliencia y los vínculos sólidos. El entorno de confianza y la comunicación de calidad son fundamentales para determinar si las redes se convierten en un factor protector o amplificador de las soledades[10].

Crianza digital y la brecha de los adultos fuera de juego

Desgraciadamente, la revolución digital viene acompañada de una sensación muy compartida entre los adultos que se sienten fuera de juego. Metáforas como las de “nativos y migrantes digitales” refuerzan las falsas creencias sobre la capacidad educativa del entorno ante la destreza en el manejo por parte de las generaciones más jóvenes. Según el estudio de la FAD citado anteriormente, un 72% de los jóvenes se consideran más competentes digitalmente que sus familiares y educadores, y de hecho asumen el rol de prestadores de ayuda con la tecnología.

Muchos adultos lo viven como una muestra de su incapacidad de educar digitalmente y se suma al hecho de que hay aspectos que ni siquiera los adultos tienen resueltos. De acuerdo con el Pew Research Center, un 71% de padres y madres están preocupados por el tiempo de pantalla de los hijos, y al mismo tiempo un 68% confiesan que se distraen con el móvil mientras están con sus criaturas. Son datos de los Estados Unidos, pero son bastante extrapolables en nuestra casa. Por otra parte, la proliferación de aplicaciones y software de control parental está favoreciendo el contexto para establecer los límites sin necesidad de crear espacios de comunicación. El proyecto EU Kids Online, liderato para Sonia Livingstone, muestra cómo las familias que combinan las herramientas de mediación tecnológica junto con espacio de confianza y acompañamiento consiguen una adolescencia más resilient.

¿Cómo lo podemos abordar?

Crecer y formarse en la era digital es complejo y requiere un entorno que acompañe tanto en la gestión emocional como en la generación de espíritu crítico en los jóvenes y adolescentes que tienen las redes sociales como una extensión natural de su propia socialización. Hay cierta soledad y vacío asociado a un uso intensivo de las redes, a la vez que pueden ser espacios para dar y recibir apoyo mutuo. Por descontado están surgiendo aplicaciones y otras iniciativas digitales con el fin de detectar situaciones de soledad en línea en jóvenes. Pueden ser herramientas complementarias muy útiles, especialmente por la cantidad de información personal que acostumbran a publicar. No obstante, como en cualquier otro ámbito del crecimiento y la crianza, contar con un entorno de confianza y referentes adultos que acompañen será clave.

[1] https://kidscreen.com/2020/01/30/53-of-uk-kids-own-phones-by-age-seven/

[2] https://datareportal.com/reports/more-than-half-the-world-now-uses-social-media

[3] https://www.digitalawarenessuk.com/

[4]http://www.childwise.co.uk/reports.html#monitorreport

[5] Sanmartín, A.; y Ballesteros, J.C.; Calderón, D.; Kuric, S. (2020). “De puertas adentro y de pantallas afuera. Jóvenes en confinamiento”. Madrid. Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, Fad. DOI: 10.5281/zenodo.4054836

[6] El resultado es un libro de ensayo juvenil publicado por Campesino Editores: Tú no eres tu selfie. 9 secretos digitales que todo el mundo vive y ningún explica

[7] Fear Of Missing Out

[8] Faelens, L; Hoorelbeke, K; Soenens, B.; Van Gaeveren, K; De Marez, L; De Raedt, R; Koster, E; (2021): “Social medía use and well-being: En prospective experience-sampling study”, Computers in Human Behavior, Volume 114, https://doi.org/10.1016/j.chb.2020.106510

[9] Le, Siyue; Coduto, Kathryn D., & Song, Chi (2020). “Comments vs. One-Click Reactions: Seeking and Perceiving Social Support donde Social Network Sites”. Journal of Broadcasting & Electronic Media, DOI: 10.1080/08838151.2020.1848181

[10] Favotto, L.; Michaelson, V; P.ickett, W; Davison, C.(2019) “The role of family and computer-mediated communication in adolescente loneliness”. PLoS ONE 14(6): e0214617. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0214617

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