Los secretos del café
Acostumbramos a tomar el café a la carrera buscando por la mañana el golpe que nos da la cafeína para acabarnos de despertar o para luchar contra la ñoña que sentimos después de una comida. Pero detrás hay toda una ciencia, un mundo de aromas y sabores que nos pueden abrir la puerta a nuevos placeres. No nos equivoquemos si pensamos que un buen café es como un buen vino.
El café es una fruta, una cereza que nace en las zonas altas de los trópicos y genera un elemento, la cafeína, cuya misión es defender la planta de los ataques de los insectos. Según la especie, el contenido de este elemento será más o menos concentrado. Aquí solemos tomar café de la especie robusta. Es la que da un sabor más fuerte y la menos apreciada por los amantes del buen café, que creen que sólo produce un líquido oscuro y amargo con muy pocos matices. Prefieren el café arábica, de un gusto mucho más suave. Los granos de café arábica contienen muchos más aceites y azúcares naturales y el resultado es un sabor mucho más rico, donde podemos notar toques de frutas.
¿De qué depende el sabor del café? Pues de muchas cosas, en primer lugar, de la cantidad de cafeína que contenga. Los granos de la especie robusta tienen entre un 2 y un 4% de cafeína, mientras que la arábica sólo tiene entre un 0,7 y un 1,5%. Como en caso de los vinos, también del terreno donde haya sido cultivado, de la forma en la que se haya tratado y de cómo se haya tostado.
Porque algo que se nos escapa es que el café, antes de llegar a nuestro paladar, ha sido cocinado tres veces. Primero cuando se seca para poder sacar los granos de la cereza, segundo cuando se tuesta y, finalmente, cuando lo preparamos en casa para consumirlo.
La planta que lo produce suele crecer en los lugares más remotos y con frecuencia conflictivos del planeta.
Así que valdría la pena darle a este producto el trato que se merece y aprender a disfrutar de él con pequeños detalles, como por ejemplo, huir de los torrefactos o las mezclas que llevan, que tienen un sabor de quemado porque al tostarlo han añadido azúcar. Evitando también los cafés que se venden en cápsulas y, no sólo por el aroma, sino por el daño que hace al planeta. Dicen que el aluminio es infinitamente reciclable, pero si este aluminio está mezclado con café, no se puede reaprovechar. Y lo mismo ocurre con las cápsulas hechas con otros materiales.
Lo ideal sería poder comprar el café en grano y molerlo justo antes de llenar nuestra cafetera. Si seguimos estas reglas y encontramos alguna parada en algún mercado donde encontrar café proveniente de comercio justo, haremos un regalo a nuestro cuerpo y a nuestro planeta. Además, los posos del café sirven para nutrir nuestras plantas e, incluso, hay quien lo aprovecha para cultivar setas. Ésta, sin embargo, ya es otra historia.