La soledad y la salud mental
15/06/2022 - 10:03
Las relaciones sociales y la integración social son necesarias para el bienestar emocional de las personas en todas las etapas de la vida. Cuando no pueden ser satisfechas pueden dar lugar a la experiencia subjetiva de la soledad.
Jordi Alonso, director del Programa de Epidemiología y Salud Pública del Instituto del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), y miembro del Consejo Asesor Científico contra la Soledad (CACS), explora en este artículo la relación entre soledad y salud mental, una relación bidireccional en la que el estigma, las habilidades de autorregulación y el estilo de vida tienen un papel determinante. Le acompañan en este proyecto Víctor Pérez y Adrián Pérez Aranda.
LA SOLEDAD I LA SALUD MENTAL
Introducción
Las relaciones sociales y la integración social son necesarias para el bienestar emocional de las personas en todas las etapas de la vida. En algunas ocasiones, estas necesidades sociales no pueden estar satisfechas y dan lugar a la experiencia subjetiva de la soledad. La relación entre la soledad y la salud, y en particular la salud mental, ha sido objeto de numerosas investigaciones, así como los factores de riesgo que propician la experiencia de la soledad. Este artículo tiene como objetivo profundizar en los principales conceptos subyacentes a esta compleja problemática, que la pandemia de la COVID-19 ha contribuido a incrementar.
¿Qué entendemos por soledad?
La soledad se define como un estado subjetivo que se experimenta en ausencia de contacto social, cuando la persona siente aislamiento o carece de pertenencia. Es, en definitiva, una discrepancia percibida entre las necesidades sociales de una persona y la disponibilidad de recursos para satisfacerlas. Puede ser un estado transitivo, y, en este caso, puede cumplir una función adaptativa, ya que llevaría a la persona a encontrar formas de superar los obstáculos presentes para dejar de sentirse sola (Mann et al., 2017); no obstante, la soledad puede convertirse en un estado duradero, y es ahí cuando puede comportar problemas para la salud física y mental de las personas.
¿Quién sufre soledad?
3.1. Variables asociadas con la soledad
Hay que tener presente que la soledad puede ser experimentada por personas de cualquier edad, género, origen y condición social. No obstante, hay algunas características personales que se han identificado como habitualmente asociadas a la experiencia de la soledad y que suponen factores de riesgo que hay que tener en cuenta; en adolescentes, algunas de estas características son no tener una relación de pareja, sentir un bajo nivel de apoyo social (por ejemplo, con respecto a la calidad de las amistades o de las relaciones familiares) y una baja capacidad de aceptación (Adam et al., 2011). En adultos, algunos estudios también han indicado que las personas solteras tienen más tendencia a sentirse solas (Hawthorne, 2008), y algunas otras variables que también han sido asociadas a la soledad son ser inmigrante (particularmente, en mujeres) y tener un bajo nivel educativo y económico (Ferreira-Alves et al., 2014). Además, hay estudios que indican que existen diferencias culturales, puesto que los índices de soledad en personas mayores de los países del sur de Europa, como España, son más elevados (24 %) que en países del norte del continente (10 %); las expectativas en cuanto a la calidad y la frecuencia del apoyo social recibido en esta franja de edad pueden ser en parte responsables de esta diferencia (Del Barrio et al., 2010).
La soledad en las diferentes etapas de la vida
Varios estudios han analizado cómo evoluciona la soledad a lo largo de la vida; muchos indican que la tercera edad es la etapa vital donde se experimenta soledad con más frecuencia, aunque se observa otro pico de incidencia en la adolescencia (Luhmann & Hawkley, 2016; Yang & Victor, 2011). Sin embargo, como se ha comentado en el apartado anterior, hay algunas características particularmente asociadas a la soledad en cada momento vital, y encontramos algunas variables que siempre están relacionadas. Estas características son el sentimiento de pertenencia a un grupo social, el número de amigos y la frecuencia de contacto con las personas significativas, de acuerdo con el estudio de Luhmann & Hawkley (2016).
La relación entre la soledad y la salud mental
4.1. La soledad y los trastornos mentales
La soledad se ha asociado con varios problemas de salud mental: el más habitual es el trastorno depresivo mayor, un problema que afecta a más de 300 millones de personas en todo el mundo según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2020). Relacionado con la depresión, otro problema con el que se ha relacionado la soledad es el de la conducta suicida, que es la principal causa de muerte evitable, responsable del 1,8 % de la mortalidad global, también según la OMS. Por otra parte, la soledad se ha vinculado con trastornos de la alimentación y trastornos de ansiedad y del sueño (Beutel et al., 2017; Mann et al., 2017).
Al mismo tiempo, es importante tener presente que los efectos de la soledad no se limitan al espectro de la salud mental, sino que también hay evidencia de que refleja su impacto en la salud física; es el caso de investigaciones que concluyen que la soledad incrementa el riesgo de sufrir enfermedades como hipertensión, síndrome metabólico, enfermedades coronarias y otras enfermedades crónicas (Richard et al., 2017). De hecho, se ha comprobado que la soledad es un factor de riesgo para sufrir estas enfermedades al mismo nivel que la obesidad, la falta de actividad física o el tabaquismo (Wang et al., 2018).
La soledad de los que sufren trastornos mentales
Los sentimientos de soledad son más frecuentes en personas que tienen trastornos mentales que en la población general (Wang et al., 2018). Un estudio de cohortes realizado en el 2015 en Holanda (Holvast et al., 2015) comprobó que el 83 % de las personas mayores diagnosticadas con trastornos afectivos (depresión o distimia) se sentían solas; en comparación, un porcentaje muy menor (32 %) de las personas mayores sin diagnóstico de trastorno afectivo decían sentirse solas. En la misma línea, el caso de los trastornos psicóticos presenta datos parecidos: un estudio realizado en Australia (Badcock et al., 2015) comprobó que el 80 % de las personas afectadas por un trastorno psicótico refería sentir soledad.
Además, la revisión sistemática de Wang y colaboradores (2018) comprobó que existe evidencia empírica que indica que la soledad y la falta de apoyo social se relacionan con peor sintomatología, pronóstico y capacidad funcional en pacientes con depresión, trastorno bipolar y trastornos de ansiedad; al mismo tiempo, el apoyo social parece una variable clave para la calidad de vida y el funcionamiento social de las personas con esquizofrenia, dado que percibir un nivel alto de apoyo social puede incrementar significativamente las dos variables a medio-largo plazo en comparación con personas con la misma patología, pero bajo apoyo social percibido.
Soledad, ¿causa o consecuencia de los trastornos mentales?
Se han dado diferentes explicaciones sobre por qué la soledad puede influir en hacer más vulnerables a las personas a sufrir trastornos y enfermedades. Algunos investigadores han observado que las personas que se sienten solas presentan menos habilidades de autorregulación y, consiguientemente, tienen más tendencia a realizar conductas de riesgo para la salud como fumar o no hacer ejercicio (Richard et al., 2017).
Siguiendo este esquema, las habilidades de autorregulación tendrían un papel clave en la relación entre soledad y salud. Podemos definir estas habilidades como las que nos permiten regular los propios pensamientos, sentimientos y comportamiento; por lo tanto, son habilidades esenciales para alcanzar nuestros objetivos personales y para mantenernos dentro de las convenciones sociales (Hawkley & Cacioppo, 2010); eso incluye la adhesión a un estilo de vida considerado saludable, que incluya una dieta equilibrada, la realización frecuente de ejercicio físico y la limitación del consumo de sustancias como la nicotina o el alcohol. Varios estudios han comprobado que las personas que se sienten solas presentan una disminución en las habilidades de autorregulación, lo que desencadena unas pautas de conducta alejadas del estilo de vida saludable que, a su vez, aumentan la probabilidad de experimentar trastornos mentales, además de problemas físicos.
No obstante, y profundizando en este caso en la salud mental, no podemos pasar por alto que las personas que sufren trastornos como la depresión, la esquizofrenia o el trastorno bipolar pueden, en muchas ocasiones, experimentar un estigma que incrementa su aislamiento objetivo (Loch et al., 2014). El estigma asociado a los problemas de salud mental es un problema generalizado que, a través de la acción de estereotipos y prejuicios, puede dar lugar a la discriminación, que refuerza la percepción de soledad de la persona afectada. Además, está comprobado que experimentar estigma disminuye la autoestima y la calidad de vida, agrava la severidad clínica y dificulta el seguimiento de tratamientos, de forma que el estigma puede comportar una afectación más severa del trastorno mental (Livingston & Boyd, 2010; Rüsch et al., 2005; Sharac et al., 2010).
Por lo tanto, la relación entre soledad y salud mental no es unidireccional; aunque la soledad puede ser una de las causas que predispongan a una persona a sufrir un problema de salud mental, la experiencia del trastorno puede llevar asociado un estigma que, en muchos casos, incrementará la soledad, lo que convertirá el problema en un círculo vicioso.
Propuestas para afrontar el problema
Desde diferentes comunidades, en diferentes lugares del mundo, se están llevando a cabo intervenciones dirigidas a reducir la soledad, normalmente dirigidas a personas mayores, pero también a colectivos con problemas de salud mental. El Ayuntamiento de Barcelona propone diferentes programas en este sentido [1].
Algunos de estos programas se podrían enmarcar en las llamadas prescripciones sociales, una serie de actividades de diferente tipo (por ejemplo, talleres de arte, actividad física, tareas de botánica y jardinería, voluntariados, oportunidades educativas…) dirigidas a ayudar a personas que presentan diferentes condiciones o patologías como las que recoge este artículo, entre otros. Las prescripciones sociales son, según Kimberlee (2015), un camino hacia la reducción de la exclusión social para todo tipo de personas en situaciones de vulnerabilidad o aislamiento. No obstante, actualmente muchas de estas intervenciones no tienen todavía una base empírica robusta (Rempel et al., 2017), de modo que desde el ámbito de la investigación es muy importante definir intervenciones estructuradas y diseñar y conducir ensayos clínicos de alto rigor metodológico, ya que esta es la única manera de llegar a conclusiones sólidas con respecto a la eficacia de las propuestas de intervención.
El objetivo de las intervenciones no tiene que ser otro que el de ofrecer a las personas que lo necesiten el acceso a relaciones sociales significativas que proporcionen el apoyo social que les falta. Otras vías de actuación podrían incluir la intervención psicoterapéutica dirigida a mejorar las habilidades de autorregulación, visto el rol de puente que estas pueden tener entre la soledad y las conductas de riesgo para la salud, y potenciar las campañas orientadas a disminuir el estigma asociado a los trastornos mentales. Actuar en estos diferentes frentes desde una perspectiva biopsicosocial parece una estrategia necesaria para romper el círculo vicioso de la soledad y los problemas de salud mental.
Jordi Alonso es director del Programa de Epidemiología y Salud Pública del Instituto del Mar de Investigaciones Médicas (IMIM), UPF, CIBERESP.
Víctor Pérez es director del Instituto de Neuropsiquiatría y Adicciones del Parque de Salud Mar (INAD-PSMAR), profesor titular de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la UAB. Centro de Investigación Biomédica enRed en Salud Mental (CIBERSAM).
Adrián Pérez Aranda forma parte del Departamento de Psicología básica, Facultad de Psicología de la UAB. Centro de Investigación Biomédica enRed en Salud Mental (CIBERSAM).
Bibliografía de referencia
Adam, E. K., Chyu, L., Hoyt, L. T., Doane, L. D., Boisjoly, J., Duncan, G. J., Chase-Lansdale, P. L., & McDade, T. W. (2011). Adverse adolescent relationship histories and young adult health: Cumulative effects of loneliness, low parental support, relationship instability, intimate partner violence, and loss. Journal of Adolescent Health, 49(3), 278–286. DOI: 10.1016/j.jadohealth.2010.12.012
Badcock, J. C., Shah, S., Mackinnon, A., Stain, H. J., Galletly, C., Jablensky, A., & Morgan, V. A. (2015). Loneliness in psychotic disorders and its association with cognitive function and symptom profile. Schizophrenia Research, 169(1–3), 268–273. DOI: 10.1016/j.schres.2015.10.027
Beutel, M. E., Klein, E. M., Brähler, E., Reiner, I., Jünger, C., Michal, M., Wiltink, J., Wild, P. S., Münzel, T., Lackner, K. J., & Tibubos, A. N. (2017). Loneliness in the general population: Prevalence, determinants and relations to mental health. BMC Psychiatry, 17(1), 97. DOI: 10.1186/s12888-017-1262-x
Del Barrio, É., Castejón, P., Sancho Castiello, M., Tortosa, M. Á., Sundström, G., & Malmberg, B. (2010). La soledad de las personas mayores en España y Suecia: contexto y cultura. Revista Espanola de Geriatria y Gerontologia, 45(4), 189–195. DOI: 10.1016/j.regg.2010.02.010
Ferreira-Alves, J., Magalhães, P., Viola, L., & Simoes, R. (2014). Loneliness in middle and old age: Demographics, perceived health, and social satisfaction as predictors. Archives of Gerontology and Geriatrics, 59(3), 613–623. DOI: 10.1016/j.archger.2014.06.010
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Holvast, F., Burger, H., De Waal, M. M. W., Van Marwijk, H. W. J., Comijs, H. C., & Verhaak, P. F. M. (2015). Loneliness is associated with poor prognosis in late-life depression: Longitudinal analysis of the Netherlands study of depression in older persons. Journal of Affective Disorders, 185, 1–7. DOI: 10.1016/j.jad.2015.06.036
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